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Salchichas... Merkel cambia el guion
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Salchichas... Merkel cambia el guion

El canciller von Bismarck, fundador del estado alemán, dijo que “las leyes, como las salchichas, es mejor no saber cómo se hacen”. La historia se repite.

El canciller von Bismarck, fundador del estado alemán, dijo que “las leyes, como las salchichas, es mejor no saber cómo se hacen”. La historia se repite. Nuestra querida Merkel ha estado gestionando la crisis europea de acuerdo con criterios puramente nacionales, por conveniencia y por rigor. A raíz de ello, los réditos para Alemania son descomunales: financiación a costes negativos, ascendencia moral sobre el resto de Europa y dictamen de las políticas presupuestarias de muchos miembros de la eurozona. Ellos pagan, ellos mandan. Sin embargo, son criterios con fecha de caducidad, limitados por el devenir de los acontecimientos y la naturaleza sistémica de la crisis. Y ya lo saben. Ahora pues, toca cambiar el guion: los designios de la canciller cada vez presentan su cara más europeísta. Queda por ver que los actores acepten su nuevo papel.

Todo empezó en Grecia, allá por el 2009. El país no solo mentía en sus cuentas anuales con un déficit real muy superior al oficial. Lo venía haciendo sistemáticamente desde el lanzamiento del euro hace una década. Los tratados europeos no permiten ni el rescate entre países, ni mucho menos la financiación por parte del Banco Central. Se abrió la caja de Pandora: el “riesgo crédito” o la posibilidad de impago de todos los estados soberanos en Europa.

Cierto es que fue una realidad sobrevenida, pero Merkel no duda. Antes de acudir 'vendida' con su balance al rescate de sus socios (no a los eurobonos, no a la unión fiscal), enarbola sin miramientos el sano principio de que cada palo aguante su vela. Identifica la deuda pública y el dispendio desmedido como causa original de la crisis. Se apalanca en el mercado para forzar cambios. Acepta el "riesgo crédito" en la eurozona, pero infravalora el elemento sistémico de la crisis: el mercado acaba asimilando el caso griego al resto de la periferia. La dispersión en costes de financiación soberanos entra desde entonces en una dinámica insostenible: rescates posteriores de Irlanda y Portugal y “fragmentación” del mercado para el resto, penalizándose España e Italia. Donde había solvencia a coste de financiación razonables, ahora se cuestiona.

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Sin embargo,  las posiciones netas acreedoras y deudoras entre los países de la eurozona no son resultantes de las posiciones fiscales. Vienen sobre todo dictadas por flujos del sector privado: son las resultantes de las balanzas por cuenta corriente, exportación e importación. Los alemanes venden masivamente sus coches y demás maravillas tecnológicas al sur, bien por encima de los que esos venden de vuelta allí. A resultas, bancos alemanes y holandeses con liquidez a espuertas, financian de vuelta la fiesta de cajas en el inmobiliario. Efectivamente, España, al estallar la crisis, tenía un saldo de deuda pública sobre GDP del mero 35% -ahora un 85%-, e Italia ya estaba en el 120%. Las complicaciones fiscales son una consecuencia, no una causa de la crisis. El tomate de verdad esta aquí.

Alemania, además de haber acometido reformas del mercado laboral a lo largo de los 90 cuando el resto gastábamos sin mesura, cuenta con una ventaja estructural, el auténtico origen de la crisis. El euro, al incluir a socios mucho menos competitivos, es muchísimo más barato de lo que hubiera sido un marco alemán independiente, el resultante de un criterio país- el que siguen a ultranza en el lado fiscal-. Ese escudo de socios menos competitivos es el que impide que el euro se aprecie como dictan los incrementos de productividad alemana. En consecuencia, el sector exterior en Alemania desde la implantación del euro ha pasado de un 18% del PIB en el 2000 a un 50%. Brutal.  

Sin embargo, el barco, el euro, es el mismo para todos. Nadie duda de la necesidad de ajuste fiscal en las economías periféricas, de la necesidad de austeridad y des-apalancamiento. Pero en la medida en que se pretende combinar con des-apalancamiento en el sector privado, con correcciones de balanza por cuenta corriente, pasarse en la velocidad de ajuste es garantía segura de fracaso en la gestión de crisis. Desde la periferia la recesión va comiendo poco a poco el resto de la eurozona. Francia esta contrayéndose y Alemania flirtea ya con la posibilidad de tasas negativas. Dicho sencillamente, es un error craso cortar de raíz la financiación a tus clientes. La gestión de la crisis requiere pues un salto cualitativo a planteamientos más sistémicos, más propiamente europeos. 

Y es que, en rigor, el credo merkeliano de la competitividad, que tiene incuestionables méritos a la hora de posicionar Europa para un mundo cada vez más globalizado, tiene también sus limitaciones :

La competitividad es siempre un concepto relativo. Se es competitivo en relación a otro. Siempre tendrá que haber uno que sea el más competitivo. Si todos exportáramos como Alemania dentro de la eurozona, ¿quién compraría? De ahí que, a la hora de ajustar costes y corregir la tendencia de precios relativos, también podrían los alemanes contribuir, subiendo salarios, bajando impuestos o expandiendo gasto. Algo han hecho, pero les produce auténtica urticaria, culturalmente, aceptar una inflación quizá del 3 o 4% anual.

La eurozona en su conjunto, frente a otras regiones desarrolladas, es ya de por sí competitiva, como reflejan posiciones de cuenta corriente superavitarias frente a EE.UU. o GB -estructurales-, lo que por cierto hace de la crisis una cuestión de puertas adentro, en toda regla, entre los socios. Más de esto quizá otro día.

La importancia que puede tener la competitividad nacional como criterio informador de políticas económicas es bien distinta según la dependencia que haya del comercio exterior. Siempre hay un mercado de demanda interna que se satisface con producción interior .

El objetivo de mejora de competitividad tiene pues un carácter político innegable. En la medida en que la capacidad de las sociedades de adoptar ajustes es limitada, el debate se está refinando. Y cuanto más se haga desde una perspectiva europea, mejor, más realista y con más visos de aportar soluciones viables y creíbles. No es extraño que la oposición a Merkel en el Bundestag, el SPD, ya abogue desde junio por eurobonos u otros planteamientos que mutualicen la deuda.

Así, Merkel, endiabladamente hábil a nivel táctico, está el cambiar el guion de la austeridad a ultranza por soluciones más sistémicas, y que el personal en Alemania no sucumba ante el riesgo moral de aceptar la necesidad imperante de algún tipo de transferencia. Corolarios a las ganancias estructurales para los alemanes implícitas en las dinámicas del euro. Más altos, más rubios y más guapos quizá, pero no tanto...

El FMI lleva alertando con el mensaje “demasiada austeridad puede ser letal” desde principios de año, pero es a principios de verano cuando comienza a producirse un cambio político real. Draghi entra con la posibilidad de compra de deuda. Merkel visita Grecia y Portuga. Los objetivos de déficit se extienden en el tiempo. Se concentra más el seguimiento en el componente estructural de los déficits. A Grecia se le dará mas dinero o tiempo. Y la crisis llega, está ya, a las puertas del Rhin...

En España, estos días tuvimos confirmación por parte de la Comisión de que no se pedirán más ajustes en 2012 y 2013, aunque los objetivos de déficit se incumplan. Parece que se alinean con las tesis del FMI. Y es que, repitámoslo, la solución en Europa pasa por arreglar aquí y en Italia, -un 35% de la UE- la financiación “fragmentada” y la balcanización del sistema financiero. Romper con el bucle deuda soberana/riesgo bancario. Ajustes cíclicos, propios hasta ahora de esa "condicionalidad estricta", sencillamente no caben sin arriesgar una espiral contractiva deflacionista con cero probabilidad de éxito. Encontrar el fino equilibrio entre el ajuste estructural y el crecimiento requiere a todas luces una política monetaria realmente laxa.

Veremos cómo lo vende Merkel en casa. En el tintero: ECB sin condicionalidad cíclica y hojas de ruta para la unión fiscal y bancaria. Ya tiene al SPD encima clamando al cielo por las inconsistencias de su gestión de la crisis. Ese parcheo continuo de rescates tras planes de austeridad obligados; nada hasta ahora de grandes acuerdos fiscales o bancarios que pongan por delante la realidad inevitable de las transferencias. Sin embargo, con un 70% de aprobación personal como líder europea, Merkel debiera tener campo suficiente para costeárselo políticamente. Solo la Historia nos dirá en 10 años si la estrategia de tener la cuerda del mercado en la mano ha servido para hacer una Europa más fuerte y más ágil. Sospecho que es probable.

*Fernando Primo de Rivera García Lomas, gestor de fondos

El canciller von Bismarck, fundador del estado alemán, dijo que “las leyes, como las salchichas, es mejor no saber cómo se hacen”. La historia se repite. Nuestra querida Merkel ha estado gestionando la crisis europea de acuerdo con criterios puramente nacionales, por conveniencia y por rigor. A raíz de ello, los réditos para Alemania son descomunales: financiación a costes negativos, ascendencia moral sobre el resto de Europa y dictamen de las políticas presupuestarias de muchos miembros de la eurozona. Ellos pagan, ellos mandan. Sin embargo, son criterios con fecha de caducidad, limitados por el devenir de los acontecimientos y la naturaleza sistémica de la crisis. Y ya lo saben. Ahora pues, toca cambiar el guion: los designios de la canciller cada vez presentan su cara más europeísta. Queda por ver que los actores acepten su nuevo papel.

Angela Merkel