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Bruselas, tenemos un problema: ya (casi) nadie quiere ser europeo
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Alberto Artero

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Bruselas, tenemos un problema: ya (casi) nadie quiere ser europeo

Es evidente que, en la medida en que las desigualdades crecen y los populismos y los nacionalismos se imponen, esta tendencia al desapego va a ir a más y no a menos

Foto: Un manifestante griego quema una bandera de la Unión Europea. (Reuters)
Un manifestante griego quema una bandera de la Unión Europea. (Reuters)

A través de 'Financial Times' llego a una interesante encuesta elaborada por el Pew Research Center sobre el interés de los europeos por seguir perteneciendo a la Unión, en lo que se antoja como condición necesaria para que el proceso de integración regional siga su (lento) curso.

Pues bien, sus conclusiones no pueden ser más demoledoras, a saber:

1. Apenas un 51% de los ciudadanos de los países miembros tienen una visión favorable del proyecto comunitario.

2. Sorprende especialmente el caso de Francia, donde el porcentaje se reduce hasta un 38%, por el 58% de Italia, el 50% de Alemania o el 47% de España. En los años previos a la crisis (2004 a 2007), los porcentajes se situaban en niveles del 80% en Italia o España y cerca del 70% en Alemania y Francia.

3. Resulta obvio, al calor de lo anterior, que el bolsillo ha pesado sobremanera en la valoración de las ventajas de la pertenencia por parte de los habitantes de la UE. Solo en Polonia y Alemania se aprueba la gestión que desde los centros de poder europeos se realiza de la economía del conjunto.

4. No es de extrañar, pues, que los partidarios de que se cedan más competencias a Bruselas apenas supongan un 19% del total, mientras que los defensores de lo contrario más que les doblan, hasta alcanzar el 42%.

A partir de esas cuatro evidencias, es evidente que, en la medida en que las desigualdades crecen y los populismos y los nacionalismos se imponen, esta tendencia al desapego va a ir a más y no a menos, de tal forma que el precedente del Brexit, de llegar a producirse, puede abrir la espita a nuevos y sonoros intentos de deserción en los estados con mayor descontento popular.

No obstante, hay dos observaciones curiosas, puertas a la esperanza:

  1. Una cosa es predicar y otra bien distinta dar trigo. De hecho, el 70% de los encuestados piensa que un Brexit sería malo para el conjunto de la UE. Está bien eso de opinar cuando se ven los toros desde la barrera, pero otro gallo probablemente cantaría si tocara saltar al ruedo.
  2. Sorprendentemente, los jóvenes de entre 18 y 34 años -los más afectados en sus expectativas por la crisis, al menos en teoría- son los que tienen un mejor concepto de la idea comunitaria, especialmente en países tan críticos como Francia (56%) o el propio Reino Unido (57%), donde el 'gap' en percepción respecto a los mayores de 50 alcanza los 25 y los 19 puntos porcentuales respectivamente. No ocurre lo mismo en España, donde la diferencia se sitúa en nueve puntos, o en Italia, única nación donde es negativa, en apenas un punto porcentual.

Sea como fuere, lo interesante es ver cómo la indiferencia de los votantes hacia sus representantes locales se está extendiendo también a los organismos supranacionales que rigen sus destinos.

Algo muy difícil de revertir y que requeriría actuar sobre, al menos, tres grandes frentes:

  1. Confianza: para lo que es necesario un trabajo didáctico y una hoja de ruta clara, en que las excepciones nacionales tengan poca cabida a favor del interés colectivo. A día de hoy, pocos comprenden las ventajas de la UE y de la eurozona, y pesa sobre la actividad de sus principales instituciones la sensación de que prima, en demasiadas ocasiones, lo particular sobre lo general.
  2. Integración: para que el proyecto sea creíble, requiere avanzar mucho más aprisa en la delegación de funciones y competencias a entes supranacionales así como en la unión fiscal. Todo va demasiado lento y, las más de las veces, los avances son fruto no tanto de una necesidad común de progreso cuanto de la solución precipitada de situaciones críticas.
  3. Recuperación de identidad, que históricamente ha girado sobre el derecho romano y la moral cristiana, conceptos ambos que están en tela de juicio. Sin una referencia a la que adherirse, a la estadounidense, es muy difícil aunar idiosincrasias tan dispares como las existentes en los países miembros.

El problema llega cuando la política pasa de ser estadismo a escapismo, refugio en el que la mediocridad que en ella se ha instalado solo persigue su propia supervivencia. Pretender que esta gente sea capaz de ceder su parcela de poder en beneficio de una aspiración que les trascienda es quimérico.

Y si al menos allá en Bruselas la cosa fuera mejor…

Mal pinta la cosa para el (fallido) proyecto europeo.

A través de 'Financial Times' llego a una interesante encuesta elaborada por el Pew Research Center sobre el interés de los europeos por seguir perteneciendo a la Unión, en lo que se antoja como condición necesaria para que el proceso de integración regional siga su (lento) curso.

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