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Juan Ramón Jiménez se enamoró de dos hombres
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Juan Soto Ivars

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Juan Ramón Jiménez se enamoró de dos hombres

La historia es real y está bien documentada. Empezaba el siglo XX y Juan Ramón Jiménez era un poeta joven, enfermizo y depresivo. Un día recibió

Foto: Juan Ramón Jiménez y su esposa, Zenobia Camprubí (1956). (EFE)
Juan Ramón Jiménez y su esposa, Zenobia Camprubí (1956). (EFE)

La historia es real y está bien documentada. Empezaba el siglo XX y Juan Ramón Jiménez era un poeta joven, enfermizo y depresivo. Un día recibió una carta de una admiradora. Era peruana pero posiblemente rubia, pues llevaba por nombre Georgina Hübner. Decía adorar la poesía de Juan Ramón y su carta, comedida pero apasionada, marcó el comienzo de una larga relación epistolar que duraría más de una década. Adivinen: Juan Ramón acabó enamorándose.

No sabía el poeta que Georgina no era rubia. Menos aún podía suponer que bajo las faldas escondía un par de vergas.

Porque Georgina era una broma. Un personaje de ficción ideado por dos poetas jóvenes del Perú, José Gálvez y Carlos Rodríguez Hübner, que decidieron escribir a Juan Ramón haciéndose pasar por una admiradora para conseguir sus libros, que no llegaban a su país. Conscientes de que el poeta haría más caso a una dama en apuros que a un par de chavales con ínfulas, emprendieron esta correspondencia digna de novela que culminó con la obsesión del poeta por un fantasma al otro lado del océano Atlántico.

Para despertar al león de la sensibilidad amorosa, muchas veces no hace falta perderse en unos ojos ajenos bajo la luz del universo, ni caer rendido bajo las caricias suaves, ni una voz sensual que suena sincera mientras dice al oído palabras aterciopeladas. Muchas veces bastan las palabras adecuadas en una convincente caligrafía, porque el enamoramiento vive en la imaginación y comparte piso con los celos, la poesía y demás deformaciones de la imaginación humana.

Bien. Han pasado cien años y Juan Gómez Bárcena ha escrito una novela a partir de la anécdota. Se llama El cielo de Lima, como el poema que Juan Ramón Jiménez dedicó a su musa ficticia y que está recogido en el libro Laberinto. Juan Gómez es un hombre con la piel casi transparente y dos ojos azules y saltones que parecen atravesar a las personas como si fueran hojas de papel puestas al trasluz. Tiene cierta apariencia espectral cuando está callado, pero cuando su lengua viperina empieza a hablar, lo coloca en la tropa de los vivos de ingenio.

De todos los escritores jóvenes, Juan Gómez llega más lejos que los demás con sus novelas. Más lejos que los demás y eso me incluye a mí. Felicidades, Juan. He leído tu novela en dos sentadas y al terminarla te he lanzado un mensaje telepático: espérame allí, a ver si llego. Porque este libro deposita a Gómez Bárcena en la lejana gloria literaria. Uno sólo se pregunta de qué manera va a poder alcanzarlo, y cuándo. Quien diga que los autores jóvenes son malos, no ha leído este libro.

Pero sigamos. Para convertir este episodio real en una novela de ficción, el autor se ha puesto la levita de Stefan Zweig encima de la camisa blanca de Vargas Llosa. Estoy seguro de que si el premio Nobel peruano lee esta novela va a levantar el teléfono para felicitar a nuestro compatriota.

La cosa va así: Carlos y José, los bromistas peruanos, pertenecen a familias de distinto rango social. Carlos, que inventa a Georgina Hübner, es el hijo de un nuevo rico obsesionado con encontrar heráldicas en sus antepasados. José, cuyo referente real terminaría siendo vicepresidente de Perú y presidente del Senado, pertenece a la aristocracia peruana y va por la vida acostumbrado a dar órdenes. La novela narra cómo se quiebra la relación entre estos dos delfines de cunas desiguales en el transcurso de la correspondencia, mientras el poeta español, obsesionado con la musa, cae por las escaleras mecánicas del amor platónico.

Una broma al corazón siempre se va de las manos, porque las reacciones de un poeta son imprevisibles. Juan Ramón Jiménez querría dar un paso más. Loco por conocer a su admiradora peruana, cuyas cartas habían pasado de la reverencia al “querido amigo”, enviaría a Georgina una última carta sin saber que con ella la estaba matando. “¿Para qué más? Tomaré el primer barco, el más rápido, que me lleve pronto a su lado”. Los bromistas le hicieron llegar una misiva a través del consulado de Perú: “Comunique al poeta Juan Ramón Jiménez que Georgina Hübner ha muerto”.

Este siglo XXI ha abierto la veda a identidades a medio camino entre la carne y la nada. Internet favorece los amores sin base, y conozco más de una historia que ha terminado con un hombre desesperadamente enamorado de una mujer irreal a través de un chat o una página de contactos. Lo que demuestra esta historia es que el fenómeno no es nuevo. Antes, simplemente, el proceso era más lento. Lento como aquellos barcos llenos de cartas y demás mercaderías.

Pero en el libro hay mucho más, y a ustedes les recomiendo que lo descubran adoptando El cielo de Lima como lectura para este verano. Encontrarán una broma que se va de las manos pero también una amistad destruida por las aristas que la desigualdad social imprime en el carácter, y a una rata que mordisquea las cartas en las largas travesías del barco, y a los estibadores del puerto del Callao que se destrozan en una huelga sin horizonte, y a un escribidor profesional de cartas amorosas que lo sabe todo sobre las pasiones humanas. Pasarán horas deliciosas en salones de un palacio vendido a los traperos y así leerán de principio a fin una novela perfecta, erudita y totalmente digna de la historia que pide prestada su autor a la literatura universal.

La historia es real y está bien documentada. Empezaba el siglo XX y Juan Ramón Jiménez era un poeta joven, enfermizo y depresivo. Un día recibió una carta de una admiradora. Era peruana pero posiblemente rubia, pues llevaba por nombre Georgina Hübner. Decía adorar la poesía de Juan Ramón y su carta, comedida pero apasionada, marcó el comienzo de una larga relación epistolar que duraría más de una década. Adivinen: Juan Ramón acabó enamorándose.

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