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Palabras encadenadas o lo que va de Solbes a RBS
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Alberto Artero

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Palabras encadenadas o lo que va de Solbes a RBS

Los dos acontecimientos que marcaron el curso de los mercados financieros en el día de ayer están mucho más interrelacionados de lo que podía parecer a

Los dos acontecimientos que marcaron el curso de los mercados financieros en el día de ayer están mucho más interrelacionados de lo que podía parecer a primera instancia. En efecto: la bajada de rating soberano de nuestro país, por una parte, y la nacionalización de la nacionalización al más puro estilo Citi de Royal Bank of Scotland, tras sus nefastos resultados de ayer, por otra, tienen impacto negativo directo en la capacidad de financiación de nuestro país. Y de qué manera. No sólo se encarece el coste relativo de nuestros recursos ajenos como consecuencia de la mayor incertidumbre sobre la capacidad de España de hacer frente a las obligaciones para con terceros que tiene contraídas, sino que simultáneamente se cierran fuentes de financiación. El proceso de intervención pública en la banca anglosajona va acompañada de un mandato inmediato: veleidades fuera de las fronteras, las justas. Se ve de forma manifiesta en la información recogida por Bloomberg ayer. Si uno mira el papel jugado por RBS en los últimos años en el mapa empresarial español, se da inmediata cuenta de que el paso del nacionalismo al proteccionismo financiero puede tener serias implicaciones para nuestra nación de naciones, concepto discutido y discutible (Zapatero pixi y dixit).

Si faltaba una confirmación de que se avecinan tiempos difíciles, tomen como tal la negativa del gobierno reconocer tales dificultades, ejercicio de bola de cristal que, desgraciadamente, viviendo de quien viene la experiencia ha demostrado que tiende a ser preludio de malas noticias y peores concreciones. Vean si no el empujón que el viernes Solbes dio a S&P para que certificara sus malos augurios crediticios, reconocimiento tardío de realidades obvias. Ahora se sorprenden, toma ya. Pero sigamos con lo nuestro. Les voy a decir una cosa a esos señores que habitan en las cavernas de la estadística administrativa: no vale de nada el mayor o menor porcentaje de deuda emitida sobre PIB, clavo ardiendo al que se aferran. Importa la capacidad de repago del emisor. Y es aquí donde surgen dudas serias. Porque, como muchos ciudadanos y empresas están sufriendo en sus carnes en estos días, el endeudamiento tiene un problema: si el prestatario no obtiene del dinero recibido rentabilidad suficiente como para abonar el principal y los intereses de lo debido puede incurrir en impago y llevarse tras de él al prestamista, algo que no pasa desapercibido en el entorno actual para los tenedores de fondos. Es clave, por tanto, que la liquidez solicitada se destine a la inversión productiva y no a sostener artificialmente sectores no competitivos o los excesos del estado del bienestar. Otra vez, y van unas cuantas, el necesario sello de las reformas estructurales como guía de actuación.

Sería, de hecho, un craso error repetir los errores que han conducido a la burbuja privada de crédito, a saber: pensar que hay en el mercado una disponibilidad ilimitada de fondos; extrapolar que los costes de financiación van a permanecer estructuralmente bajos; estimar que cualquier refinanciación futura es posible. Y tirar de chequera indiscriminadamente en la creencia de que, en el mundo de la deuda pública, todo el monte es orégano. Si esta fuera una crisis local, aún tendría cabida tal predicción. Al ser el único estado en dificultades, podría concentrar el interés financiador. Pero nos encontramos ante un retroceso de nivel planetario en el que, por primera vez en mucho tiempo, de lo que se discute es de la supervivencia financiera de algunas naciones desarrolladas. Irlanda, que todavía mantiene, no sabemos por cuanto tiempo, su rating AAA, cuenta con una previsión de déficit público superior al 10%, contempla cómo alguno de sus más reputados economistas ven el destino del país en términos de “impago o salida del euro”. Y no son pocas las voces que dentro de España defienden, en un entorno de devaluaciones de divisa directas como la rusa o forzadas como la británica, la conveniencia de que España abandone igualmente la moneda única como dramático y único cauce para ganar competitividad de una sola tacada. No hay que olvidar que nos hemos ganado el dudoso mérito de ser la peor economía de Europa. Toma Champions League que diría el Rockefeller de José Luis Moreno.

Dado que estoy de acuerdo con la tesis de Wolfang Münchau, -dada a conocer ayer en FT, en un más que recomendable artículo que recoge los escenarios que se derivarían del potencial  default de uno de los socios comunitarios-, en el sentido de que las consecuencias de una dramática decisión como la que dicha corriente defiende serían más graves de las que se pretenden evitar, ya que llevarían aparejadas, por parte del Estado, un corralito al más puro estilo pampero y, por lo que respecta a la ciudadanía, una insumisión fiscal y acopio de liquidez nada más se insinuara tal movimiento, creo que lo importante es no llegar a una situación de incumplimiento de nuestras obligaciones, posibilidad apuntada como cierta igualmente por el amigo Willem Buiter, y de la que personalmente pienso aún estamos muy lejos. Eso significa racionalidad y criterio económico a la hora de incrementar nuestra dependencia financiera exterior. Y más con la situación de desequilibrio de la que partimos. Se requiere una toma de conciencia de que los buenos tiempos han muerto y de que ha llegado la hora de apretarse el cinturón. Mejor hacerlo nosotros que no que nos obligue un tercero, ¿el FMI?, a llevarlo a cabo. La única vía de ajuste en nuestro país es a través de una caída brusca de los salarios reales, que la rigidez salarial patria obliga a canalizar a través de un aumento de la población desocupada. Es así y contra eso hay que luchar con medidas que fomenten el empleo pero que, a la vez, permitan mejorar la calidad de nuestro capital humano y productivo. Lo contrario, ya se sabe, da pan para la siguiente elección, pero generará hambre de tipo generacional. Tratemos de evitarlo.

Los dos acontecimientos que marcaron el curso de los mercados financieros en el día de ayer están mucho más interrelacionados de lo que podía parecer a primera instancia. En efecto: la bajada de rating soberano de nuestro país, por una parte, y la nacionalización de la nacionalización al más puro estilo Citi de Royal Bank of Scotland, tras sus nefastos resultados de ayer, por otra, tienen impacto negativo directo en la capacidad de financiación de nuestro país. Y de qué manera. No sólo se encarece el coste relativo de nuestros recursos ajenos como consecuencia de la mayor incertidumbre sobre la capacidad de España de hacer frente a las obligaciones para con terceros que tiene contraídas, sino que simultáneamente se cierran fuentes de financiación. El proceso de intervención pública en la banca anglosajona va acompañada de un mandato inmediato: veleidades fuera de las fronteras, las justas. Se ve de forma manifiesta en la información recogida por Bloomberg ayer. Si uno mira el papel jugado por RBS en los últimos años en el mapa empresarial español, se da inmediata cuenta de que el paso del nacionalismo al proteccionismo financiero puede tener serias implicaciones para nuestra nación de naciones, concepto discutido y discutible (Zapatero pixi y dixit).