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Cuatro ególatras y una canción
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Antonio S. Maeso

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Antonio S. Maeso

Cuatro ególatras y una canción

En aquella 'Libertad sin ira' de Armenteros era un pueblo el que era protagonista de la vida política. Hoy, esa sociedad asiste a un duelo de egos que no caben en sus cuerpos

Foto: José Luis Armenteros en 1969. (EFE)
José Luis Armenteros en 1969. (EFE)

En 1976 España atravesaba una situación política más que tensa. Muerto el dictador Francisco Franco, los españoles, como pollos sin cabeza, trataban de abandonar indemnes un pasado sombrío para intrincarse en la olvidada senda de la democracia. Y con un Rey en la cúpula del Estado.

No parecía una tarea fácil. El escenario político del país era tremendamente frágil; el franquismo había sido enterrado en el Valle de los Caídos pero los eslabones más férreos y duros de la cadena del régimen se resistían a romper con su particular historia.

Adolfo Suárez, sonriente e inexperto, era el presidente de un Gobierno que pedía a gritos un giro en lo político y también en lo social. Suárez era un chisgarabís, o eso decían sus detractores, que se tuvo que enfrentar a la vieja guardia del franquismo y, también, a la difícil incorporación al país y a sus calles de los partidos de izquierdas, con parte de sus líderes en el exilio y de un PCE de bandera roja con hoz, martillo y alma tricolor.

'Libertad sin ira' fue un himno que caló hondo en una España que se acostó franquista un 19 de noviembre de 1975 y que se levanto monárquica un día después

En ese caldo de cultivo, en esa efervescencia, vio la luz 'Libertad sin ira', engendrada por el ahora fallecido José Luis Armenteros y por Pablo Herreros.
'Libertad sin ira' musicalizaba la realidad de un Estado que empezaba a desperezarse y renacer pero que seguía viviendo a flor de piel la guerra fratricida de las dos españas, el palo largo y mano dura frente a los que deseaban vivir su vida sin más mentiras y en paz.

'Libertad sin ira' fue un himno para España, con letra frente al chunda-chunda oficial. Caló hondo en una España que se acostó franquista un 19 de noviembre de 1975 y que se levanto monárquica y democrática un día después como por arte de magia. Una España permeable que poco tiempo después incorporaría a la vida política y al Congreso de los Diputados a los que vivieron ocultos y a los que no se dejo hablar libremente durante décadas.

Armenteros supo describir esa España de clase media con aspiraciones que empezaba a asomar la cabeza en una Europa que acababa entonces abruptamente en los Pirineos.

Hoy el tema que popularizara el grupo Jarcha sigue sonando en las cabezas de muchos españoles, machacona, como un objetivo en sí misma. Y la muerte de Armenteros ha inyectado su letra y su música en un país que se debate en pactos interruptus, minorías mayoritarias y gobernabilidad imposible.
Todo lo que se visualiza en las recientes encuestas del CIS. Ni más ni menos.

Muchas cosas han cambiado, sin embargo entre aquella 'Libertad sin ira' a esta nueva versión del siglo XXI, que no tiene letra pero en la que se escucha hablar de cargos, sillones, derecho a decidir, impuestos... El franquismo, hoy, se ha desvanecido por completo; es más, en una Europa en la que la ultraderecha vive un inusitado apogeo que pone los pelos como escarpias, España se ha librado de esos vientos de radicalidad.

Ahora, hoy, en esta España de 2016 el PCE, o lo que queda de él tras el beso de Alberto Garzón a Pablo Iglesias, no tiene nada que ver con aquel partido comunista de peluca con corte a la francesa y cigarrillo en la comisura de los labios. Ha pasado de eso a un batido con coleta al viento.

Rajoy enarbola su poder en votos y escaños y se aferra al picaporte de la puerta del palacio de La Moncloa. Pedro Sánchez huye hacia adelante

En aquella 'Libertad sin ira' de Armenteros era un pueblo, los ciudadanos, el que era protagonista de la vida política española; el que impulsaba el cambio pacífico y sereno de una sociedad artrítica. Hoy, esa misma sociedad, cuarenta años después, asiste a un duelo de egos que no caben en sus cuerpos.

Rajoy enarbola su poder en votos y escaños y se aferra al picaporte de la puerta del palacio de La Moncloa negándose a ceder el testigo ensimismado en su egoísmo. Pedro Sánchez huye hacia adelante perseguido por los peores resultados de una formación histórica, cuyas riendas le han arrastrado a los pies de los caballos. Albert Rivera pastelea con unos y otros haciendo valer una condición de bisagra que empieza a chirriar. Hoy mira aquí, mañana allí. Es lo que tiene el ser, supuestamente, de centro. Y Pablo Iglesias, mientras, espera a dar el sorpasso con Alberto Garzón de convidado de piedra.

España ha tenido en la historia reciente buenos y malos gobernantes; grandes e insignificantes políticos. Hoy, sin excepción, los líderes del póquer de partidos del que habrá de salir el Gobierno tras el 26-J necesitan, más que nunca, volver a escuchar el legado de Armenteros.

En 1976 España atravesaba una situación política más que tensa. Muerto el dictador Francisco Franco, los españoles, como pollos sin cabeza, trataban de abandonar indemnes un pasado sombrío para intrincarse en la olvidada senda de la democracia. Y con un Rey en la cúpula del Estado.

Adolfo Suárez