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Mujeres directivas, con o sin cuota
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez

Mujeres directivas, con o sin cuota

El mundo parece haber aceptado sin grandes aspavientos que Angela Merkel se haya convertido en la mujer más poderosa de Europa, si no del mundo. Últimamente

El mundo parece haber aceptado sin grandes aspavientos que Angela Merkel se haya convertido en la mujer más poderosa de Europa, si no del mundo. Últimamente también está haciendo méritos notables Christine Lagarde, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, respetada a uno y otro lado del Atlántico. Hace un par de meses el FT publicaba un cuadernillo especial dedicado a las cincuenta directivas más importantes de la Tierra: muchas norteamericanas, sí, pero también muchas asiáticas con formación internacional. En los Estados Unidos, el 20,8% de los puestos directivos están ocupados por mujeres, según datos de la Corporación Internacional de Mujeres Directivas (CWDI). En la General Motors, su consejo de dirección tiene once miembros y cuatro de ellos llevan faldas. No está mal, aunque también Estados Unidos es uno de los países donde son mayores las diferencias de salarios entre hombres y mujeres que hacen el mismo trabajo.

En Francia el porcentaje de directivas es de un 20%. En España, donde se introdujo una cuota vinculante en el 2007, el porcentaje era de un 9,2% el año pasado. Para la Comisión Europea, las mujeres directivas son más una excepción que una regla en la UE: suponen sólo el 13,7%, frente al 40% que desearía Bruselas. Viviane Reding, la comisaria comunitaria de Justicia, ya no cree en que las grandes compañías vayan a asumir voluntariamente la recomendación de abrir sus consejos de administración y sus puestos de alta dirección a mujeres. Y se está planteando establecer una cuota femenina obligatoria en el futuro. Sólo cinco países europeos han introducido esas cuotas femeninas: Francia, Bélgica, Italia, Holanda y España y los resultados no son para tirar cohetes.

La única duda es si esas directivas, una vez logrado su objetivo, pueden aportar una manera diferente no sólo de mandar sino de abordar los conflictos y las tensiones y si asimilan automáticamente o no los usos y abusos de las élites masculinas.

En Alemania, por ejemplo, sólo el 3% de los puestos de altísima responsabilidad en las empresas importantes están en manos de féminas. En el mundo de la prensa germana, la semana pasada varios centenares de mujeres periodistas han reclamado que el 30% de los puestos de responsabilidad en los medios de comunicación sean reservados a mujeres, entre otras cosas, porque el porcentaje en estos momentos es de sólo el 2%. La revista Der Spiegel  ha llegado a admitir que entre sus jefes de sección hay más gays que mujeres. La ministra de trabajo, Ursula von der Leyen, apoya reservar para mujeres una parte de esos puestos directivos, pero Angela Merkel sigue oponiéndose a las cuotas, y espera, no sé si con demasiada calma, a que las empresas acepten romper poco a poco el ‘techo de cristal’.

Pero, como ha dicho Reading, ese cristal es muy duro y resistente, y habrá que actuar contra él, si no con cuotas, con una legislación vinculante que incluya sanciones. La excusa no puede seguir siendo la preocupación o el miedo de los hombres, quienes ven sus carreras y sus posiciones amenazadas. Las amenazas están ahí, pero no siempre van subidas en tacones. Y, por otra parte, a veces para cambiar situaciones injustas no hay más remedio que acudir a las leyes. Ocurrió con la legislación antitabaco, o con las limitaciones de velocidad en las autopistas, y todos hemos sobrevivido.

¿Existe un poder ‘femenino’?

De momento es todo un proyecto -uno más- de Bruselas, que tal vez se quede en pura recolección de datos entre los 27 de aquí al verano y pare usted de contar. La resistencia en los despachos con moqueta será enérgica, pero tal vez -me temo- también entre las propias mujeres. Con cuota obligatoria o sin ella, hay una cantidad considerable de mujeres que no están dispuestas a luchar por hacerse un hueco en los puestos de dirección. No sólo por las renuncias en lo personal que esto puede suponer sino por la utilización de armas -y no me refiero a los ‘encantos femeninos’- que van en contra de esa educación que recibimos todavía y nos dice que tenemos que ser sonrientes, modosas, complacientes y poco ambiciosas. No destacar, en una palabra, para no convertirse en una bitch.

Introducir una cuota obligatoria del 30% para mujeres, en todo caso, tampoco sería el fin del mundo. Al fin y al cabo, el 70% restante seguiría estando ocupado por varones. La única duda es si esas directivas, una vez logrado su objetivo, es decir, su sillón y su despacho, pueden aportar una manera diferente no sólo de mandar sino de abordar los conflictos y las tensiones y si asimilan automáticamente o no los usos y abusos de las élites masculinas. Ese es probablemente el gran reto del futuro: saber si existe realmente una manera femenina de ejercer el poder.

El mundo parece haber aceptado sin grandes aspavientos que Angela Merkel se haya convertido en la mujer más poderosa de Europa, si no del mundo. Últimamente también está haciendo méritos notables Christine Lagarde, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, respetada a uno y otro lado del Atlántico. Hace un par de meses el FT publicaba un cuadernillo especial dedicado a las cincuenta directivas más importantes de la Tierra: muchas norteamericanas, sí, pero también muchas asiáticas con formación internacional. En los Estados Unidos, el 20,8% de los puestos directivos están ocupados por mujeres, según datos de la Corporación Internacional de Mujeres Directivas (CWDI). En la General Motors, su consejo de dirección tiene once miembros y cuatro de ellos llevan faldas. No está mal, aunque también Estados Unidos es uno de los países donde son mayores las diferencias de salarios entre hombres y mujeres que hacen el mismo trabajo.