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Pues claro que el sistema bancario español está quebrado
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Alberto Artero

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Pues claro que el sistema bancario español está quebrado

Hoy lanzamos la nueva Cotizalia, no dejen de darse un paseo por sus páginas y de aportar, en la noticia que hemos publicado al respecto, cuantos

Hoy lanzamos la nueva Cotizalia, no dejen de darse un paseo por sus páginas y de aportar, en la noticia que hemos publicado al respecto, cuantos comentarios les pueda suscitar. Gracias, como siempre, por su fidelidad.

Suelo  decir, a los pocos que tienen por bien escucharme en los escasos foros en los que me prodigo, que el dinero no ha de quitar el sueño. No en vano cuesta mucho ganarlo para que se convierta en una preocupación más. Y advierto en este punto, para mayor tranquilidad de mi audiencia, que, en esencia, la banca es insolvente. De hecho está en la naturaleza de su propio negocio el serlo. Su margen de intermediación lo obtiene pidiendo dinero prestado a corto, cuentas corrientes o depósitos, financiación ajena aparte, y prestándolo a largo. Es la desconexión entre la exigibilidad inmediata de lo depositado y la imposibilidad de ejecución automática de lo prestado lo que determina que sea insolvente en el semántico sentido de no poder hacer frente a sus pagos si todos sus clientes exigen su dinero a la vez y/o si, como parece que está empezando a ocurrir en Grecia, no tiene acceso a recursos alternativos de terceros. La insolvencia-liquidez es consustancial al sistema financiero. Y hay que ponerla en contraste con la solvencia-recursos propios que hace referencia la acepción más técnica del término. A esta última es a la que nos referiremos en el día de hoy.

Por hacerlo simple –y centrándonos ya en la normativa que se avecina, Basilea III, que también se va a ocupar, por cierto, de la iliquidez-, la mayor o menor sanidad del parámetro de solvencia se calcula poniendo en relación el nivel de capital y reservas de la institución de la que se trate con el riesgo ponderado de su balance. Siguiendo con esta argumentación minimalista, su mejora se podría derivar, ceteris paribus, de una contracción del activo de la firma (cuya partida principal es la inversión crediticia), de una transición del mismo hacia apuestas más seguras manteniendo su tamaño, de una mejora de sus fondos  propios, a través de la conversión en tales de sus beneficios o de la aportación de nuevos fondos por parte de sus accionistas. Un mecanismo en apariencia sencillo que choca con un pero principal: la inadecuada correspondencia, en muchos casos, entre el riesgo contable u oficial y el verdadero o real en las posiciones detentadas por las firmas bancarias. Una discrepancia comúnmente tolerada en España, gracias a la inestimable ayuda tanto de la Administración con sus cambios normativos (modificación de la Ley del Suelo en la LES), como el supervisor con sus modificaciones dispositivas o las propias entidades con esa política consentida de la patada adelante, adjudicaciones a mansalva, refinanciaciones suicidas y a mirar hacia otro lado.

Una gran mentira que queda en evidencia cuando alguien, sea dentro o fuera de nuestro país, se dedica a tirar de la manta y a asomar las excrecencias que la misma esconde. Ya comentamos en su día cómo la intervención de CCM por parte del Banco de España ponía de manifiesto, dislates de sus gestores aparte, un nivel de morosidad y de irrecuperabilidad de sus apuestas muy superiores a la media sectorial, aun aplicando un factor de corrección. Un hecho que debería haber llevado a una reflexión colectiva que, vaya hombre, nunca se produjo. No dejen de leer el tercer y último párrafos de lo que publicáramos entonces. Pues bien, algo similar se desprende de los detalles de la primera compra por parte del banco malo irlandés, el NAMA o National Asset Management Agency, de 16.000 millones de los 81.000 de nominal total que va a adquirir a los tres principales bancos locales, ahora semi estatales, y a dos de sus mayores Building Society, equivalentes a nuestras cajas de ahorros. No creo que la situación inmo-financiera de Irlanda sea muy distinta a la nacional, salvo por la mayor diversificación internacional de nuestros dos gigantes, Santander y BBVA.

Ya de por sí llama la atención el descuento medio aplicado en la adquisición, que se sitúa en el 47%, a través de la entrega de unos papelitos garantizados por el estado por valor de 8.500 millones de euros. Un ajuste a la baja que, sin duda, deberá ir acompañado antes o después de aumentos de capital de las vendedoras a fin de compensar las abultadas pérdidas obligatoriamente sufridas. ¿Demasiado? Aún no han visto nada. Como suele ocurrir en estos casos, el pánico está en los detalles.

  1. Ajustado por el loan to value de las garantías afectadas (77%), la rebaja aplicada sube al ¡60%!
  2. Al menos, será suelo, ¿no? Ni mucho menos. En la cartera afectada éste supone apenas un 15% del total, al estar compuesta en su mayor parte por una categoría llamada Inversiones que entiendo comprende aventuras de las que podríamos encontrar numerosos ejemplos en el espectro patrio.
  3. Y, ojo, como ocurría en el caso de la CCM, no se olviden es la Administración la que está poniendo el baremo. No en vano alguien, por fin, en alguna parte, se ha dado cuenta de que el dinero de los contribuyentes no está para regalarlo. De hecho el NAMA paga 2.000 millones MENOS de lo que realmente cree que valen tales activos crediticios

Hagan una extrapolación a España y arribarán a la conclusión a la que hemos llegado muchos hace tiempo: con una valoración realista de la cartera crediticia e inversora de nuestras instituciones, el sistema bancario español está quebrado. No es tan dramático. Irlanda ha demostrado que a grandes males se pueden aplicar grandes remedios. Sólo hay que tener la valentía de reconocer la dimensión del problema y actuar en consecuencia. Mi apuesta ha sido siempre por el modelo sueco. Las reformas estructurales no se pueden llevar a cabo parcheando las grietas más obvias. Llevamos demasiado tiempo perdido, acumulando desequilibrios en la financiación con objeto de salvar la cara, que antes o después nos terminarán pasando factura. Miren este gráfico: la mitad de la  deuda externa española es bancaria y, de ella, el 50% es de corto plazo. ¿Sorprendidos? Es lo que hay. Caben dos opciones, o que cojamos el toro por los cuernos, si los antitaurinos me permiten la expresión, y marquemos internamente la ruta a seguir, o que alguien haga en un momento dado los números de nuestras entidades a la irlandesa y nos imponga un camino aún más doloroso. Hay demasiado marmolillo haciendo favores en las alturas. Patada en el culo y a actuar.

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Hoy lanzamos la nueva Cotizalia, no dejen de darse un paseo por sus páginas y de aportar, en la noticia que hemos publicado al respecto, cuantos comentarios les pueda suscitar. Gracias, como siempre, por su fidelidad.

Asociación Española de Banca (AEB) Morosidad