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Qué divertido es ser joven y matar gente
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Qué divertido es ser joven y matar gente

Señora, sepa usted que hay homicidas escondidos en niños, en maridos abnegados, en mujeres dóciles, en curas, en laicos, en presidentes de naciones

Foto: Minuto de silencio en el instituto Joan Fuster. (EFE)
Minuto de silencio en el instituto Joan Fuster. (EFE)

Lo diré sin rodeos: es natural que un chaval coja un arma y se cargue a su padre o a un profesor o a otro chaval. Natural que ocurra cada cierto tiempo, cada cierto número de años en una población de equis millones de habitantes. Natural como la locura, el arrebato homicida, la caída de un asteroide o un tornado. Natural que el loco se aparente tranquilo y que a los vecinos les parezca una persona normal. ¿Qué cojones son esos vecinos, psiquiatras? ¿Acaso hay micrófonos en las escaleras pagados por la comunidad?

Señora, sepa usted que hay homicidas escondidos en niños, en maridos abnegados, en mujeres dóciles, en curas, en laicos, en presidentes de naciones. Señora, le diré más: la condición humana reserva muchas más cosas desagradables. También buenos polvos sorpresa, no se deprima. Yo creo que el de la tienda le pone ojitos.

La sociedad minimiza el daño y dispone los castigos, inventa la paz y la estandariza. Y funciona muy bien, tenemos que felicitarnos, estos chuzos trágicos se nos clavan con una frecuencia minúscula. Somos tan civilizados que los pobres más desesperados se suicidan sin llevarse por delante a tres banqueros antes de colgarse. Dice con su tino natural el escritor Sergio del Molino: “Cualquier español sabe que, descontando calles muy concretas y escasas, se puede deambular con tranquilidad por cualquier ciudad a cualquier hora. La violencia, en la España de 2015, es algo casi exótico”.

Y aun así, la naturaleza humana nos reserva esta fea estadística: cada cierto número de años un joven se va a cargar a alguien. Usará una catana, una ballesta, una piedra, una pistola o un lápiz afilado. Va en gustos, y los locos tienen sus fetiches. Cuando ocurra, veremos otra vez a gente mayor que corre histérica a la búsqueda de causas comprensibles. Los teléfonos de los pedagogos sonarán y los pedagogos de oficio dirán pedabobadas. Como Susana Camarero, secretaria de Estado de Servicios Sociales e Igualdad.

Les regalo una máxima de mi cosecha, como si me hubiera poseído Tagore: es viejo quien ha perdido el interés por lo que hacen los jóvenes

En otra época y otro lugar, Susana Camarero sería de las que, cuando llueve, salen a felicitar al indio que ha bailado con éxito la danza de la lluvia. La señora dijo: “Sinceramente, creo que los jóvenes cada vez están más rodeados de violencia”. Ya ha dicho Del Molino que Camarero miente, y yo añado que además se puso a buscar causas empuñando un bastón de ciego al estilo zahorí. Encontró sospechosos: videojuegos, series, cine, redes sociales, y se puso al nivel de Matías Prats en 1994, cuando dio la noticia del asesino de la catana, José Rabadán: “La causa podría ser un videojuego, Fantasía Fainal (sic), donde un joven inadaptado mata gente para liberar a la sociedad”.

Y pensábamos nosotros los niños: qué sabrá ese Prats, que no ha jugado ni al Comecocos. Cuando José Rabadán asesinó a su familia, muchos padres prohibieron a sus hijos el videojuego como podrían haberles dado cuchillos de plástico a la hora de comer. La solución fue tan absurda como imponer el velcro a la población si a un crío de doce años le da por ahorcarse con el cinturón de su padre. Soluciones a problemas ficticios. Y luego acusan a los jóvenes de confundir la ficción con la realidad.

Les regalo una máxima de mi cosecha, como si me hubiera poseído Tagore: es viejo quien ha perdido el interés por lo que hacen los jóvenes. Cuando el mundo de los adultos busca soluciones a problemas infantiles que no existen, los críos están obligados a aceptar con fastidio castigos por cosas que no han hecho. Si un padre decide que el fútbol es violento por el espectáculo de los hinchas neonazis, su hijo tendrá que joderse a la hora del recreo y ponerse a saltar a la comba, al menos, hasta que su padre dictamine que Rocky también saltaba a la comba y acabó destrozándose en el ring y ponga al niño a jugar a la petanca.

Señora, le confiaré un secreto. Los adolescentes sólo quieren dos cosas de usted: dinero y comprensión

Tengo el tema en las orejas y la boca, las radios y los periódicos me han preguntado estos días por qué he publicado una novela infantil, y yo siempre digo lo mismo: me interesa que los niños lean y para eso intento que se diviertan leyendo. Escribo una novela sin moraleja, gamberra, porque recuerdo el fastidio que me provocaba la cursilería de las lecciones moralizantes. Si Occidente se ha vuelto más y más seguro mientras los niños les dábamos a videojuegos sanguinolentos, los escritores no tenemos que adoctrinar a los niños en otra cosa que el placer de leer un buen libro.

Pero, queridos niños, vuestros padres no se enteran. Vosotros creéis que os prohíben cosas, pero es mucho más chungo: hay pavor en los análisis severos de tertulianos-momia, de presentadores de pelo postizo y secretarias de Estado añoradoras del aro y la rayuela. Es el pavor que nace de los profundos desconocimientos, el mismo de los marinos que ignoraban una costa al otro lado del océano y de los críos que no saben qué hostias pasa cuando se apaga la luz.

Señora, le confiaré un secreto. Los adolescentes sólo quieren dos cosas de usted: dinero y comprensión. Ni el dinero ni la comprensión podrán evitar que el próximo púber chalado protagonice un jugoso parricidio, pero el resto de los jóvenes quizás se sentirán un poco más comprendidos si las momias dejan de proferir insultos contra toda diversión.

¿Sabe qué puede hacer usted por los jóvenes, señora? Póngase a ver series, a jugar a videojuegos, vea películas de masacre en Texas y ríase con los chavales ante la catarata de vísceras de goma y sangre de ficción. Quizás recuerde entonces los cuentos de los hermanos Grimm que le contaban en casa, y a aquel féretro parlante que decía, seguro, que esos cuentos incitaron a varias generaciones a descuartizar a sus padres.

Se ahorrará el ridículo y a nosotros, eternos jóvenes, nos evitará el fastidio.

Lo diré sin rodeos: es natural que un chaval coja un arma y se cargue a su padre o a un profesor o a otro chaval. Natural que ocurra cada cierto tiempo, cada cierto número de años en una población de equis millones de habitantes. Natural como la locura, el arrebato homicida, la caída de un asteroide o un tornado. Natural que el loco se aparente tranquilo y que a los vecinos les parezca una persona normal. ¿Qué cojones son esos vecinos, psiquiatras? ¿Acaso hay micrófonos en las escaleras pagados por la comunidad?

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