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Por qué España DEBE ser la nueva Irlanda
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Por qué España DEBE ser la nueva Irlanda

Wolfgang Münchau ha vuelto a poner el dedo en la llaga en su columna de ayer de Financial Times al afirmar, en relación con la baja

Wolfgang Münchau ha vuelto a poner el dedo en la llaga en su columna de ayer de Financial Times al afirmar, en relación con la baja tasa fiscal corporativa de Irlanda, que “it is hard to conceive of an issue that is less relevant to the current problem”. Sin embargo, numerosos analistas en nuestro país siguen erre que erre, empeñados en atribuir a ese 12,5% la causa de gran parte de los males que afectan al que fuera llamado Tigre Celta, sin darse cuenta de que España se puede ver abocada en breve a adoptar un esquema tributario similar. De que, de hecho, replicar tal ventaja impositiva puede ser la única alternativa para acometer de modo rápido y eficaz el cambio de modelo productivo que España necesita, la vía más limpia y menos dolorosa de evitar los años de estancamiento que nos esperan por delante. De que, a lo mejor, España debería ser, desde ese punto de vista y sólo desde él, la nueva Irlanda.

A un servidor no le gusta escribir dos veces en un breve intervalo de tiempo de una misma cuestión. Creo empero que esta vez merece la pena. Me van a permitir para situar la cuestión que apele a mi post del viernes. En él hacía referencia a los siguientes hechos, que no hipótesis:

  1. El establecimiento de un tipo del Impuesto de Sociedades bajo en Irlanda, que se aplica en exclusiva a la actividad productiva, cumplió con su finalidad en origen: dar la vuelta a la estructuralmente precaria situación económica del país. Posteriormente la ceguera política, financiera y ciudadana torcieron las cosas.
  2. Si en España se hubiera aplicado una ortodoxia similar a la irlandesa en los activos en el balance de la banca ligados a construcción y/o inmobiliario, con recortes de valoración medios del 50%, se abriría un agujero del 20% del PIB que, añadido al existente, nos colocaría a la par con la situación presupuestaria de la isla. Cuidado con sacar pecho.
  3. Son el consumo y las rentas del trabajo las que sostienen los ingresos públicos en ambas naciones, no los impuestos pagados por las corporaciones que, además, pueden encontrar otras áreas geográficas -como una Suiza que ya se está postulando- e incluso resquicios legales dentro de la propia Eurozona para minimizar sus pagos a Hacienda. Sin embargo, el establecimiento de compañías en un territorio repercute de forma importante, vía creación de empleos-salarios-compras, en la recaudación fiscal: IRPF e IVA.
  4. Además, en el caso irlandés donde el perfil es eminentemente tecnológico, dicho establecimiento ha permitido el desarrollo de una notable actividad exportadora al amparo de la desarrollada por dichas compañías. Prueba de ello es que Irlanda se han disparado los flujos a las arcas del estado procedentes de aranceles y que el volumen de inversiones directas procedentes del extranjero se va a situar el presente ejercicio en máximos de siete años.
  5. Por último, mientras que a octubre de 2010 la contribución del Impuesto de Sociedades al total de las aportaciones tributarias en Irlanda era del 10,5%. En España se situaba en el 9,5%. No sólo eso: su porcentaje respecto al PIB es mayor en aquel país que la media de la UE, de acuerdo con la OCDE. Vaya, vaya… Es importante recordar que se trata de una figura que, en el globalizado mundo actual, es extraordinariamente sensible a los tipos que la configuran de modo tal que una bajada de los mismos puede conducir a un mayor nivel de ingresos por este concepto.

Hecho este necesario circunloquio, volvamos a la propuesta que da origen a este post y que parte de una premisa esencial, con la que se puede o no estar de acuerdo: la incapacidad de nuestros dirigentes de establecer los parámetros adecuados para facilitar el cambio de la estructura productiva que España necesita. Una reforma imprescindible que, de no producirse de dentro afuera, habrá que forzar que se materialice de fuera adentro a través de medidas que permitan atraer las fuerzas necesarias para transformar nuestra economía. Propuesta de corte fiscal-impositivo a implantar de forma paralela a las de categoría fiscal-fraude (afloramiento de actividad sumergida) y fiscal-gasto (eficiencia frente a reducción indiscriminada de la acción pública). ¿Sería posible en el marco comunitario actual? Difícil parece en un momento en el que se tiende a la armonización entre los estados miembros y cualquier movimiento es interpretado en términos de amenaza para la supervivencia del proyecto colectivo del euro (a costa de sacrificar la viabilidad de cada uno por separado).

Aun así, bajar en un momento como el actual el tipo del Impuesto de Sociedades permitiría aprovechar la corriente internacional en sentido contrario que afecta tanto al ámbito real como financiero, sobre la base de las especiales particularidades que ofrece España como lugar idóneo para vivir/trabajar. No sólo ayudaría a minimizar el peso de las industrias de menos valor añadido y la adecuada transición hacia la excelencia, sino que facilitaría la atracción y retención del capital humano foráneo y patrio, dinamizaría el mercado inmobiliario tanto terciario como residencial de alquiler, contribuiría a la apertura al exterior de nuestras medianas y pequeñas compañías al calor de los nuevos parámetros de competitividad que terceros imponen, traería consigo el mejor aprovechamiento de las infraestructuras, impulsaría la cultura del emprendimiento y acabaría con la del provincialismo rancio, provocaría una liberación de caja para acometer nuevos proyectos, implicaría el retraso en la activación de las pérdidas fiscales con el consiguiente impacto positivo para las arcas públicas, auxiliaría a la Seguridad Social por el aumento de número de cotizados y así sucesivamente. Y todo ello aliviando nuestros déficits gemelos, presupuestario y exterior. Por soñar que no quede.

¿Un disparate? Seguro. Pero no muy distinto a los que nos tienen acostumbrados nuestros gobernantes. Y, al menos, esta idea puede responder a alguna lógica, más ahora que los potenciales efectos perniciosos que algunos oponen a una proposición de este corte, sobrecalentamiento al calor de esa llegada de nueva riqueza societaria, se ven claramente minimizados por la coyuntura tanto global como doméstica y por las lecciones que se pueden extraer de los errores irlandeses. Me he enrollao demasiao.

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Wolfgang Münchau ha vuelto a poner el dedo en la llaga en su columna de ayer de Financial Times al afirmar, en relación con la baja tasa fiscal corporativa de Irlanda, que “it is hard to conceive of an issue that is less relevant to the current problem”. Sin embargo, numerosos analistas en nuestro país siguen erre que erre, empeñados en atribuir a ese 12,5% la causa de gran parte de los males que afectan al que fuera llamado Tigre Celta, sin darse cuenta de que España se puede ver abocada en breve a adoptar un esquema tributario similar. De que, de hecho, replicar tal ventaja impositiva puede ser la única alternativa para acometer de modo rápido y eficaz el cambio de modelo productivo que España necesita, la vía más limpia y menos dolorosa de evitar los años de estancamiento que nos esperan por delante. De que, a lo mejor, España debería ser, desde ese punto de vista y sólo desde él, la nueva Irlanda.