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Un grupo de granujas hundió Bankia
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Carlos Fonseca

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Carlos Fonseca

Un grupo de granujas hundió Bankia

Bankia declaró unos beneficios de 439 millones de euros en 2.011 que se han convertido en 3.000 millones de pérdidas cuando se han descubierto los enjuagues

Bankia declaró unos beneficios de 439 millones de euros en 2.011 que se han convertido en 3.000 millones de pérdidas cuando se han descubierto los enjuagues de un grupo de granujas que sirviéndose de artificios contables pretendían ocultar su pésima gestión, tal vez hasta delictiva.

Su indecencia va a costar 23.000 millones de euros que saldrán de los impuestos que pagamos y de los sacrificios sin fin que nos exigen para salir de la crisis. Para que se hagan una idea, la cifra es más del doble del recorte en educación y sanidad, y el doble del presupuesto del País Vasco.

El primer responsable de este desaguisado (no sé si los adjetivos me van a dar para terminar la columna) es Rodrigo Rato, presidente de Bankia, exministro de Economía de José María Aznar y exdirector general del Fondo Monetario Internacional (FMI), responsabilidades que, se supone, requieren profundos conocimientos que no ha demostrado. No supo prever la crisis que se nos venía encima cuando estaba al frente del FMI, y su gestión en Bankia ha sido calamitosa. También es responsable el consejo de administración, cooperador necesario de este enorme engaño.

El señor Rodrigo Rato puede marcharse a su casa con 1,2 millones de euros ¿Los invertirá en comprar acciones de la entidad que hasta hace poco presidía para trasladar confianza a los mercados? El exministro sumará este dinero a la renta vitalicia que disfruta como exdirector del FMI? Si, además, se molestan ustedes en echar un vistazo al Registro Mercantil les va a dar un mareo de las decenas de compañías (familiares y no) en las que ocupa algún cargo ejecutivo que supongo retribuido. ¿Cómo le va a importar a esta gente que retrasen la edad de jubilación, rebajen las pensiones o que los abuelos paguen sus medicinas?

Otro ejecutivo, Aurelio Izquierdo, en su caso de Bancaja, entidad integrada en la matriz de Bankia, el Banco Financiero y de Ahorro (BFA), se marcha también a casa ¡con 14 millones de euros! Lo sabemos porque lo ha denunciado la prensa, no porque nos lo cuente el ministro de Economía, Luis de Guindos, que ante la evidencia del escándalo se ha limitado a decir que le parece una indecencia. ¿Por qué no acude a los tribunales? ¿Por qué no pide al Fiscal General del Estado que intervenga? ¿Por qué no se sienta en el banquillo a tanto caradura de cuello blanco para que paguen sus comportamientos obscenos?  

Me temo que lo peor está aún por llegar. Bankia no es el único problema de nuestro sistema financiero. Aún desconocemos el “agujero” del resto de entidades financieras que llevadas por la codicia invirtieron durante años en el ladrillo. Y no solo con créditos a las constructoras y a los compradores, sino entrando como socios en empresas inmobiliarias y comprando suelo con el que especular.

El pufo debe ser tal que el Gobierno ha encargado a dos consultoras internacionales de dudosa solvencia y honradez (vaya credibilidad le merece el Servicio de Inspección del Banco de España) que le diga este mismo mes a cuánto asciende. Cuando lo hagan a los 23.000 millones de Bankia se quedarán cortos. ¿Cuánto más vamos a tener que pagar? ¿40.000, 60.000 millones de euros? ¿De dónde va a salir este dinero?

Y pese a todo lo relatado hasta aquí, los responsables de Bankia no van a comparecer en el Congreso para explicar en sede parlamentaria sus tejemanejes. Lo impide el PP, para el que los ciudadanos no tienen derecho a conocer cómo y quiénes urdieron el engaño. La felonía del PP no queda ahí, porque también se ha negado a constituir una Comisión de Investigación con la excusa de que perjudicaría la imagen internacional de España, pero ¿de qué imagen hablan cuando estamos a punto de ser formalmente intervenidos?

Un apunte más, aunque sea colateral: el señor Goirigolzarri, sustituto de Rato al frente de Bankia, el hombre encargado de pilotar la nave, se prejubiló en 2009, a los 55 años de edad (usted lo hará a los 67 años), con una pensión anual y vitalicia de 3 millones de euros, que capitalizó para cobrar de una tacada 68 millones de euros por lo que pudiera pasar ¿Qué ritmo de vida hay que llevar para necesitar tal cantidad de dinero?, porque les recuerdo que la pensión media es de 800 euros mensuales y 9.000 euros al año.

El escándalo de Bankia, y por extensión del sistema financiero, requiere también de una mención a la inoperancia del Banco de España (BE), que ha dejado al país sin credibilidad internacional. Su gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que se ha pasado meses reclamando reformas laborales, rebajas salariales y sacrificios sin fin  (él, que es el cargo público mejor remunerado del país, con un salario hasta 2,5 veces mayor que el presidente del Gobierno) se va a embolsar 11.000 euros mensuales durante los dos próximos años como compensación por su brillante gestión. ¿Por qué no se va al paro y cobra los 1.397,83 euros que recibe como máximo cualquier desempleado si tiene dos hijos o más?

Tampoco él va a explicar hacia dónde miraba cuando el sistema financiero maquillaba sus cuentas para presentar beneficios dónde solo había pérdidas y alababa su fortaleza. ¿Mentía o es un inútil? Esta misma semana ha comparecido en la Comisión de Presupuestos del Senado y se ha negado a dar la más mínima explicación sobre Bankia porque dice que se lo prohíbe el Gobierno, pero que ya hablará. ¿Qué pintan entonces las Cortes como órganos de representación popular?

Hay que tener mucha desfachatez para que con tantas mentiras los poderosos pidan a los ciudadanos que se aprieten aún más el cinturón, que mantengan la calma y que no se indignen. Se me acabaron los adjetivos. Sigan ustedes.

Hasta el próximo fin de semana.

Bankia declaró unos beneficios de 439 millones de euros en 2.011 que se han convertido en 3.000 millones de pérdidas cuando se han descubierto los enjuagues de un grupo de granujas que sirviéndose de artificios contables pretendían ocultar su pésima gestión, tal vez hasta delictiva.