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Alemania, ¿dónde vas?
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César González

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Alemania, ¿dónde vas?

El cuadro macroeconómico alemán parece envidiable ¡Cómo nos gustaría encontrarnos en una situación semejante a la que disfruta el país económicamente más fuerte de la Unión

El cuadro macroeconómico alemán parece envidiable ¡Cómo nos gustaría encontrarnos en una situación semejante a la que disfruta el país económicamente más fuerte de la Unión Europea! Sin embargo, también los excesos de sus desequilibrios podrían acabar afectando al conjunto de la Unión y, particularmente, a la eurozona.

Nos hemos instalado, cómodamente, en el análisis, causas y consecuencias de los desequilibrios en las economías periféricas de la zona euro. El enfoque tiene una lógica aplastante: la infección periférica provoca dolores en la cabeza de la Unión y contagia al resto de miembros y a otras economías que no adoptaron el euro, pero con las que se mantiene una estrecha vinculación.

Sin embargo, parece que algo más está sucediendo. La infección inicial en Grecia no cede. No sólo no mengua, sino que se extiende rodeando órganos vitales de la eurozona. Y es que quizá los efectos ya se dejan notar en el torrente circulatorio del euro, con independencia de la zona geográfica más dañada. El déficit público francés resulta inasumible, el débil crecimiento en Centroeuropa demanda medidas de estímulo, los mecanismos conjuntos de la eurozona necesitan financiación y el comercio exterior se debilita.

No encontraremos explicación razonable a unos tipos de interés reales negativos durante un período de tiempo tan prolongado. Es Alemania la economía que más se identifica con esta perturbación. La corrección de este desajuste puede realizarse ordenadamente o acabar transformándose en una burbuja causada, precisamente, por su financiación. Burbuja en la cobertura de las necesidades de las administraciones públicas y burbuja en la financiación privada.

La cesión de la política monetaria de los países que integran la unión impide a España la práctica de una devaluación. Pero existe consenso internacional en que, de no existir la moneda única, Alemania estaría apreciando significativamente su moneda. La política fiscal debe corregir este desorden. No parece, sin embargo, que el gobierno alemán esté haciendo frente a la situación con la contundencia que se instruye hacia quienes –de poder hacerlo- estrían devaluando en estos días.

Si atendemos a sus necesidades de financiación, tanto por efecto de su balanza exterior como por su balance fiscal, llegaríamos a idéntica conclusión. En un análisis de flujos, la huída hacia el refugio del euro emitido en Alemania tendrá su reflujo con el consiguiente coste para las carteras invertidas en su deuda soberana.

Llegamos así a la necesaria transparencia de los balances de la banca regional alemana. Confiemos en lo innecesario de los continuos test de esfuerzo a los que se han sometido otras entidades financieras de Europa. Más nos vale que sus arcas no estén llenas de cédulas hipotecarias españolas o de deuda de las distintas administraciones públicas de las economías periféricas. Cuando media Europa transfiere ahorro al Tesoro alemán no parece el momento de fijar la atención en un asunto que aparenta menor. El supervisor bancario tendrá, inicialmente, otras ocupaciones más urgentes que atender.

Alemania ha sido un gran generador de ahorro. La financiación otorgada al exterior ha pecado de un análisis de riesgos poco riguroso, tanto en lo que se refiere a la financiación de las entidades de crédito como en lo que concierne a las administraciones públicas extranjeras. No piensen, tan sólo, en el caso español, porque se empequeñecería el análisis. Alemania ha financiado riesgos soberanos y crediticios que han resultado problemáticos en los últimos años. Y es que Alemania es un país en el que no existe la sólida tradición bancaria anglosajona o, por qué no decirlo, española.

Curiosamente, las armas de control bancario y financiero podrían caer en manos temerosas en el manejo de la política monetaria. Fue Alemania quien sufrió en primer término la hiperinflación. Ahora sus temores podrían llevarnos a la pendiente de la deflación si no acaba por instrumentar apoyos decididos al crecimiento mediante una política fiscal que, en la práctica, suponga una revaluación monetaria del área eurogermana.

Las entidades de crédito alemanas, como grandes prestamistas de las economías más endeudadas del continente, deberían estar procediendo a un fortísimo plan de saneamiento para ajustar las valoraciones de la deuda en sus carteras, no sólo a los precios de mercado, sino al probable deterioro que se viene manifestando en el constante flujo de financiación.

El cuadro macroeconómico alemán parece envidiable ¡Cómo nos gustaría encontrarnos en una situación semejante a la que disfruta el país económicamente más fuerte de la Unión Europea! Sin embargo, también los excesos de sus desequilibrios podrían acabar afectando al conjunto de la Unión y, particularmente, a la eurozona.