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Rajoy hizo bien en perderse el debate
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Rajoy hizo bien en perderse el debate

Recién empezado el debate, allí nadie sabía muy bien a quién dirigir las acusaciones ni con quién aliarse. Ni los candidatos, ni Soraya, ni Ana Pastor, ni mucho menos los espectadores

Foto: La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, a su llegada al debate electoral. (Cordon Press)
La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, a su llegada al debate electoral. (Cordon Press)

Antes del debate daban la cabalgata, y vimos un desembarco de candidatos en el edificio de Atresmedia que recordaba al de los concursantes de 'Gran Hermano' en la casa de Guadalix. Las semejanzas no iban a quedar ahí. Todos tenían sus fans y sus enemigos: los banderas moradas aclamaron a Iglesias, mientras que a Rivera lo abucheaban los pocos militantes de UPyD que todavía no han cambiado de chaqueta. Soraya tuvo la elegancia de acercarse a saludar a Herzog, que se había quedado en la puerta pasando frío, y lo hizo con aires de señora que da limosna porque añora los tiempos en que UPyD era la única amenaza del bipartidismo.

Lo que pasó a continuación es difícil de explicar sin aludir a la lógica de 'Gran Hermano'. Se les vio corretear por pasillos forrados de publicidad con aires decididos, se oyeron sus risotadas mientras los tuiteros proponían beber chupitos cada vez que alguno dijera Dinamarca o Venezuela, y hubo en todo el debate algo de fiesta, con la inevitable resaca. La sombra tétrica de Rajoy se iba a proyectar muy poco sobre la 'espídica' Soraya.

Recién empezado el debate, habían quedado lejos las antiguas referencias, el acartonamiento parlamentario, los programas electorales que desgranaron con cierta seriedad en el debate económico que La Sexta dio la noche antes. A los 10 minutos, allí nadie sabía muy bien a quién dirigir las acusaciones ni con quién aliarse. Ni los candidatos, ni Soraya, ni Ana Pastor, ni mucho menos los espectadores. Era como un partido de fútbol con tres balones.

Pero el caos no iba a quedar ahí. El caos se había abierto como una flor en el alma de los cuatro combatientes. Iglesias pedía a todo el mundo que no se pusiera nervioso y en un momento llegó a exigir tranquilidad a los moderadores. Para arreglar el lío de Cataluña, mandó a los demás a ver 'Ocho apellidos catalanes', y luego, ese Iglesias que defiende las primarias y la transversalidad en los partidos políticos, acusó a Sánchez de mandar poco en el suyo.

Hubo en todo el debate algo de fiesta, con la inevitable resaca. La sombra tétrica de Rajoy se iba a proyectar muy poco sobre la 'espídica' Soraya

Cuando Ana Pastor utilizó la palabra 'zasca', una muchedumbre salió en las plazas para exigir que se incluya su prohibición en la próxima reforma constitucional. Entretanto, Sánchez se reía por lo bajo, y Soraya recriminaba a Rivera que pacte con corruptos, y no sabía ni ella si se estaba refiriendo al PSOE de Andalucía o a su propio partido en Madrid. Después, la niña de Rajoy dirigió su mirada a cámara y recomendó a las adolescentes que no permitan que nadie les mire el móvil, que es lo mismo que le dijo al presidente tras los SMS de Bárcenas.

Rivera estuvo nervioso, titubeante al principio y agresivo al final. Sabía que en este debate se estaba jugando más que nadie, aunque todas las encuestas den por hecho que Ciudadanos se hará con la llave de la gobernabilidad el año que viene y acabará llamándose Cerrajeros. Pero Rivera, como la difunta Díez, sabe que las encuestas las carga el diablo.

Mientras tanto, ajeno a todo, Sánchez seguía riéndose y exclamaba “ay, madre mía”. El socialista eludió con facilidad cualquier conato de respuesta concreta y aprovechó sus turnos de palabra para soltar pullas a Iglesias y desgranar el argumentario del PSOE. También nos recordó que en 1978 no existía internet, cosa que agradecimos mucho en mi casa, porque a esas alturas habíamos perdido la noción del tiempo.

Hizo bien Rajoy en irse a descansar a Doñana, porque esta España cuántica ya no la entiende nadie.

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Antes del debate daban la cabalgata, y vimos un desembarco de candidatos en el edificio de Atresmedia que recordaba al de los concursantes de 'Gran Hermano' en la casa de Guadalix. Las semejanzas no iban a quedar ahí. Todos tenían sus fans y sus enemigos: los banderas moradas aclamaron a Iglesias, mientras que a Rivera lo abucheaban los pocos militantes de UPyD que todavía no han cambiado de chaqueta. Soraya tuvo la elegancia de acercarse a saludar a Herzog, que se había quedado en la puerta pasando frío, y lo hizo con aires de señora que da limosna porque añora los tiempos en que UPyD era la única amenaza del bipartidismo.

Mariano Rajoy Soraya Sáenz de Santamaría Pedro Sánchez