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España, en "estancamiento duradero"
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Alfons Quintà

España, en "estancamiento duradero"

Vivimos “un desgobierno radical, mal enmascarado por una ideología democrática cínica y un adoctrinamiento político eficaz”. Sucede “en un momento crítico de la evolución, como es

Vivimos “un desgobierno radical, mal enmascarado por una ideología democrática cínica y un adoctrinamiento político eficaz”. Sucede “en un momento crítico de la evolución, como es el presente, cuando la tecnología y la sociedad se han complicado de tal manera que ya no valen los conceptos, esquemas y sistemas que han venido utilizándose en los últimos doscientos años”.

 

Todo lo reproducido entre comillas lo escribe el catedrático emérito de Derecho Administrativo de la Complutense, Alejando Nieto, en su imprescindible y reciente libro “El desgobierno de lo público” (Editorial Ariel, Barcelona, 2008).

En la semana que concluye se han batido marcas respecto a dichos males atávicos. Ha sido de antología el pastel demagógico montado a base de silencios respecto a los dramas domésticos y sones de trompeta triunfales -como si fuera una victoria propia- en relación con la toma de posesión del nuevo presidente norteamericano. Hasta ahora la culpa de todo era de Bush y si ahora no se resuelve nada será culpa de Obama. Así lo dijo Miguel Sebastián y así se nos repetirá. 

Cuesta imaginar que la próxima semana sea tan alucinante. Ahora bien, en cuanto a desastres, hay que depositar confianza en Zapatero, mientras que respecto a las maldades humanas hay que asumir un principio, poco conocido, de Peter: “Cuando las cosas pueden ir peor, lo hacen”.

Algunos hechos deben ser expuestos mil veces. Como que el diferencial que afecta a la deuda española se sitúa unas cien centésimas por encima de la alemana, pese a tener una moneda común, el euro. Implica una diferencia en el precio del dinero que tanto necesita España de entre un 25 y un 30 por ciento. Hasta hace tres meses la variación era mínima. Ahora es monumental. Y la culpa no es de Bush, ni puede resolverlo Obama, ni tiene nada que ver con los Estados Unidos. Refleja la gran desconfianza de los mercados internacionales respecto a la España actual. “Espejito, espejito” -podría pedir Solbes- “quien inspira más confianza, la ponderación de Angela Merkel o la mezcla de bandazos e inacciones de Zapatero”.

Pero no pasa nada, porque en España los debates reales, tan necesarios y urgentes, son tapados con lo que sea. En cuanto a las visiones que se dan fueran -o si se prefriere dentro de nuestra Europa común- aquí funcionan mecanismos sutiles, y para algunos incomprensibles, de ocultamiento.

Acaece muy a menudo. Pero el pasado fin de semana se dio un caso espectacular. Fue la poca atención prestada a un magnífico -y, por lo tanto sanguinario- artículo de Le Monde, firmado por su principal comentarista económico, Pierre-Antoine Delhommais. Vaya, que también los medios europeos de izquierda dejan a Zapatero.

“En España la fiesta ha terminado”, afirmaba, para concluir: “Es a Berlin a donde se deberá ir para aprovechar la movida, no a Madrid”. Y del dicho al hecho: el jueves el Financial Times destacaba que “el número de turistas extranjeros viajando a España ha caído un porcentaje anual del 2,8 por ciento, en 2008”, añadiendo que “este año puede ser todavía peor.”

Refiriéndose esencialmente a España, Le Monde era casi cruel. “Las empresas -escribía Delhommais- manipulaban sus cuentas, los bancos aceptaban riesgos desmesurados, los gestores estafaban a sus clientes, las autoridades de control, que no controlaban nada en absoluto”.

El rotativo galo agrega: “España edificaba cada año tantas casas como Alemania, el Reino Unido y Francia reunidos. En España, se ha edificado enormemente desde hace quince años. Pero, de hecho, no se ha construido nada de sólido respecto al futuro. La productividad es una de las más bajas de Europa, la enseñanza una de las menos eficaces, con un índice de abandono escolar, antes de los 16 años, de cerca del 30 por ciento, un récord en los países industrializados. Su mercado de trabajo es aún más rígido que el francés (…) Su retraso tecnológico es inmenso, con gastos en I más D que superan muy justo el uno por ciento de su PIB, contra 2,5 en Alemania y 3,9 en Suecia. Finalmente, su falta de competitividad se traduce en un déficit por cuenta corriente cercano al 10 por ciento. En otros tiempos, un desequilibrio así habría sido sancionado con una devaluación de la peseta. Pero, protegida por la moneda única, España, rentista del euro, ha podido escapar al desastre monetario”. Por todo ello, Le Monde diagnostica que España está “condenada a la estagnación (es decir a un estancamiento prolongado de difícil superación sin ayuda externa) quizás no eterna, pero duradera”.

Respecto a esta última disyuntiva hay una incógnita que a día de hoy, nos distingue mucho de Francia. Consiste en saber si en España habrá un movimiento de crítica económica y política, como el que se produjo en Francia hace unos cinco años, acuñando el neologismo “déclinisme”, “decadentismo” diríamos en castellano. Su iniciador fue Nicolás Baverez. Generó una visión autocrítica y, por tanto, la búsqueda de alternativas realistas.

Si aquí se produce un fenómeno comparable, como lo fue en su tiempo la generación del 98, daríamos un gran paso adelante. Precisamente, el libro citado de Alejandro Nieto, tristemente excepcional, quizás pueda augurarlo. De otro modo, sólo nos queda el pesimismo, ya que el talante y el griterío radicalizado, dos caras de la vacuidad intelectual, no nos podrán jamás sacar del hoyo, muy real, en el que estamos metidos, con un 14 por ciento de paro y una perspectiva del 19 por ciento.  

Vivimos “un desgobierno radical, mal enmascarado por una ideología democrática cínica y un adoctrinamiento político eficaz”. Sucede “en un momento crítico de la evolución, como es el presente, cuando la tecnología y la sociedad se han complicado de tal manera que ya no valen los conceptos, esquemas y sistemas que han venido utilizándose en los últimos doscientos años”.

Barack Obama George W. Bush Miguel Sebastián