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El enorme peligro de creer que aquí no ha pasado nada
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Alberto Artero

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El enorme peligro de creer que aquí no ha pasado nada

Reconozco que se me pusieron los pelos como escarpias. Un leve escalofrío recorrió mi espina dorsal y me invadió la segura certeza de quien sabe que esto

Reconozco que se me pusieron los pelos como escarpias. Un leve escalofrío recorrió mi espina dorsal y me invadió la segura certeza de quien sabe que esto ya lo ha vivido antes. Fue a raíz de una de las primeras lecturas post vacacionales a las que me entregué la semana pasada con la sana intención de formarme un criterio acerca de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos. En uno de los textos seleccionados advertía un estratega bursátil del advenimiento de un nuevo Goldilocks como consecuencia del retorno del crecimiento económico, la inflación controlada y los bajos tipos de interés; prematuro renacer de la época dorada para las inversiones, tanto materiales como financieras, que condujo a la crisis que se iniciara en el verano del 2007. Fugaz paradigma de infaustas consecuencias. Dios mío, pensé, hasta donde llega la osadía humana. Pasan los meses y la ignorancia sigue siendo la madre de la imprudencia. No les quepa la menor duda.

Y es que, como en el Gatopardo, algunos parecen interesados en vendernos que todo ha cambiado cuando, si uno mira la discrepancia que se está produciendo entre lo que está sucediendo en la economía productiva y lo que acontece en los mercados, la realidad es que queda la sensación agridulce de que, en realidad, la vida sigue igual. Las bolsas superan Lehman, titular colectivo del día 26. Prueba conseguida. Y esta complacencia es una tragedia que puede retrasar aún más el ya de por sí largo, costoso y doloroso proceso de recuperación económica e incluso moral que tenemos por delante. Si quieren entender de qué les hablo, les recomiendo que vuelvan la mirada sobre uno de los Valor Añadidos sabatinos que precedieron el cierre de curso escolar. Giraba sobre lo que, a mi juicio, es uno de esos artículos que hay que enmarcar pues dan claves fundamentales que permiten desentrañar qué es lo que se cuece entre bambalinas de las grandes decisiones de política monetaria de los Bancos Centrales. Estamos hablando del pecado de Greenspan.

En aquella pieza, el que fuera presidente de la Reserva Federal dejaba una estela de perlas dialécticas para el recuerdo de extraordinaria relevancia. No me quiero extender por lo que les recomiendo encarecidamente su lectura.  En esencia, lo que se deducía de sus palabras era que el proceso de toma de decisiones interno de la FED estaba en su época demasiado alejado de la ortodoxia academicista y extraordinariamente cercano a la manipulación, a través de las finanzas, de la economía real con un sólo objetivo: lograr que los mercados superaran su carácter de indicadores adelantados para convertirse en causa misma de la recuperación económica. No está mal viniendo de quien viene, ¿no? Una aviesa intención que no ha encontrado excesiva censura en los medios. ¿A quién le importa? Ande yo caliente ríase la gente, parece aplaudir la colectividad. Hasta los sesudos alemanes habrían descubierto este juego. Así se deduciría de la apertura escandalosa, a mi juicio, del Financial Times hace tan sólo una semana, German pact on job cuts, en el que se anunciaba un acuerdo tácito para aparcar las malas noticias hasta que estuviera garantizada la reelección de Merkel a finales del mes de septiembre. ¡Qué viene la izquierda! ¿Quién se fía ahora de las encuestas de confianza en aquél país?

El problema de esta dinámica es el día después. Y eso es en lo que nadie parece pararse a pensar a día de hoy. Separemos macro de micro. Respecto a la primera, parece evidente que la banca privada sigue sin funcionar como vehículo de transmisión a los agentes económicos de la política monetaria hiperexpansiva en vigor. El crédito no fluye pese a la laxitud sin precedentes. Incluso se contrae, al menos en Europa, tal y como conocimos la semana pasada (FT, Lending fears dent recovery prospects). Es verdad que hay un repunte ligado a la actividad hipotecaria y centrada principalmente en el mundo anglosajón. Pero está vinculado a precios de derribo, incentivos fiscales con fecha de caducidad y tipos presionados por las recompras masivas de deuda sectorial de los respectivos bancos centrales. En Estados Unidos, la situación es dramática fuera de las principales instituciones financieras del país (MW, FDIC: Number of troubled Banks rise to 416), mientras que la banca europea en general y la española en particular se han ganado el apelativo de zombies (WSJ, Zombie credit rise in Europe), muertos vivientes que se han limitado en aplazar sus problemas en espera de una recuperación que, vuelta la burra al trigo, sólo parece poder venir a día de hoy de la mano de los mercados. Eso por no hablar de China y la bomba de relojería sobre la que se asienta su sistema financiero. Si la banca no vuelve a su actividad tradicional cuanto antes estará acelerando, sin duda alguna, su crisis definitiva. Y entonces no quedarán resortes disponibles.

Soy de los que piensan que la perpetuación de los bajos tipos de interés en el tiempo no traerá consigo un inmediato repunte de la inflación debido al exceso de capacidad potencial existente en el sistema. Una sobreoferta que, sin embargo, y entramos aquí en el ámbito fiscal, va a provocar, desgraciadamente, que aumente en todas las naciones la tasa de paro estructural ya que, dada la situación de consumidores y empresas, se trata de un déficit de demanda que se tardará años en cubrir. De ahí que sea aún más suicida la aplicación de políticas fiscales expansivas de carácter asistencial, no vinculadas a la mejora del entorno productivo, y que, por el contrario, no hacen sino expulsar cada día más al sector privado de la economía, efecto crowding out.

Porque la gente, y en especial los políticos, parecen olvidarse de que la contracción de los déficits, ese mal necesario como los define Krugman (NYT, Till the debt does its part), depende, primera y principalmente, de la reactivación de los factores que componen principalmente el PIB y que son los principales contribuyentes a las Arcas del Estado y de que, sólo cuando ésta no se produce, es momento de hablar de subidas de impuestos, contracción del gasto público o incluso monetización de la deuda. Los programas Renove del sector del automóvil alrededor del Planeta han mostrado el éxito de este tipo de iniciativas que son las que deberían primar dentro de un ámbito, eso sí, de enseñar a pescar (cambio de modelo productivo) a la vez que se dan peces. De lo contrario, lo único que hacemos es meter presión con fines electorales a las Arcas Públicas que, en contra de lo que algunos parecen creer, no son un pozo sin fondo. Los recursos son limitados.

Termino con la micro. El rebote bursátil, más allá de la calidad mayor o menor del mismo (Tim Price lo llama el rally de la basura en FT, al afirmar easy recovery cannot follow years of capital misallocation) y de algunos fenómenos extraños como la concentración de volumen en firmas quebradas en manos de la administración estadounidense, ha venido acompañado de buenas noticias por el lado empresarial, donde muchas compañías han batido los estimados de los analistas e incluso han mejorado sus proyecciones para 2009. Bien, no es por ser aguafiestas pero no está de más recordar aquí que, por una parte, el retroceso medio interanual de beneficios se ha situado en Estados Unidos en el segundo trimestre en el 25%. Hombre, tampoco es para tirar cohetes, digo yo. Más preocupante es que las ventas no crecen, ergo lo que se está produciendo es un ajuste en el resto de la cuenta de resultados que obviamente no puede durar indefinidamente. Pero aún hay más. Gran parte de esa mejora se deriva de la falta de inversión de las compañías ante la incertidumbre sobre su futuro, por una parte, y la falta de financiación, por otra. Pan para hoy ¿y? Pero claro si el sentimiento, conduce a las alzas y esta a la mejora económica… No es de extrañar que estrategas y traders (The Street, Kass: market has likely topped) digan ¡cuidado! Servidor comparte esa cautela. Mañana más y, seguro, más cortito.

Reconozco que se me pusieron los pelos como escarpias. Un leve escalofrío recorrió mi espina dorsal y me invadió la segura certeza de quien sabe que esto ya lo ha vivido antes. Fue a raíz de una de las primeras lecturas post vacacionales a las que me entregué la semana pasada con la sana intención de formarme un criterio acerca de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos. En uno de los textos seleccionados advertía un estratega bursátil del advenimiento de un nuevo Goldilocks como consecuencia del retorno del crecimiento económico, la inflación controlada y los bajos tipos de interés; prematuro renacer de la época dorada para las inversiones, tanto materiales como financieras, que condujo a la crisis que se iniciara en el verano del 2007. Fugaz paradigma de infaustas consecuencias. Dios mío, pensé, hasta donde llega la osadía humana. Pasan los meses y la ignorancia sigue siendo la madre de la imprudencia. No les quepa la menor duda.

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