Es noticia
Día Uno: una familia en el punto cero
  1. Mundo
  2. En ruta con los refugiados sirios
Pilar Cebrián

En ruta con los refugiados sirios

Por

Día Uno: una familia en el punto cero

Desde Izmir contaremos, día tras día, el viaje de varias familias sirias hacia Europa huyendo de la guerra. Recorrerán la ruta occidental de los Balcanes para "volver a tener una vida normal"

Foto: Hani y Rasha. Esperan con su familia en Izmir, Turquía, para cruzar a Grecia (Foto: Pilar Cebrián).
Hani y Rasha. Esperan con su familia en Izmir, Turquía, para cruzar a Grecia (Foto: Pilar Cebrián).

El matrimonio sirio, formado por Hani y Rasha, espera intranquilo la llamada del traficante. Ambos hacen tiempo en la plaza principal de Basmane, uno de los barrios de la ciudad turca de Izmir. Este es el punto cero de la ruta que los refugiados recorren hacia Europa. Junto a sus dos hijos pequeños, y dos amigos de la familia, confían salir la próxima noche a Grecia. Saben que ahora sus vidas están en manos de las mafias y, por ello, ninguno se atreve a posar abiertamente para las fotografías.

Desde aquí, acompañaremos a esta familia, día tras día, en su éxodo hacia el norte del Viejo Continente. Recorrerán la ruta occidental de los Balcanes (Grecia-Macedonia-Serbia-Hungría-Austria-Alemania), donde arriesgarán su vida en las embarcaciones hinchables, lucharán por conseguir un pasaje hacia Atenas, esquivarán las detenciones en Gevgelija para pasar, finalmente, la temida valla entre Serbia y Hungría y pernoctarán en los campos de refugiados. Pero, sobre todo, harán frente a las estafas de las redes de tráfico, en las que confiarán su destino y el de sus hijos.

La peligrosa ruta hacia Europa comienza aquí, en esta plaza, donde decenas de familias sirias aguardan con sus maletas la llamada del traficante. Sobre cartones, Hani y Rasha muestran su ligero equipaje: chalecos salvavidas, un flotador y biodramina para el mareo. “Para cruzar a Grecia hemos pagado ya 1.200 euros cada uno”, lamenta el padre de familia. Las tiendas del barrio se han adaptado a la reciente crisis migratoria, varios locales ofertan flotadores y chalecos por 50 liras turcas (14 €).

placeholder Chalecos salvavidas a la venta en una tienda de Izmir, Turquía (Foto: P.Cebrián).

Pero la pasada noche, esta familia de Deir ez Zor no tuvo suerte. “Ha vuelto a detenernos la policía turca”, me escribe Hani en un mensaje de Whatsapp. Volverán a intentarlo mañana. Conducirán en la oscuridad hasta el punto más cercano a la isla griega para, después, atravesar cerca de cinco kilómetros en bote. La velocidad depende de la marea, me cuentan, del oleaje, y del motor de la barca que, en ocasiones, se detiene en el peor momento. Si todo sale según lo planeado, mañana pisarán tierra europea en una de las islas griegas, donde ya están los hermanos Sana y Malaz.

Dos hermanos en la isla de Lesbos

Los hermanos sirios Sana y Malaz caminan desorientados en la explanada del puerto de Mitilini, en la isla griega de Lesbos. Hace solo tres días que llegaron en una embarcación hinchable y no consiguen el documento temporal que les permita navegar en un ferry hacia Atenas. “No sabemos dónde ir ni cómo conseguir los tickets”, me comentan.

Cuando nos sentamos en una de las terrazas del paseo marítimo de Mitilini, estos días atestadas por miles de refugiados, los dos hermanos me cuentan cómo han llegado hasta aquí. Malaz, de 31 años y Sana, de 25 se mudaron de Siria a Turquía a comienzos de julio con la intención de “encontrar un trabajo y volver a tener una vida normal”, cuentan. Malaz era profesor de matemáticas en educación primaria y Sana, graduada en fisioterapia en la ciudad siria de Homs.

“Pero el desconocimiento de la lengua fue un impedimento fundamental para trabajar en Turquía”, explica Sana, “y también porque los turcos son ahora racistas con los sirios”. Fue así como decidieron ponerse en contacto con “el afgano”, el intermediario que les conduciría hasta Behram, el punto desde donde saldría un bote hacia Lesbos. “Creía que íbamos a morir”, exclama Sana, “las olas eran muy grandes y no paraba de entrar agua en la barca. Íbamos tanta gente que dejé de sentir las piernas”, recuerda.

Sana lleva el pelo cubierto con un velo blanco y cubre sus brazos con una blusa floreada hasta las muñecas. Está muy cansada, me dice, "no es fácil dormir sobre el suelo todos los días. No sé cuánto aguantaré". Según me detalla, los campos que se han habilitado en la isla apenas cubren las necesidades más básicas. Tanto Sana como las otras chicas comentan que les gustaría darse una ducha e incluso poder lavar la ropa. "Los traficantes solo permiten llevar una bolsa por cada tres personas y tuve que deshacerme de mi champú", me recuerda una de ellas.

La policía portuaria organiza dos filas para que todos accedan a los autobuses que les transportarán, por grupos, a los campamentos de refugiados. "Me siento como un preso", me dice Malaz mientras camina en fila. Los hermanos suben lentamente al autocar junto con los que ahora son sus compañeros de viaje, aquellos con quienes coincidieron en la barca: otras dos jóvenes, tres chicos, un adolescente y una niña con una deficiencia mental.

El sirio que regresó de Suecia para ayudar

En las cercanías de Ayvalik, la costa turca frente a la isla de Lesbos, corrillos de traficantes acuden a ofrecer “un viaje nocturno en barca” a los sirios que llegan a la estación de autobuses. “Lo hago para ayudar a mis paisanos árabes”, se excusa Mustafa, un iraquí que ha montado una pequeña red de contrabando. En el microbús que conduce hacia el puerto le esperan un par de chavales sirios, “¿ha habido suerte?”, le pregunta uno de ellos. En el centro de la localidad portuaria, deambulan grupos de chicos que conversan con los cabecillas de la trama, ellos son los intermediarios y encargados de ofrecer el viaje a las familias de refugiados.

Mientras espero en el puerto, conozco a Firaz, un joven sirio de 25 años que hace por segunda vez este trayecto hacia el norte de Europa. A los pocos meses del inicio de la guerra, en 2011, huyó a Turquía y, desde allí, consiguió llegar hasta Suecia. Ahí consiguió una tarjeta de residencia. Este es el motivo que le ha traído de vuelta: ayudar a amigos de la familia a viajar hasta Suecia o Alemania. “Algo muy común entre la población inmigrante”, asegura una agente de policía griega en el control portuario de Lesbos, “tienen contactos y conocen las rutas. Por eso vuelven para ayudarles”.

placeholder Firaz, que logró llegar hasta Suecia, ayuda ahora a otros sirios en su éxodo hacia el norte de Europa (Foto: P.C.)

Tanto Firaz como su familia abandonaron Damasco cuando su hermano se unió al Ejército Libre de Siria. “Quemaron nuestra casa y nuestro coche”, relata mientras muestra fotos de su hermano, convertido ahora en un joven muyahidín. Hoy se ha citado con Sana y Malaz en la isla de Lesbos, y confía en que su tarjeta de residente europeo le permita entrar en Grecia de forma legal.

Durante el viaje en ferry, Firaz no deja de sudar y constantemente habla por teléfono. Sus nervios contrastan con la alegría de los turistas que, sonrientes y reposados, toman fotografías del mar. Pero al llegar al puerto de Lesbos, es retenido en las dependencias policiales y deportado de nuevo a Turquía. Aún así, consigue filtrar por la valla el paquete con los pasaportes y documentos familiares de Sana y Malaz, a quienes promete volver a ver pronto. “¡Mañana intentaré entrar en avión. Si no, nos vemos en Atenas!”, grita Firaz mientras es expulsado por los agentes.

El matrimonio sirio, formado por Hani y Rasha, espera intranquilo la llamada del traficante. Ambos hacen tiempo en la plaza principal de Basmane, uno de los barrios de la ciudad turca de Izmir. Este es el punto cero de la ruta que los refugiados recorren hacia Europa. Junto a sus dos hijos pequeños, y dos amigos de la familia, confían salir la próxima noche a Grecia. Saben que ahora sus vidas están en manos de las mafias y, por ello, ninguno se atreve a posar abiertamente para las fotografías.

Grecia Refugiados