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Aunque la mona se haga un ‘selfie’
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Aunque la mona se haga un ‘selfie’

Internet se pone por momentos así de imbécil. A una conducta propia de infraseres se le pone un nombre en inglés y la palabra se cacarea

Internet se pone por momentos así de imbécil. A una conducta propia de infraseres se le pone un nombre en inglés y la palabra se cacarea festivamente en el corral. Empezó a hablarse de haters para referirse a los pendejos que usan Twitter para insultar sin ton ni son a toda figura pública o semipública, y el clásico gilipollas obtuvo un término cool como escudo social, amparado por el éxito de personajes como Risto Mejide, que hacen del insulto y el desprecio su salvoconducto para vagar por el país de los focos.

Después llegó el selfie, cosa que hasta entonces conocíamos como petulancia, y que consiste en alargar el brazo con el móvil en el extremo, poner morritos y cascarse una foto como quien se casca una paja. Cosa que, por otra parte, sería otra forma de hacerse un selfie bastante más discreta y desahogante.

Llevo semanas mordiéndome los dedos para no escribir la palabra selfie y al mismo tiempo pensando en los elementos que contiene esa palabra. Por no teclearla, tecleo letras que la describan. La v me da vanidad y vacío. La i, instante e insustancialidad. Siguiendo el juego tipográfico tecleo la palabra en Google y encuentro titulares a mansalva. Unos ejemplos: El selfie que colmó el vaso en la Casa Blanca; El selfie de los Oscars vale 1.000 millones; Insensibles automovilistas se toman selfie durante suicidio; La NASA invita a participar en el Global Selfie; Selfie Aftersex, arrasa la moda de fotografiarse después de tener sexo...

placeholder 'Disaster girl' - Dave Roth.


No sigo, para qué voy a seguir. Haga usted mismo la búsqueda y asómbrese con el éxito y la preponderancia que ha logrado el acto de estirar el brazo, hacerse una foto y colgarla en una red social. O recuerde el selfie de Obama y la danesa en el funeral de Mandela. Lo más irónico es que con tanto selfie se hace uno nuestra época.

A mí lo que me gustaría es ver las fotos que la gente descarta, los 'selfies' fallidos como los fetos deformes metidos en botes que aparecen en las películas de terror. Eso sería divertido, ver las trampas que nos tiende la vanidad en la búsqueda de la aceptación social

¿Quién está libre de pecado? Yo mismo experimenté en mis inicios en Facebook el extraño gusto por poner una autofoto y esperar a que la gente me dijera guapo. A mí lo que me gustaría es ver las fotos que la gente descarta, los selfies fallidos como los fetos deformes metidos en botes que aparecen en los laboratorios de las películas de terror. Eso sería divertido, ver las trampas que nos tiende la vanidad, trampas de párpados doblados y muecas espeluznantes en la búsqueda de la aceptación social.

A mí, con el paso del tiempo, mi propia conducta me pareció denigrante y dejé de hacerlo, me dejé los selfies como el que empieza a beber menos. Ahora, como les pasa a los exfumadores con el tabaco, corro el peligro de convertirme en un talibán de los espacios libres de selfies.

No atacaré la vanidad y tampoco atacaré la herramienta nueva para satisfacerla; tampoco el mal gusto de muchos selfies.

– Admita, señora, que aunque ponga usted morritos no es ninguna venus.

Atacaré su éxito social y el modo en que la prensa y las instituciones más respetables tiran de selfie, acrecentando el vacío que preña todas las cosas como hacía la Nada en La historia interminable.

Es curioso que el selfie arrase en momentos en que hay tanto pufo que mirar, tanto crimen que vigilar en nuestras sociedades decadentes. Los lectores más fieles de los periódicos acusan a la profesión periodística, con bastante razón, de centrarse en temas banales y desatender matices y dobleces de la actualidad.

Es curioso que el 'selfie' arrase en momentos en que hay tanto pufo que mirar, tanto crimen que vigilar en nuestras sociedades decadentes

Sin embargo, estos lectores ignoran hasta qué punto se premia, desde el gran público, el mensaje idiotescente. Si recopilamos los trending topics de una semana o vamos a la sección de noticias más leídas en los diarios digitales, descubrimos la descarnada realidad: el lector pincha más en noticias que contienen la palabra selfie que en informaciones serias, trabajadas y sutiles.

La lista de trending topics del día es un buen selfie del apetito bulímico y la curiosidad insustancial de los ciudadanos. Se supone que Twitter es, de entre todas las herramientas ciudadanas, la espada con la que cualquiera puede dar a conocer una noticia de interés que haya pasado desapercibida por los medios. Bien: la actualidad del día en que proso estas líneas está marcada por el derrotero que sigue Ucrania hacia la guerra civil, por el incendio que ha destruido parte de Valparaíso, por la debilidad de la banca del sur de Europa ante los test de estrés. ¿Cuál es el peso de estas noticias en el apartado de trending topics? Ninguno. En cambio, se habla de #FrasesQueGritarFollando, #MartesSanto y Zac Efron.

El fenómeno es un síntoma, nada más y nada menos. El problema no es el selfie, ni es la vanidad: el problema es que al final todos los votos valen lo mismo, y la democracia hace otro selfie espeluznante con más frecuencia de la que Chesterton habría podido soportar.

Internet se vendía como la herramienta de comunicación que pondría al alcance del ciudadano la sabiduría infinita y el acceso a la esfera pública, donde se trata la política y se toman las decisiones. Fue el paso culminante de la evolución humana, pero ahora resulta que el primate logró su pulgar oponible y esto le permitió agarrar el móvil, estirar el brazo y hacerse un selfie.

Internet se pone por momentos así de imbécil. A una conducta propia de infraseres se le pone un nombre en inglés y la palabra se cacarea festivamente en el corral. Empezó a hablarse de haters para referirse a los pendejos que usan Twitter para insultar sin ton ni son a toda figura pública o semipública, y el clásico gilipollas obtuvo un término cool como escudo social, amparado por el éxito de personajes como Risto Mejide, que hacen del insulto y el desprecio su salvoconducto para vagar por el país de los focos.