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Obama y Romney, dos convenciones para olvidar
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José Antonio Gurpegui

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Obama y Romney, dos convenciones para olvidar

Concluidas las convenciones republicanas y demócratas, hay que preguntarse el rédito que cada uno de los contendientes, el candidato Romney y el presidente Obama, obtendrán de

Concluidas las convenciones republicanas y demócratas, hay que preguntarse el rédito que cada uno de los contendientes, el candidato Romney y el presidente Obama, obtendrán de lo acontecido en Tampa y Charlotte. Sus compromisarios y seguidores proclamarán que, indudablemente, el vencedor ha sido su respectivo líder. Mitt Romney logró alcanzar a su rival en intención de voto. Así, los porcentajes de este mismo fin de semana reflejan una ventaja de sólo cuatro puntos favorables a Barack Obama.

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Pero su valor real el próximo 6 de noviembre será más bien relativo. Ninguno de los dos candidatos ha logrado destacar y dentro de un mes los votantes apenas sí tendrán un vago recuerdo de lo acontecido en Florida y Carolina del Norte estas últimas semanas. Si acaso la imaginativa y efectista puesta en escena de Clint Eastwood hablando al taburete vacío en el que teóricamente debía sentarse el presidente, y en el mejor de los casos a Bill Clinton rindiendo pleitesía a su correligionario Obama.

Originalmente el objeto de las convenciones era la nominación oficial del candidato; casi dos siglos después de aquella primera celebrada en Baltimore (1832) cuando los demócratas nominaron a Andrew Jackson, y conociendo de antemano el nombre del candidato, el “motivo” se ha relegado a un segundo plano. Ahora se trata fundamentalmente de no cometer errores, perfilar las líneas directrices de la campaña en los próximos dos meses, y promocionar a jóvenes promesas del partido.

Comencemos por esto último, a fin de cuentas el propio Barack Obama es el resultado y consecuencia más genuina de lo expuesto. Cuando el joven senador por Illinois subió al estrado, aquel 27 julio de 2004 durante la convención demócrata en Boston, apenas era conocido incluso dentro de su propio partido.  Tras los escasos veinte minutos de su discurso “La audacia de la esperanza”, se reveló como uno de los valores imprescindibles para el partido; cuatro años más tarde era elegido presidente de los Estados Unidos.

En ese sentido Paul Ryan, el candidato republicano a la vicepresidencia, perfiló –si se prefiere sugirió implícitamente- durante su intervención, sus aspiraciones políticas. Su discurso no fue tan “brillante” como el de candidata a la vicepresidencia Sarah Palin en la anterior convención de Saint Paul –Minnesota-, pero  al distanciarse generacionalmente de Romney ya apuntaba el camino que tomará dentro de cuatro u ocho años.

Del fracaso económico a la muerte de Bin Laden

En cuanto a los temas que conformarán la estructura de la campaña también lo dejaron claro ambos candidatos. Romney cargará las tintas en el fracaso económico que ha supuesto la administración Obama. Con una pérdida neta de dos millones de puestos de trabajo y una tasa de desempleo entre el 8 y 10%. Como telón de fondo, la Reforma Sanitaria -la “Obamacare”, como despectivamente se refieren a ella sus opositores- también ocupará buena parte del debate.

Por su parte, el presidente planteará una estrategia totalmente distinta a la de hace cuatro años vendiendo sueños e ilusiones. Su discurso, cuando el mayor logro de su legislatura ha sido la muerte de Bin Laden, no podía ser triunfalista, y no lo fue. Comedido, sin la vehemencia de anteriores intervenciones, recuperó la idea del “sueño americano” -tan atractiva para quienes no lo han alcanzado- pero ahora desde la perspectiva calvinista, que reconoce y premia el esfuerzo, y en clara evocación a Kennedy: “No se trata de lo que América puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por nosotros mismos mediante el duro y frustrante, pero necesario, trabajo del autogobierno.” En su caso, las draconianas leyes migratorias impulsadas por los republicanos e impugnadas por su administración, conformará buena parte de su discurso.

Y por último la puesta en escena de ambas candidaturas se ajustó al guión más ortodoxo, la mejor garantía para no cometer errores. Ann Romney y Michelle Obama interpretaron su papel al “humanizar” la figura de sus respectivos esposos. La convención supuso para Ann Romney, alejada hasta ahora de la popularidad, su verdadera puesta de largo. Michelle Obama tampoco defraudó e hizo gala de unas dotes comunicativas equiparables a las de su marido. El mundo del espectáculo también estuvo presente. Si el popularísimo Eastwood apoyó a Romney, Eva Longoria y Scarlett Johanson escoltaron a Obama.

Ambos contendientes evitaron temas susceptibles de polémica como el aborto o el matrimonio homosexual, ante los que tienen posturas radicalmente encontradas. Y, sobre todo, se tuvo muy en cuenta a quienes pueden resultar determinantes en noviembre, los votantes hispanos. Hace apenas una década los republicanos ni tan siquiera consideraban ahora a los hispanos. Ahora les conceden un protagonismo superlativo: fue el joven y prometedor senador por Florida Marco Rubio quien tuvo el honor de presentar a Romney, y la Gobernadora de Nuevo Méjico, Susana Martínez, jugó un papel estelar. Los demócratas, por su parte, incluso fueron más allá delegando en el alcalde de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa, la presidencia de su convención.

Concluidas las convenciones republicanas y demócratas, hay que preguntarse el rédito que cada uno de los contendientes, el candidato Romney y el presidente Obama, obtendrán de lo acontecido en Tampa y Charlotte. Sus compromisarios y seguidores proclamarán que, indudablemente, el vencedor ha sido su respectivo líder. Mitt Romney logró alcanzar a su rival en intención de voto. Así, los porcentajes de este mismo fin de semana reflejan una ventaja de sólo cuatro puntos favorables a Barack Obama.