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Jorge Dezcallar

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Satisfacción y dudas

En Estados Unidos se percibe contento entre demócratas y republicanos tras el ataque con misiles a la base aérea siria. Pero surgen ya los primeros recelos: ¿es legal lo que ha hecho Donald Trump?

Foto: Un refugiado sirio defiende el ataque aéreo en medio de una protesta contra el bombardeo. (Reuters)
Un refugiado sirio defiende el ataque aéreo en medio de una protesta contra el bombardeo. (Reuters)

Escribo desde Estados Unidos, donde es perceptible una satisfacción real con la decisión de Donald Trump de lanzar 60 misiles Tomahawk contra una base siria desde la que despegó el avión que se supone dejó caer una bomba cargada con gas sarín sobre el pueblo de Jan Sheijún, matando a más de 80 personas e hiriendo a casi 600 más. El uso de armas químicas, prohibido desde la Primera Guerra Mundial, suscita un horror especial por los sufrimientos que provoca y porque no distingue entre civiles y combatientes, entre hombres y mujeres o entre viejos y niños. Esta satisfacción es genuina y compartida por Republicanos y Demócratas por igual. Había que dar una lección al sanguinario sátrapa de Damasco y se le ha dado. "Bien hecho", es lo que piensan la mayoría de norteamericanos.

Y a partir de aquí empiezan las dudas. La primera, la más acuciante, es si lo que Trump ha hecho es legal. Trump ha dicho que se le revolvieron las tripas al ver las fotos de niños muertos por asfixia y que decidió actuar. La compasión es un noble sentimiento, pero a duras penas una justificación en política exterior, y desde el punto de vista del Derecho Internacional, el bombardeo no es legal porque no tenía la sanción del Consejo de Seguridad (CSONU), al amparo del Capitulo VII de su Carta fundacional. El CSONU tiene reservado el monopolio del uso de la fuerza por el derecho internacional y en este caso no había autorizado el bombardeo norteamericano, por más que algunos digan que una resolución de 2013 advertía de "medidas" si se volvían a utilizar armas químicas en el futuro. Pero eso no es una autorización e igual pasó con la invasión de Iraq en 2003. Se dirá que no había otro remedio porque el Consejo estaba bloqueado por el veto ruso, que hay que evitar estas salvajadas y que hay precedentes como el de Kosovo, pero es igual.

Desde el punto de vista del Derecho Internacional, el bombardeo americano en Siria no es legal porque no tenía la sanción del Consejo de Seguridad

El que el Consejo esté bloqueado puede ser frustrante y desesperante, si se quiere, pero no exime de cumplir la ley. De modo que hay que concluir que, desde el punto de vista del Derecho Internacional, el bombardeo unilateral norteamericano sobre un país independiente y soberano como Siria no es legal porque tampoco cumplía el otro requisito de haber obrado en legítima defensa. Y tampoco es seguro que lo sea desde el punto de vista del Derecho interno norteamericano, pues Trump no invocó la War Powers Resolution que se aprobó tras la guerra de Vietnam y que exige autorización del Congreso o que los Estados Unidos hayan sido atacados antes, y ninguna de las dos cosas ha ocurrido.

Lo que pasa es que es una norma confusa porque también exige de forma bastante incongruente que la intervención cese en un máximo de 60 días si no ha habido autorización del Congreso, lo que es un contrasentido porque si falta esa autorización la intervención debería ser ilegal. Ese lenguaje confuso explica que haya precedentes de incumplimiento, como cuando Reagan decidió atacar Libia en 1986 por sí y ante sí tras el atentado terrorista de la discoteca berlinesa de La Belle, frecuentada por soldados americanos. En cambio Obama, más cuidadoso, pidió ese permiso tras los bombardeos químicos de Guta en 2013 y el Congreso se lo denegó, que es lo que él seguramente deseaba (al final no hubo ataque porque los rusos ofrecieron llevarse el arsenal químico del régimen de Damasco). A la luz de lo que ha hecho, no parece seguir pensando lo mismo. Estos días hay en los medios norteamericanos opiniones de senadores y congresistas para todos los gustos.

Otra duda se presenta al preguntarse el por qué de este ataque en este momento, por trágico que haya sido, cuando en Siria se llevan ya medio millón de muertos, muchos de ellos también mujeres y niños, sin que se desatara una reacción similar antes y cuando Trump había hecho una campaña electoral basada en America First y contraria a las guerras extranjeras y, en particular, a los conflictos de Oriente Medio. Y son numerosas sus críticas a Hillary Clinton y a Obama por ese motivo: "El legado de las intervenciones de Obama-Clinton será debilidad, confusión y desorden, un desastre. Hemos hecho Oriente Medio más inestable y caótico que nunca".

Foto: Un misil Tomahawk es disparado desde el USS Porter de la marina estadounidense el 7 de abril de 2017. (Reuters)

Y al mismo tiempo Trump no duda en cerrar la puerta a los refugiados sirios que huyen de la guerra. La respuesta tiene que ver con el horror y sufrimiento que causan las armas químicas y con la impresión que en la retina presidencial han dejado las imágenes dolorosas de niños muertos. Pero no ha sido solo eso, pues Trump ha podido perseguir varios objetivos diferentes al hacerlo. El primero ha podido ser marcar una clara diferencia entre su presidencia y la de Obama, al que considera pusilánime, y presentarse ante el mundo como un líder decidido que no duda cuando considera que se ha cruzado una línea roja y que lo ha demostrado al reaccionar en tan solo 63 horas después del ataque con gas sarín.

En segundo lugar, Trump puede haber querido enviar una señal muy clara a Irán y a Corea del Norte, dos países con los que tiene una auténtica fijación, y con los que Estados Unidos tiene cuentas pendientes. En tercer lugar no es descartable que también le convenga un bombardeo que desvía la atención de los muchos problemas que tiene en casa, desde el fracaso cosechado al intentar abolir el Obamacare al reto del Freedom Caucus dentro de su propio partido, o las ingerencias rusas en la campaña electoral y la eventual (y no probada) eventual colusión entre gentes de su equipo y los hackers rusos.

Trump puede haber querido enviar una señal muy clara a Irán y a Corea del Norte con el ataque, dos países con los que tiene auténtica fijación

Tampoco está claro si el ataque norteamericano sobre la base de Al Shayrat es una acción aislada y una vez enviado el mensaje a Assad de que no tolerará más armas químicas, se retirará a sus cuarteles sin interferir en el desarrollo de la guerra de Siria o en el mantenimiento en el poder del propio Assad. Conviene recordar que Tillerson ha dicho muy recientemente que su salida ya no era un objetivo de Washington sino algo a decidir por el pueblo sirio (!). Pero también puede suceder, por el contrario, que los norteamericanos dejen de lado su objetivo fundamental de destruir al Estado Islámico y se concentren a partir de ahora en compatibilizar ambas luchas: contra el Estado Islámico y contra el régimen de Damasco, en una escalada que se sabe cómo y cuándo empieza pero no cuándo ni cómo acabaría. No hay que olvidar que Trump hizo campaña contra la involucración en las guerras que su país libra en Oriente Medio.

Foto: El secretario de Estado, Rex Tillerson, junto al presidente Donald Trump. (Reuters)

Más grave es el deterioro que el ataque estadounidense ha producido en las relaciones entre Washington y Moscú, a pesar de que se avisó a los rusos que estaban en la base atacada entre 60 y 90 minutos antes de la lluvia de Tomahawks para que se pusieran a salvo y no hubiera víctimas entre ellos. No las hubo, pero la indignación de Moscú ha sido muy grande, pues hablan de agresión, hacen comparaciones con la invasión de Iraq y han cortado el teléfono rojo de coordinación que las fuerzas militares de ambos países habían establecido para evitar incidentes en Siria. También ha enviado un destructor a la base de Tartus y ha afirmado estar en condiciones de reforzar la defensa siria frente ataques con misiles.

El primer ministro Medvedev ha añadido que lo ocurrido "ha arruinado completamente" las relaciones bilaterales. Y no ha sido menor el tono utilizado por Rex Tillerson que ha dicho que los rusos o han sido cómplices del ataque, pues estaban en la base desde la que despegó el avión con la bomba química y no lo impidieron, o han sido incompententes por no haberse enterado y por no haber vigilado que los sirios cumplieran el compromiso hecho cuando acordaron poner en sus manos las 1.300 toneladas de productos químicos que ellos sacaron del país en 2014. Con este incidente, los dos países han regresado a un lenguaje de Guerra Fría que va a poner más difícil el pretendido entendimiento entre Trump y Putin, algo de lo que tratará Tillerson esta semana en Moscú. Supongo que, a sensu contrario, en Beijing deben mirar con complacencia que Trump fije su atención en el Medio Oriente y deje las manos más libres a China en la zona de Asia-Pacífico. Pero los chinos son enigmáticos.

Ni los rusos están interesados en aparecer como defensores del uso de armas químicas, ni ellos ni EEUU quieren perder de vista el esfuerzo conjunto

Otra incógnita tiene que ver con cuál vaya a ser, si alguna, la reacción de los otros aliados de Bachar, Irán y Hezbollah, que teóricamente al menos, podrían complicar la vida de los soldados americanos que ya se encuentran en Siria e Irak y que ahora podrían tener que enfrentarse a más peligros que antes.

Es pronto para conocer la respuesta a algunos de estos interrogantes, pero mi impresión es que más allá de la gesticulación necesaria en estos casos, ni los rusos están interesados en aparecer como defensores del uso de armas químicas, ni ellos ni los americanos quieren perder de vista el esfuerzo conjunto contra el enemigo mayor que para ambos representa el Estado Islámico. Y que tampoco les interesa pasar de las palabras a los hechos.

Por eso, y a riesgo de equivocarme, creo que la sangre no llegará al río, al menos la que se derive de este grave incidente, porque a ninguno de los grandes le interesa. Otra cosa será la sangre de los sirios que seguirá corriendo con generosidad en aquel país martirizado, porque mucho me temo que la guerra de Siria continuará como hasta ahora. Con muertos y con sufrimiento.

Escribo desde Estados Unidos, donde es perceptible una satisfacción real con la decisión de Donald Trump de lanzar 60 misiles Tomahawk contra una base siria desde la que despegó el avión que se supone dejó caer una bomba cargada con gas sarín sobre el pueblo de Jan Sheijún, matando a más de 80 personas e hiriendo a casi 600 más. El uso de armas químicas, prohibido desde la Primera Guerra Mundial, suscita un horror especial por los sufrimientos que provoca y porque no distingue entre civiles y combatientes, entre hombres y mujeres o entre viejos y niños. Esta satisfacción es genuina y compartida por Republicanos y Demócratas por igual. Había que dar una lección al sanguinario sátrapa de Damasco y se le ha dado. "Bien hecho", es lo que piensan la mayoría de norteamericanos.

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