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¿Quién está matando en Siria?
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¿Quién está matando en Siria?

En 2000, Nesroulah Yous publicó un libro titulado Qui ha tué à Bentalha?. El autor, superviviente de una matanza cometida en 1997 en Bentalha, una barriada

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En 2000, Nesroulah Yous publicó un libro titulado Qui ha tué à Bentalha?. El autor, superviviente de una matanza cometida en 1997 en Bentalha, una barriada periférica de la capital argelina, demostraba a través de su testimonio, y una serie de evidencias y razonamientos de peso, la responsabilidad de los cuerpos de seguridad del estado, controlado por los militares desde Argel, en las carnicerías que a lo largo de la década de los noventa sacudieron el país magrebí.

En Bentalha murieron más de 400 personas entre hombres, mujeres y niños; y Yous argüía que, a pesar de las condenas oficiales, los paramilitares del estado eran los ejecutores de ésta y otras acciones similares de exterminio. El relato de Yous causó gran revuelo en Argelia y el libro, por supuesto, fue prohibido, con el inevitable ruido de acusaciones conspirativas de todo orden contra quienes dentro y fuera del país habían puesto en duda la veracidad de la consabida versión oficial de que todos los asesinatos colectivos eran obra de islamistas radicales cuyo único objetivo era hundir a Argelia en el caos absoluto. Hoy, en 2012, ante el incremento de las degollinas de civiles y la sucesión de coches bomba y atentados en lugares públicos que nadie reivindica, nos viene a la memoria el título terrible de este documento, pues cabe preguntarse también quién demonios está cometiendo estos crímenes horrendos en otro estado árabe, Siria.

Al Asad, sus clanes allegados y un ramillete de oficiales de los servicios de inteligencia, consideran que la única manera de ganar esta guerra es jugar a la confusión y propiciar un ambiente de caos en el que demostrar que él es el mar menor

Como es sabido, en 1991, después de que la junta militar gobernante en Argelia decidiera invalidar los resultados de las elecciones legislativas en las que los islamistas del Frente Islámico de Salvación (FIS) resultaron vencedores, se originó una guerra civil que deparó decenas de miles de muertos y dejó al país en la ruina. Una facción de los islamistas, con una gran implantación social y recursos materiales en determinadas regiones, optó por la guerra de guerrillas y comenzó, agrupado en el Ejército Islámico de Salvación (EIS), a hostigar a las fuerzas gubernamentales desde sus feudos en las áreas montañosas. La cosa se complicó más aún con la aparición de bandas radicales, como el Grupo Islámico Armado, que combatían tanto a los militares y gendarmes como a los munafiqin, denominación reservada a los musulmanes desviados que, en su opinión, eran los del FIS, dispuestos a someterse al herético modelo electoral importado de occidente. Del GIA recordamos prácticas deleznables como el rapto de niñas y adolescentes para convertirlas en concubinas de sus guerrilleros o los ataques despiadados a cualquier objetivo tachado de infiel; pero de entre toda la confusión de operaciones sangrientas y crímenes de lesa humanidad quedó la sospecha, desde el primer momento, de que algo no encajaba del todo en el esquema clásico de la táctica terrorista: en muchos casos, las aldeas y barriadas donde se asesinaba por decenas, con alevosía y nocturnidad generalmente, estaban habitadas por familias proislamistas, con miembros incluso en el seno del Ejército Islámico de Salvación.

Los recuentos de los supervivientes, a los que no se permitía acceder a la prensa extranjera, solían hablar de escuadrones de la muerte perfectamente organizados, uniformados y con un comportamiento marcial y jerarquizado según una distribución de mandos, es decir, una forma de actuar que no casaba con la imagen del barbudo desastrado y desconocedor de la disciplina castrense. Lo más llamativo es que en numerosos casos las masacres tenían lugar en las proximidades de cuarteles y comisarías sin que los inquilinos de estas intervinieran a pesar de las llamadas de auxilio y el estrépito de armas de fuego y alaridos de dolor y pánico que sí oían los barrios vecinos. Igualmente extraño era que nunca se supo a ciencia cierta por qué no se arrestó a los cabecillas de estas bandadas criminales, qué objetivo se perseguía con todo esto ni cómo y cuándo se escogía a las víctimas.

La prioridad era que cuanto más indefensas estuviesen estas, mejor; pero, desde el punto de vista de la operatividad ¿era esa la mejor manera de asegurar los propósitos de los islamistas? Lo más curioso es que, durante años, los ataques a objetivos exclusivamente militares y las arterias de la industria de los hidrocarburos, la principal de largo en Argelia, fueron mínimos en comparación con las escabechinas cometidas en aldeas y barriadas periféricas, generalmente hostiles al régimen. La propaganda oficial no planteaba siquiera estos interrogantes: para ella los atentados, en tanto en cuanto que terroristas, eran ciegos y absurdos, supeditados a una tónica destructiva exenta de cualquier lógica.

La masacre de niños en Hula

El pasado 25 de mayo se cometió una hecatombe en la ciudad de Hula (provincia de Homs, al oeste de Siria) con un saldo de más de cien muertos. De entre ellos, decenas de niños degollados o con los cráneos aplastados. Las imágenes, estremecedoras, dieron la vuelta al mundo y ocasionaron una condena de repulsa generalizada contra el régimen de Damasco como nunca antes se hubiera visto desde el inicio del levantamiento popular contra el presidente Bashar al Asad, en marzo de 2011. Sin embargo, no era la primera: en los meses anteriores, en especial durante las campañas de castigo contra las poblaciones más levantiscas, Homs, Hama, Rastan, Yabal al-Zawiya y un largo etcétera, se registraron tropelías similares, con menos víctimas eso sí, contra familias enteras.

Lo verdaderamente novedoso en esta ocasión fue, además del número elevado de muertos, la presencia en la zona de la comisión de observadores internacionales -allí desplegados en virtud del plan Kofi Anan-. Con rapidez acudieron al lugar de los hechos y certificaron, en primer lugar, que la masacre se había producido y, segundo, que el régimen era el responsable. Estas dos cosas tienen gran importancia, pues el régimen, sustentándose en el apagón informativo y la ausencia de fuentes independientes, siempre había tachado cualquier información contraria a sus intereses (ejecuciones sumarias, torturas, saqueos de casas, etc.) como falsa e imposible de contrastar. Convencido de que poco podía hacer en la batalla mediática de propaganda activa se ha conformado con la opción reactiva: ante una noticia difundida por los activistas en internet o los canales panárabes se respondía con un comunicado oficial o con imágenes de la televisión pública de ese mismo lugar para demostrar la “falsedad” de las imputaciones. El que una fuente imparcial y cualificada, representada por los observadores internacionales, pudiera certificar in situ lo que había ocurrido e inspeccionar los cadáveres y el lugar del crimen supuso la ruptura de esta regla de oro. Tan evidente resultó el crimen que hasta rusos y chinos, aliados firmes del régimen de al-Asad, hubieron de dar el visto bueno a una condena explícita de Naciones Unidas. No obstante, los rusos, cuya diplomacia resulta cada vez más negligente y absurda, acuñaron, por medio del ministro de Exteriores Serguéi Lavorov, una curiosa acusación: tanto el régimen como la oposición eran responsables de la tragedia. No se sabe en qué medida participaron ambos ni qué proporción de responsabilidad criminal ha de soportar cada uno de ellos. Se supone que se han repartido las funciones, porque la propia Moscú reconoció que el ejército regular había bombardeado con artillería pesada la ciudad horas antes de que alguien irrumpiera en los hogares y ejecutase a decenas de seres indefensos.

El Gobierno de Damasco, no obstante, acusó, tras unos primeros días de confusión en los que parecía no saber muy bien cómo reaccionar, a las “bandas terroristas armadas” de la matanza. Como en el caso de Argelia, se ignora cómo ni con quién se han formado estas brigadas ni por qué habrían de cebarse en localidades como Hula y otras del entorno donde también se han documentado ejecuciones a sangre fría de familias enteras. Las autoridades de Damasco, tan efectivas a la hora de detener a activistas y manifestantes pacíficos, no ha sido capaz de identificar a los cabecillas y componentes de estas bandas ni de probar fehacientemente su implicación. El responsable de la comisión de investigación nombrada por el Ejecutivo sirio para investigar los hechos afirmó que las familias atacadas eran conocidas por su negativa a secundar las manifestaciones  anti régimen. Algo difícil de comprobar porque había numerosas familias entremezcladas y, además, Hula se había significado desde mediados del año pasado por su activismo anti Asad.

Los países occidentales no están ya tan convencidos de que todo vale, hasta una dictadura feroz y corrupta, para contener el avance islamista

En julio sufrió el primer gran asalto de las fuerzas de seguridad y desde entonces se han sucedido los asedios y allanamientos. Si Hula, pues, es un feudo de la resistencia, como lo demuestra el hecho de que los observadores de la ONU se reunieron allí con activistas y hombres armados opuestos al régimen, ¿por qué ensañarse así con sus propios partidarios, por muy poco activos que sean? Además, tenemos los testimonios de los supervivientes, los cuales, como en Argelia, dan a entender un excesivo tufo gubernamental en las matanzas intempestivas. Eso por no hablar de que en Siria, donde el expediente confesional es tan delicado, los grupos terroristas, supuestamente radicales islamistas suníes, no se han cebado en las localidades de mayoría cristiana, ismaelí, drusa o alawí (estas tres últimas pertenecientes a la otra gran rama del islam, la chií). Oportunidades y medios no debería faltarles, porque provincias como Homs y Hama, donde se han registrado numerosos enfrentamientos armados entre el ejército regular y el llamado Ejército Sirio Libre, son ricas en pueblos con contingentes de población de varias confesiones. No obstante, salvo determinados atentados realizados contra ciudadanos no suníes en las áreas controladas por los insurgentes, las mayores atrocidades han sido cometidas en el seno de la comunidad suní. ¿Es esta la forma de actuar de un rigorista yihadista islámico que aborrece a chiíes y cristianos?

Como el régimen militar en Argelia hace veinte años, la cúpula dirigente en Damasco, formada por la familia de al Asad, sus clanes allegados y un ramillete de oficiales de los servicios de inteligencia, consideran que la única manera de ganar esta guerra y justificarse en el poder es jugar a la confusión y propiciar un ambiente de caos e incertidumbre en el que demostrar que él es el mar menor. O los Asad, vienen a decir, o el diluvio, esto es, la islamización de Oriente Medio y la reactivación del conflicto araboisraelí. Mas, a diferencia de lo que ocurriera en Argelia en los noventa, los países occidentales no están ya tan convencidos de que todo vale, hasta una dictadura feroz y corrupta, para contener el avance islamista. Entonces, aterrorizados ante la irradiación del ejemplo de la República Islámica de Irán, los europeos, sobre todo, decidieron dejar hacer a los militares argelinos, dar por necesaria la suspensión del proyecto democratizador y obviar la pregunta fundamental -¿quién está matando?-.

Su concepción particular de la estabilidad en el Mediterráneo, y sus intereses comerciales y energéticos, fueron, como siempre, más valiosos que la vida de más de 150.000 argelinos. Hoy, el triunfo de los partidos islamistas en países donde las revueltas han conseguido expulsar a sus presidentes ha dado lugar a una percepción distinta del islamismo político. Además, no es tan evidente, ya no al menos, a la vista de la irracionalidad del régimen de los Asad y su torpeza sangrienta, que su permanencia constituya un mal menor tanto para los estados vecinos como para los intereses occidentales. Para su desgracia, el régimen sirio debe hacer frente a la inasible herramienta de internet y las redes sociales, huésped incómodo que los generales argelinos nunca hubieron de soportar. El apagón informativo ha diferido la generalización del alzamiento popular pero no lo ha impedido; y la represión inmisericorde, la tortura y la bestialidad, que tan bien funcionaran durante décadas ya no paraliza, como antes, a la población. El que a alguien dentro de esa cúpula opaca e incomprensible del poder en Damasco, donde ni siquiera el presidente es capaz de saber a ciencia cierta qué hacen los diversos y múltiples servicios de seguridad, se le haya podido ocurrir perpetrar el genocidio de Hula es señal de que esta gente está dispuesta a todo con tal de seguir gobernando. A nosotros, si es que pensamos que más allá de nuestra crisis económica hay una prioridad llamada el ser humano, nos debería interesar ante todo no tener que preguntarnos más quién está muriendo en Siria.

*Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita, Departamento de Estudios Árabes e Islámicos y Estudios Orientales, Universidad Autónoma de Madrid

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En 2000, Nesroulah Yous publicó un libro titulado Qui ha tué à Bentalha?. El autor, superviviente de una matanza cometida en 1997 en Bentalha, una barriada periférica de la capital argelina, demostraba a través de su testimonio, y una serie de evidencias y razonamientos de peso, la responsabilidad de los cuerpos de seguridad del estado, controlado por los militares desde Argel, en las carnicerías que a lo largo de la década de los noventa sacudieron el país magrebí.