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Uniones de cajas: no está el patio para chorradas
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Alberto Artero

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Uniones de cajas: no está el patio para chorradas

Uno de los elementos más controvertidos de la propuesta de unión con la que trabajan algunas cajas regionales es la fórmula que se está barajando de partida. Un mecanismo

Uno de los elementos más controvertidos de la propuesta de unión con la que trabajan algunas cajas regionales es la fórmula que se está barajando de partida. Un mecanismo de integración que respete de inicio marcas y estructuras de balance y cuenta de resultados, permita la creación de una entidad financiera –sin la consideración jurídica de caja- que ampare ambas instituciones y favorezca el establecimiento de un órgano de gobierno homogéneo que ayude a tratar las filiales como si de un holding se tratara eliminando las duplicidades a nivel organizativo. De esta manera se podría lograr el más difícil todavía: contentar a la clase política, evitar la oposición social eminentemente local y establecer un  punto de partida que permita, en el futuro, una potencial fusión.

No sé quién es la lumbrera a la que se le ha ocurrido semejante disparate, que lo mismo parte del imaginario colectivo de unos y otros pero, o no se ha enterado de qué va esto, o no se quiere enterar. Esperemos que el Banco de España aporte una visión un poquito más racional cuando le toque autorizar las operaciones. El proceso de concentración de la banca, en genérico, española es parte de una serie de medidas para asegurar su viabilidad y supervivencia a medio plazo, problema que afecta al conjunto del sistema financiero, como sus actores mayores o menores se encargan de recordar constantemente tanto en público como en privado. Y, cuando está en juego la subsistencia, hay que olvidarse de partida de la conveniencia, de la necesidad de que todos queden satisfechos con un enjuague descafeinado que sea pan para hoy y hambre para mañana. Si gran parte del entramado bancario nacional se debate entre la vida y la muerte, no es momento de complacencias sino de urgencias, por dolorosas que éstas sean.

No es argumento el del tamaño, me van ustedes a perdonar. Contemplado en positivo -el reverso es el too big to fail-, la mayor o menor dimensión de una entidad no es garantía de nada. Hay más ejemplos que meses tiene el año de mega instituciones que deambulan por el mercado en busca de su identidad perdida en el mundo anglosajón. Importa el contenido y no el continente, como ha quedado demostrado. Tanto antes de cualquier acuerdo como, sobre todo, después de él. Cualquier proceso de unión se ha de basar necesariamente bien en que se produce una complementariedad geográfica, bien en que se logran cubrir nichos de mercado, porque hay una posibilidad cierta de incrementar los ingresos conjuntos o de lograr sustanciales ahorros de costes o, finalmente, porque de la unión resulta un balance más sólido y con el riesgo más diversificado. Ciñéndonos al ámbito regional y al perfil de la mayoría de las cajas de nuestro país, la lógica invita a pensar que de todos los condicionantes antes enumerados sólo las sinergias de gastos o la distribución del riesgo del balance, y ya es conceder, podrían justificar la unión, dado el solape tanto geográfico como de modelo de banca que les caracteriza. Algo que la estructura inicialmente propuesta es lo único que no permite ver con la claridad suficiente. Curioso.

Si algo ha demostrado la historia financiera de este país es que el potencial descontento social que se deriva de una fusión de este tipo es mucho menor del que se puede intuir de partida, aunque pueda parecer lo contrario. Y más en entidades algo más pequeñas en el que la proximidad prima sobre cualesquiera otros considerandos y el cliente lo es, en muchos casos, del gestor sea éste de la sucursal o de los servicios centrales de la sociedad. Con independencia de que la creación de una nueva marca, y la aparición de unas cuentas unificadas, siempre ayuda a la percepción, por parte de los distintos agentes afectados, de una ruptura con lo anterior y de inicio de una nueva etapa que parte sin los condicionantes de la anterior. Por tanto, desde el punto de vista de la imagen de la caja fusionada, las ventajas superarían con mucho a los nimios beneficios de una potencial integración formal pero no operativa, en mi modesto saber y entender.

Lo bueno es enemigo de lo mejor. Bien, depende de qué sea lo que está en juego, ¿no creen? El patio está como para andarse con paños calientes a la hora de plantearse la racionalización del sistema financiero español. De ahí que sea fundamental que los primeros en actuar lo hagan desde la ortodoxia que impone la necesidad y marquen teóricamente una hoja de ruta genérica adecuada para todos los demás. Plantear un acuerdo de poco más de mínimos, como el que aparenta a primera vista este tipo de asociación, es un error que debería ser subsanado por aquellos a quien corresponda, bien porque esté en sus manos la aprobación de los términos de la operación (políticos, supervisores e incluso Asambleas Generales de las entidades afectadas), bien porque tenga capacidad de forzar algún tipo de mecanismo administrativo que afecte a su capital desde su atalaya institucional. Pero no les quepa ninguna duda, si éste es el modelo a seguir, vamos aviados.

Uno de los elementos más controvertidos de la propuesta de unión con la que trabajan algunas cajas regionales es la fórmula que se está barajando de partida. Un mecanismo de integración que respete de inicio marcas y estructuras de balance y cuenta de resultados, permita la creación de una entidad financiera –sin la consideración jurídica de caja- que ampare ambas instituciones y favorezca el establecimiento de un órgano de gobierno homogéneo que ayude a tratar las filiales como si de un holding se tratara eliminando las duplicidades a nivel organizativo. De esta manera se podría lograr el más difícil todavía: contentar a la clase política, evitar la oposición social eminentemente local y establecer un  punto de partida que permita, en el futuro, una potencial fusión.