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Ángel Villarino

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Horrores y reforma en la sanidad china

El pasado 4 de marzo, la Policía llamó por teléfono a Wang Chung Sheng. Acababan de encontrar el cadáver de su padre balanceándose en la rama

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Horrores y reforma en la sanidad china

El pasado 4 de marzo, la Policía llamó por teléfono a Wang Chung Sheng. Acababan de encontrar el cadáver de su padre balanceándose en la rama de un árbol. El anciano se había escapado del hospital la noche anterior para ahorcarse. Pretendía evitar que su familia dilapidase los ahorros de una vida con el tratamiento de un cáncer de hígado que le diagnosticaron dos meses atrás. Este tipo de suicidios son relativamente frecuentes en China, donde el miedo a cargar con gastos hospitalarios capaces de arruinar cualquier economía doméstica es quizás la principal preocupación de las familias. Dicha angustia, que acompaña a la mayoría de los chinos a lo largo de sus vidas, ayuda a entender decisiones de otro modo incomprensibles, además de justificar ciertas tendencias de consumo. Explica, al menos en parte, la obsesión de las clases bajas y medias por ahorrar todo lo posible, así como los fracasos del Gobierno en sus esfuerzos por disparar el consumo interno y no depender tanto de las exportaciones y la inversión.

¿Pero por qué ahorran los chinos cada centavo que ganan? ¿Por qué tienen tanto miedo a un eventual diagnóstico médico? Dejando a un lado aspectos culturales y la ausencia de un esquema de seguridad social robusto, su sistema sanitario es muy caro y está poco subvencionado. Los seguros privados resultan costosos, confusos y poco fiables. En los últimos años ha habido evidentes mejorías y el Ministerio de Recursos Humanos se esfuerza en crear una red de cobertura mínima que, sin embargo, no ha conseguido entusiasmar a casi nadie. “El principal problema del sistema es que el modelo de los hospitales, incluidos los públicos, está basado en las reglas del mercado, sin control. Las reformas no cambian esto, que es lo más importante”, explica Zhu Minglai, experto en economía médica de la Universidad de Nankai.

Los casos de pacientes que no son aceptados (o directamente expulsados) de los hospitales por no llevar dinero en efectivo salpican con frecuencia la prensa. A principios de agosto, por ejemplo, un cirujano de Wuhan retiró los puntos de sutura que acababa de coserle en la mano a un cocinero llamado Xiao Zeng cuando éste dejó caer que quizá no llevase suficientes yuanes encima. La factura ascendía a unos 200 euros, pero el paciente tenía sólo la mitad en la cartera. Al enterarse, el doctor arrancó los puntos y dejó al paciente sangrando en la camilla. En otros centros, personas recién operadas o con enfermedades graves pasan la noche en las aceras o parques, a la intemperie, ya que no tienen dinero para costear la habitación.

“Nuestra casa está muy lejos y mi marido sólo se puede mover en ambulancia. Es mejor quedarse cerca por si hay complicaciones”, comentaba este verano una mujer a las puertas de una clínica en los suburbios de la capital.

Algunos casos son tan escandalosos que acaban en los tribunales. En 2003, un camionero murió, entre vómitos de sangre, en la sala de espera del hospital Shihua de la ciudad de Jinmen tras de esperar durante más de 24 horas a ser atendido. Sufrió un accidente de tráfico a cientos de kilómetros de su casa y, aunque consiguió llegar en ambulancia al hospital, los médicos y enfermeras se negaron a atenderlo, ya que no llevaba suficiente dinero en el bolsillo. Su familia tuvo que hacer un larguísimo viaje en tren desde otra región, cargando en una bolsa con todos los billetes de 100 yuanes que tenían ahorrados. Cuando llegaron era ya demasiado tarde. Tras denunciar el caso en los tribunales y en la prensa, ganaron el juicio y se llevaron unos 15.000 euros como compensación.

Hospitales obligados a autofinanciarse y corrupción

En un informe elaborado en 2007 pero desclasificado este año, la ‘Asociación Estatal de Consumidores Chinos’ documentó que las principales quejas de los pacientes tenían que ver con el modelo de negocio de los hospitales públicos, obligados a autofinanciarse y gestionados con la lógica de costes y beneficios. El informe sugiere que los responsables de los centros sanitarios multiplican los precios de los medicamentos, realizan más pruebas y tratamientos de los necesarios y no disponen de un código deontológico.

Tampoco resulta infrecuente que se inicien tratamientos que los enfermos no necesitan, agravando en ocasiones su cuadro clínico. Y para evitar que éstos acudan a comprar las medicinas recetadas en las farmacias o en Internet (donde son bastante más baratas que en el hospital) se ha disparado exponencialmente la administración de intravenosos. “Buscan desesperadamente dinero. Si no lo consiguen, tienen que cerrar o no pueden pagar al personal. Por eso, como cualquier entidad movida por fines comerciales, tienen que asegurarse de la solvencia de los clientes antes de darles un servicio”, agrega el profesor Zhu.

Para muchos de los más de 200 millones de inmigrantes rurales desplazados a las grandes ciudades y a sus polígonos industriales la situación es todavía más dura. En los suburbios que habitan han surgido clínicas clandestinas, con precios tan bajos como escalofriantes son sus estándares de calidad. En ocasiones, ni siquiera se cumplen las normas higiénicas básicas, como la desinfección del material quirúrgico. “Se trata de otro resultado del desequilibrio de los recursos médicos. Hay muchos distritos en los que directamente no hay hospitales, o son muy caros, especialmente en los suburbios y en pequeñas localidades”, explica nuestra fuente.

Las primeras de estas clínicas y hospitales aparecieron en los años 90, cuando el Gobierno forzó a los hospitales públicos a realizar una gestión privada. Muchos se vieron obligados a cerrar sus puertas, incapaces de cuadrar sus cuentas, sobre todo en las zonas más pobres y las barriadas marginales. La medicina clandestina también se ocupa de intervenciones prohibidas, como abortos en fases avanzadas del embarazo. “En general no tienen buenas instalaciones, ni personal fijo y bien preparado, ni controles. A veces ni siquiera son doctores. Es un verdadero desastre, pero la gente sigue yendo porque cobran menos", aclara Zhu.

Pekín gastará 100.000 millones en tres años en el seguro médico

Sería injusto no citar aquí la reforma médica impulsada por el Partido Comunista en 2009. Prevé la creación de un seguro médico universal, aunque mínimo, para sus cerca de 1340 millones de habitantes, con especial atención a las clases más desfavorecidas. Sólo durante los tres primeros años, Pekín tiene previsto gastarse unos 100.000 de millones de euros y sus funcionarios insisten en que ya se ha dado cobertura a casi el 95% de la población, un porcentaje muy discutido.

Las ayudas, muy básicas, incluyen ciertos medicamentos y algunos tratamientos, con un techo de gasto variable que no supera los 200 yuanes (unos 22 euros) por persona y mes, una cifra que puede gastarse fácilmente en una visita rutinaria en los costosos hospitales chinos. Por supuesto, no cubre las enfermedades que realmente arruinan a una familia, desde un accidente de coche a un cáncer, pasando por un tratamiento de diálisis.

El profesor Zhu reconoce que el dinero se está dedicando a abrir cientos de ambulatorios públicos y que las ayudas son un alivio para los pacientes que requieren un tratamiento farmacológico prolongado. Con todo, el verdadero problema, el de los hospitales, sigue irresuelto. “Haría falta mucho más dinero y un cambio en el modelo de gestión. De lo contrario, los chinos vamos a seguir preocupados por arruinarnos si nos ponemos enfermos. Si queremos que los consumidores gasten más, tendremos que resolver eso”.

El pasado 4 de marzo, la Policía llamó por teléfono a Wang Chung Sheng. Acababan de encontrar el cadáver de su padre balanceándose en la rama de un árbol. El anciano se había escapado del hospital la noche anterior para ahorcarse. Pretendía evitar que su familia dilapidase los ahorros de una vida con el tratamiento de un cáncer de hígado que le diagnosticaron dos meses atrás. Este tipo de suicidios son relativamente frecuentes en China, donde el miedo a cargar con gastos hospitalarios capaces de arruinar cualquier economía doméstica es quizás la principal preocupación de las familias. Dicha angustia, que acompaña a la mayoría de los chinos a lo largo de sus vidas, ayuda a entender decisiones de otro modo incomprensibles, además de justificar ciertas tendencias de consumo. Explica, al menos en parte, la obsesión de las clases bajas y medias por ahorrar todo lo posible, así como los fracasos del Gobierno en sus esfuerzos por disparar el consumo interno y no depender tanto de las exportaciones y la inversión.