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Tres cositas de España para Europa

El otro día buceando en unos de los periódicos con mejor reputación internacional para foguearme en la actualidad, el Financial Times, cayó en mis manos

El otro día buceando en unos de los periódicos con mejor reputación internacional para foguearme en la actualidad, el Financial Times, cayó en mis manos un artículo donde volvíamos a ser objeto de escarnio y duda, de la forma más tópica. En él se hace una descripción puntillosa de las penurias políticas y económicas que asolan al país, y partiendo del establishment más británico posible, concluía con una invitación a cuestionar dónde quedaban los beneficios de permanencia en el euro. A parte de errores de fondo colosales,  como negar la evidencia del apoyo del 70% que el  euro tiene a pie de calle, todavía, a pesar de la crisis, se traía a colación y se cuestionaba la vigencia de aquel dicho de Ortega por el cual “España es el problema, Europa la solución”. Tocó nervio.

Como en perspectiva no tengo duda de lo que España debe a Europa en los últimos 30 años tras habernos recogido de una ribera perdida de la Historia y plantado en la modernidad de la noche a la mañana, me he visto tocado en un orgullo patrio que creía perdido desde hace tiempo. ¿Y España? ¿Qué tiene que contribuir España a Europa? Más allá de las realidades económicas inmediatas derivadas de nuestro tamaño, nuestra estructura económica o nuestra coyuntura reciente donde asimilamos un modelo de apalancamiento por el que nos han tenido que meter en el paquete de ayudados, la pregunta se me presentó con perspectiva, y sobre algo tan esquivo hoy en día como son los “valores” y la cultura. A ellos revierten, siempre, irremisiblemente, todas las realidades económicas y sociales. Y esto es lo que me salió en respuesta al susodicho articulo y que traigo aquí a lengua patria.

En primer lugar no tener complejos en sacar a Europa de un provincialismo craso. En nada más obvio que en la falta de incumbencia de los socios mayoritarios a soluciones sistémicas en la crisis  del euro. Imaginar Europa en su conjunto, sin complejos. La falta de visión política para Europa a largo plazo en un mundo cada vez más globalizado alimenta ese pavor que congela la acción. Es aquí donde los socios mayoritarios padecen sus propias virtudes y las convierten en vicios introspectivos, soberanos. Alemania evita comprometer más al ECB y el empeño de su propio balance,  elude la unión bancaria y se despega de la nueva ortodoxia monetaria. Francia insiste por el lado financiero, pero evita a su vez perturbar su propio campo de sensibilidad: la unión fiscal y la convergencia en parámetros que informen un estado de bienestar europeo, la auténtica torre de marfil. Todavía hay quien duda de que el obstáculo clave a la construcción europea está más en lo segundo.

Mientras en EEUU, Reino Unido y Japón se ha optado por hinchar las economías con liquidez a ultranza, aquí se ha optado por formas más duras pero probablemente a largo plazo más saludablesEn esa búsqueda de identidad nosotros, españolitos, gozamos de una ascendencia  clave para influir a Europa, sin rubor. Esto de la globalización nos viene muy, muy natural. Mientras Europa se debatía en un mundo de brujas y piratas, ya habíamos dado la vuelta al mundo. En cuanto hemos retomado la modernidad, nuestras multinacionales, las cinco o seis grandes, son todas y cada una de ellas las mayores compañías europeas en sus propios sectores, a resultas de un esfuerzo expansivo anterior a la propia constitución del euro. En esencia, gozamos de una vocación universalista primigenia: el concepto cristiano de persona, los ahora cientos de millones de hispanoparlantes, o la mayoría que constituirán en EEUU dentro de varias décadas...etc.  Somos parte de una tradición continental que gracias a los logros patrios pudo empaparse del mundo y formular un proyecto humanista y de progreso, que, a diferencia del anglosajón, mucho más endogámico, se ha hecho exportable, codificado,  al resto del mundo. Una historia larga y compleja. 

En segundo lugar, constituimos para Europa una advertencia constante sobre la perversidad de esos instintos insaciables y excluyentes de las fuerzas nacionalistas. Somos la víctima por excelencia. Toda esta deriva esperpéntica de las 17 tribus con estructuras de Estado en la que nos hemos gastado el dinero es el origen de la crisis bancaria e inmobiliaria, el punto de inflexión definitivo en el descontrol... Ahí tenemos a nuestro pusilánime presidente, pateado por los sátrapas, sin tomar el toro por los cuernos y meterle mano al estado de la Administraciones públicas. Aunque, en rigor, esa connivencia parlamentaria entre partidos mayoritarios y nacionalistas que ha fagocitado los principios fundacionales de nuestra Constitución, viene de muy largo, poco a poco.

El paralelismo entre lo que padecemos aquí por desidia y complacencia y lo que puede padecer  Europa por omisión es abismal. España, mediterránea, atlántica,  como la península dentro de la península europea…es en sí un aviso. Las fuerzas centrifugas de base populista e identitaria, son corrosivas y letales. Toda la experiencia sufrida aquí pudiera metabolizarse constructivamente, informando un principio de acción política europeo, consciente, explicito,  en pos de la integración. Desde dar mayor cabida a las capacidades legislativas del propio parlamento europeo, a apoyar propuestas federalistas en la reforma institucional que se viene. Cualquier impulso reformador debería regirse y valorarse por ese simple criterio: ascendente e integrador o descendente y disolvente.  No hay vuelta atrás,  o nos borran del mapa.

En tercer lugar, aquí nos va, y qué mucho, la competencia. Nos pone si sólo nos dejara toda esa maraña burocrática de taifas que nos hemos montado. En última instancia nuestros propios vicios son también nuestras virtudes: un individualismo abrasador que cuesta entender por ahí fuera. Aquí cada españolito es un reino haciendo del gobierno del todo, casi una entelequia anárquica... Pero también es la misma esencia del arquetipo occidental: el individuo y su iniciativa, su propensión al riesgo, desde el conquistador y el artista hasta el emprendedor actual. Los logros del deporte patrio: algo sintomático de esa realidad. Cuando los escépticos me plantan la analogía de nuestra crisis actual de desapalancamiento y deflación con el caso Japón, me asalta la sospecha de cómo de diferenciales van a ser esos rasgos culturales a la hora de condicionar salidas a la crisis. Allí representan el paradigma de la conformación a la acción colectiva, nada se sale de la fila. Aquí estamos en el contrapunto del espectro, ese individualismo para lo malo y para lo bueno. Los que llevan la carga de algo saben muy bien quiénes son.

De salir de ésta, la ascendencia moral que debiera inspirar el superar esta crisis sólo será superada por la fortaleza de todo el tejido exportador que queda y se expande¿Se pueden creer que en el repaso  a la realidad nacional del artículo citado no se hace mención alguna al milagro exportador de España? Que las exportaciones en mitad de la crisis (2008-13)  hayan aumentado un 17% en términos absolutos, que el peso de las mismas sobre el PIB haya aumentado un 50% hasta un tercio del PIB. La omisión es tan inusitada como intencionada para el machaque de la inviabilidad de Europa.

Mientras en un lado (EEUU, Reino Unido y Japón) se ha optado por hinchar las economías con liquidez a ultranza y uso de balances de bancos centrales -prácticas en rigor pseudocomunistas- aquí se ha optado por formas más duras pero probablemente a largo plazo más saludables: restructuraciones, quiebras, reordenación  de recursos… buscarse la vida. Así como es cierto que cualquier credo económico (keynesianismo, monetarismo o austriacos) encontrará una coyuntura que lo invalide y no hay receta única, y que seguimos sin salir por falta de soluciones sistémicas a corto plazo, sobre todo la “fragmentación de mercados”, es reveladora por su intención política  la falta de cobertura mediática internacional, como tema, que está teniendo ese milagro exportador con la moneda fuerte por excelencia, el euro.

Puede que seamos la punta de lanza de esa otra forma de lidiar con la crisis, un fénix en toda regla, resurgiendo de las cenizas. Algo que a Gran Bretaña comparativamente, por su falta de competitividad a pesar de una moneda flotante en caída libre, le trae de cabeza. Algo desde luego para llevar a la mesa de negociación en Europa. Aquí no hay un problema de competitividad y lo que se necesita es financiación razonable  para la pymes con toda urgencia. ¡Simplemente una política monetaria funcional por algún trimestre! Lo llevamos diciendo desde hace tiempo, la crisis económica europea se arregla por la periferia. Y el resorte de negociación es Francia no Alemania.

De salir de ésta, la ascendencia moral que debiera inspirar el superar esta crisis, y sobre todo hacerlo de esta forma, sólo será  superada por la fortaleza de todo el tejido exportador que queda y se expande.

Por favor, más Europa, más rigor e imperio de la ley, más racionalización y disciplina, más adelante y más hacia fuera, menos tribalismos, menos excentricidades, menos complacencia e introspección  con el pasado.  Es tan cierto que en Europa está la solución para España como que España cuenta con los códigos claves para inspirarla. La península en la península: un destino atado al otro. 

El otro día buceando en unos de los periódicos con mejor reputación internacional para foguearme en la actualidad, el Financial Times, cayó en mis manos un artículo donde volvíamos a ser objeto de escarnio y duda, de la forma más tópica. En él se hace una descripción puntillosa de las penurias políticas y económicas que asolan al país, y partiendo del establishment más británico posible, concluía con una invitación a cuestionar dónde quedaban los beneficios de permanencia en el euro. A parte de errores de fondo colosales,  como negar la evidencia del apoyo del 70% que el  euro tiene a pie de calle, todavía, a pesar de la crisis, se traía a colación y se cuestionaba la vigencia de aquel dicho de Ortega por el cual “España es el problema, Europa la solución”. Tocó nervio.