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Clinton, presidente; Michelle, vicepresidenta
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Clinton, presidente; Michelle, vicepresidenta

Escuchando los discursos, leyendo los editoriales de la prensa norteamericana y atendiendo a los participantes en la Convención Demócrata de principios de mes, esa es la

Escuchando los discursos, leyendo los editoriales de la prensa norteamericana y atendiendo a los participantes en la Convención Demócrata de principios de mes, esa es la conclusión (irrealizable) a la que se llega tras los trepidantes días de Charlotte. Con este resultado, volvería a funcionar el dúo Billary: Bill & Hillary. La difícil posición de Hillary Clinton (en aquellos días se fue a China, huyendo de la convención en Carolina del Norte) estaría resuelta. Bill le guarda el sitio para las elecciones presidenciales de 2016 y Hillary se dedica a prepararlas durante cuatro años. El problema es Michelle Obama: ¿se conformaría desde su puesto de vicepresidenta con contemplar la errática figura de su marido vagando por los alrededores de la Casa Blanca?

Ya comprenderán ustedes que la utópica solución que se deduce de estos tres días del cóndor en Charlotte nos mete en un embrollo. Bill, pese a que su discurso logró la proeza de tener más audiencia que el comienzo de la Liga de Fútbol Americano, no puede aterrizar de nuevo en el Despacho Oval, su tiempo ya pasó. La Constitución lo impide, pues ya consumió sus dos mandatos. Lo que es una pena, piensan sus fans. Por otra parte, es sabido que la admiración, incluso el fervor, que despiertan las esposas de los candidatos a la presidencia no suelen traducirse en votos. De ahí, las dificultades para catapultar a Michelle hacia el estrellato como número dos.

Solamente queda una solución alternativa: Obama presidente, Biden vicepresidente. Lo lamento, es lo que hay.

Días de vinos y rosas

Naturalmente, lo antedicho es una especie de parábola de política ficción. Pero no deja de ser lo que, secretamente, sueña por las noches el demócrata medio, a la vuelta a casa de esos días de vinos y rosas. Retornando a la realidad, lo que la Convención Demócrata demostró es que la magia y el glamour del Obama candidato de 2004 se ha estrellado contra  el "grosero mundo" de la realidad. De la realidad de la presidencia, quiero decir, un complicado mecanismo que convierte, por fuerza, al candidato soñador en un pragmático incorregible (e irreconocible). La presidencia es una "espléndida miseria", si estamos de acuerdo con Jefferson. El presidente está sujeto a tal tumulto de responsabilidades que lo transforman en un hiperactivo prisionero y adicto al trabajo, al que no le está permitido olvidar que los fundadores lo hicieron fuerte para que la seguridad y el orden prevalezcan, pero no tan poderoso como para amenazar la libertad de los ciudadanos y hacer caso omiso al Congreso.

El elector americano puede tener la visión de un adolescente, pero luego se empeña en que el presidente actúe como un adulto. Quiere la magia de los sueños en el candidato, pero luego le exige la magia del tanto por ciento: en la producción, en el empleo, en el déficit y en tantas otras cosas

Un presidente no tarda en comprobar que la sentencia "tú procura llegar a la Casa Blanca, aguanta a los necios, supera las primarias, sopórtalo todo con una sonrisa, un comentario ingenioso y un despliegue de glamour, y no tardarás en sentarte en la cima, en el despacho oval, con el mundo a tus pies" debe matizarse mucho. El elector americano puede tener la visión de un adolescente, pero luego se empeña en que el presidente actúe como un adulto. Quiere la magia de los sueños en el candidato, pero luego le exige la magia del tanto por ciento: en la producción, en el empleo, en el déficit y en tantas otras cosas.

Un presidente convencional

Se entiende así que los editorialistas de la Costa Este se mostrasen cautos con el discurso de Obama. Por ejemplo, Joe Klein, en mi opinión el mejor analista político norteamericano, dijo en Time Magazine: “Me ha decepcionado el discurso, sin saber bien el porqué". “Esta vez, Obama no ha volado por la nubes", dijo el Boston Globe. Es decir, lo que antes de la convención habían hecho notar sobre su presidencia The Huffington Post: que Obama ha sido hasta ahora "un presidente convencional". Lo cual, entiéndanme bien, no es un reproche por lo que ha hecho, sino por lo que (ingenuamente) prometió hacer.

"Los tiempos han cambiado. Y yo también. Ya no soy simplemente un candidato: soy el presidente". Esta frase crucial en su discurso de fin de fiestas en Charlotte es la agridulce verdad; es la implícita admisión de un mea culpa, lo cual le honra, pero proporciona armas a su adversario.

Parece que las encuestas publicadas tras la convención favorecen a Obama. Sin embargo, todavía no hay datos fiables de la repercusión sobre el millón de indecisos entre los que se juegan la presidencia Obama y Romney. Creo que estas elecciones las ganará Obama, pero Romney tiene otra oportunidad: los debates entre los candidatos, que comienzan el 3 de octubre en  Denver (Colorado), prosiguen el 16 de octubre en Hempstead (Nueva York) y concluyen en  Boca Ratón (Florida) el 22 de octubre. Aquí se trata de analizar si, después de estos cuatro años, el estadounidense medio se siente mejor o peor que antes.

El hecho de que Romney se encerrara esos días para preparar los debates, renunciando a cualquier intento de contraprogramación de la Convención Demócrata, indica por dónde van los tiros. Ahora ya no importan Clinton y Michelle Obama, lo que importa son los hechos del presidente. Veremos.

*Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y autor del libro Entre la Casa Blanca y el Vaticano

Escuchando los discursos, leyendo los editoriales de la prensa norteamericana y atendiendo a los participantes en la Convención Demócrata de principios de mes, esa es la conclusión (irrealizable) a la que se llega tras los trepidantes días de Charlotte. Con este resultado, volvería a funcionar el dúo Billary: Bill & Hillary. La difícil posición de Hillary Clinton (en aquellos días se fue a China, huyendo de la convención en Carolina del Norte) estaría resuelta. Bill le guarda el sitio para las elecciones presidenciales de 2016 y Hillary se dedica a prepararlas durante cuatro años. El problema es Michelle Obama: ¿se conformaría desde su puesto de vicepresidenta con contemplar la errática figura de su marido vagando por los alrededores de la Casa Blanca?