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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Dejad que se vaya

En nuestro mundo hay un resquicio legal cuando la persona queda reducida a un organismo que sufre: es la sedación paliativa y la retirada de las máquinas para dejar que la vida camine a la muerte

Foto: Foto: Corbis.
Foto: Corbis.

Antenas y espejos de radiotelescopios apuntan a los confines del espacio como dedos que tantean sombras colocadas sobre puntos luminosos. Han encontrado agua salada en Marte y vuelve a pasarnos lo de siempre: recuperamos nuestra ilusión de pequeños exploradores insaciables, renace el deseo urgente de encontrar vida en otro planeta, y mientras los hombres de ciencia buscan territorios fértiles en la franja habitable de las estrellas, aquí, en la tierra, agoniza una niña llamada Andrea.

El sentido de nuestra búsqueda interestelar es el hallazgo de una vida ajena al milagro de nuestro planeta. Buscamos una vida-máquina que se mueva por sí misma en convulsiones microscópicas, ajena a nuestra voluntad y a nuestros manejos. La clonación es capaz de levantar la vida de la nada pero la evidencia de un organismo espacial sería la constatación de que existe el milagro fuera de la jurisdicción de nuestros dioses locales. En el agua de Marte o en un planeta sin nombre. Da igual, porque aquí, en la tierra, hay una niña llamada Andrea cuyos padres han tomado la decisión más trascendental de sus vidas: dejarla morir.

Buscamos fuera y lejos algo que le quite un poco de misterio a la vida, pero cómo retirar la sábana. Mientras se oculta la vida en la oscuridad remota, aquí es una emperatriz que ejecuta su tiranía. Se mueve entre las hormigas y el ciempiés, entre el cazador y la presa, y en los hospitales se para y se queda mirando a una niña demacrada con una curiosidad morbosa que reconozco muy bien. La vida observó con la misma crueldad a mi yaya y a mi abuelo días enteros, antes de perder su interés y abandonarlos.

La ciencia ha logrado que un corazón mueva la sangre hacia la nada. La vida se amuralla y sólo la muerte puede restituir la dignidad

La vida es un enigma, pero es el prólogo del acertijo mayor, que es la muerte. Lanzan al espacio rayos y ondas en busca de una isla en ese mar inerte. Andrea espera ese descubrimiento sin escuchar. Tiene 12 años y ha peleado heroicamente. Su enfermedad es tan rara que los médicos no buscaban cura, sino un nombre. Hace un año, la cría estaba tan mal que los padres autorizaron un tubo que la alimentase. Había conocido épocas mejores y ellos tenían la esperanza de regresar a ese punto, se conformaban con eso. Habían establecido con ella una comunicación sin palabras. Su madre era sus piernas, sus ojos y su voz, su soporte vital. Pero hace cuatro meses que Andrea está tan mal que el tubo se ha convertido en una cadena. Los padres se han reunido con el consejo pediátrico del hospital para que saquen el tubo. Todos, padres y médicos, se ven entrampados entre la vida, la ley y la muerte.

En nuestro mundo civilizado hay un resquicio legal cuando la persona queda reducida a un organismo que sufre: es la sedación paliativa y la retirada de las máquinas para dejar que la vida siga su curso hasta la muerte. No es lo mismo matar que dejar morir, pero hay burocracias sordas y crueles. Esta mañana he visto en la televisión a la madre de Andrea. Pedía a la sociedad que libere a su hija del sufrimiento, y por más vueltas que le doy no concibo una situación más dolorosa que la de esa madre.

¿Qué cuesta anticiparse y dejar libres las salidas de emergencia para quien las necesita? La ciencia no encuentra vida en el espacio pero fuerza la vida terrestre más allá de la misericordia. La madre de Andrea quiere que se vea a su hija como un caso particular, como una criatura que ha luchado todo lo posible y que ya no puede más, pero lo cierto es que este drama no sucede solo en esa habitación del hospital. Los que hemos pasado por las habitaciones del fin del mundo lo sabemos. Los que hemos acompañado a los que nos dejaban lo sabemos. Los que hemos visto cicatrices estériles en cuerpos sin fuerzas lo sabemos. Lo sabemos demasiadas horas, demasiados días, demasiados años. Lo sabe Andrea, y me pregunto si es ya lo único que sabe esa pobre criatura.

Mientras los radiotelescopios miran a las estrellas, la niña mira al lado contrario. ¿Qué nos está diciendo? Que la muerte es terrible cuando se presenta a traición pero es más terrible su carencia. La ciencia ha logrado que un corazón mueva la sangre hacia la nada. La vida se amuralla y solo la muerte puede restituir la dignidad.

Yo quería escribir esto para los padres y la hermana de Andrea. Si los radiotelescopios encuentran vida lejos de la Tierra será una victoria pequeña. No hay nada más grande que esa niña venciendo a la vida artificial. No hay nada más grande que esos padres, que conseguirán vivir pese al amor.

Antenas y espejos de radiotelescopios apuntan a los confines del espacio como dedos que tantean sombras colocadas sobre puntos luminosos. Han encontrado agua salada en Marte y vuelve a pasarnos lo de siempre: recuperamos nuestra ilusión de pequeños exploradores insaciables, renace el deseo urgente de encontrar vida en otro planeta, y mientras los hombres de ciencia buscan territorios fértiles en la franja habitable de las estrellas, aquí, en la tierra, agoniza una niña llamada Andrea.

Muerte Santiago de Compostela