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Cómo ser murciano y no espicharla en el intento
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Juan Soto Ivars

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Cómo ser murciano y no espicharla en el intento

En este peacico tierra ha florecido una cultura diferente a las demás, e incluso un idioma propio que se perpetúa de generación en generación sin necesidad de apostar por la inmersión lingüística

Foto: Varias jóvenes bailan en la calle en el desfile del Bando de la Huerta de Murcia. (EFE)
Varias jóvenes bailan en la calle en el desfile del Bando de la Huerta de Murcia. (EFE)

Ser murciano no es fácil, lo digo por experiencia. Tradicionalmente, a los malos alumnos se les mandaba al rincón de pensar, así que supongo que nuestros ancestros fueron estudiantes espantosos: nacer murciano es nacer arrinconado. Cualquier nativo que se haya aventurado a viajar un poco y haya conseguido hacerse entender entre personas con un castellano más completo se las habrá visto con una pregunta habitual en la vida del murciano viajero:

-Pero Murcia, ¿es de Andalucía o de Valencia?

Pobre franja de tierra la nuestra, contestamos: limita al suroeste con Andalucía y al norte con la Comunidad Valenciana, de modo que ocupa entre esas dos superpotencias el mismo espacio que la raja que separa las dos nalgas. En este peacico tierra, sin embargo, ha florecido una cultura totalmente diferente a todas las demás, e incluso un idioma propio que se perpetúa de generación en generación sin necesidad de apostar por la inmersión lingüística.

Antaño se llamó panocho, pero hoy día se le llama simplemente acento murciano, lo que puede llevar a equívoco. Ha aparecido en Twitter un traductor español-murciano que demuestra perfectamente que el murciano es una lengua parecida al latín: basta con declinar acho y pijo, sus dos partículas fundamentales, para decir casi cualquier cosa. Tanto es así que los expertos en filología murciana calculan que una traducción de los dos volúmenes del Quijote ocuparía15 páginas y vah que te matah. Y todavía quedaría espacio pa metele má cosicah.

Mientras el catalán, el gallego o el canario se ofenden cuando otros sacan broma de sus tópicos, los murcianos sabemos reírnos de nosotros mismos

Habitualmente nos vamos de Murcia en busca de trabajos que no existen en nuestra tierra, donde según 'El Mundo Today' no existe internet, no hay urinarios y tampoco motores diésel. En este trance, para pasar desapercibido, el murciano tiene dos opciones: operarse el acento para mimetizarse con loh de loh madrileh o convertirse en el gracioso de la oficina. Pero hay que decir que bajo nuestra apariencia de pueblo humilde y emigrante, se esconde un afán colonial. Entre murcianos existe el mito de que es imposible aparearse con un murciano del sexo contrario, así que nada nos gusta más que tirar la caña a ejemplares de otras geografías. La prueba es que no hay una persona en todo el mundo que no se haya tirado a un murciano, o que no conozca a alguien que lo haya hecho.

Puede que la alimentación típica murciana tenga algo que ver. Nuestra gastronomía es exquisita y nutritiva, aunque los nombres de los platos harían caer de culo a cualquier sibarita francés: nos alimentamos de olla podrida, olla gitana, caldero, paparajotes, zarangollo, michirones, gachasmigas y atascaburras. Hay indicios de que esta dieta podría ser una de las causas de que nos comamos tantas consonantes cuando hablamos.

Pero aunque el comercio es una seña de identidad murciana, no lo es tanto como el bebercio. Durante las fiestas del Bando de la Huerta, por ejemplo, innumerables carrozas con barracas encima asolan el centro de la capital y desde ellas se lanzan botas de vino y longanizas a la multitud. La efervescencia de este momento solo es comparable a la del carnaval de Águilas, donde se elabora una bebida que se llama cuerva, y que bajo la apariencia de una sangría guarda el contenido de todas las botellas que queden en el armarico. Nuestra disposición a la juerga queda delatada en la geografía: dos pedanías consecutivas que hay junto a Murcia se llaman La Raya y Nonduermas, con lo que hay poco más que añadir.

Sin embargo, entre tanta fiesta, en Murcia ha germinado en los últimos años una caterva de artistas y escritores de primer orden: Miguel Ángel Hernández y Manuel Moyano quedaron finalistas del Herralde, Leonardo Cano acaba de publicar una novelaca en Candaya, Ginés Sánchez es un maestro de la novela negra y publica en Tusquets, Tomás Peña hace videoclips para artistas internacionales, a María Yuste la dejan escribir en 'über-hipster' en 'Playground', Pedro Vera exprime la murcianía y la aplica al cuñadismo en sus #Ranciofacts de 'El Jueves' y no podemos olvidar que Pérez-Reverte, por mucho que se ponga pasminas y hable finolis, es más cartagenero que el submarino de Isaac Peral.

Sin embargo, de nuestras características intrínsecas, hay una que yo valoro por encima de todas las demás: mientras el catalán, el gallego o el canario se ofenden cuando otros sacan broma de sus tópicos, el murciano se ríe alegremente. Sabemos reírnos de nosotros mismos, y esto, en una época de pieles tan finas, es una auténtica bendición.

Ser murciano no es fácil, lo digo por experiencia. Tradicionalmente, a los malos alumnos se les mandaba al rincón de pensar, así que supongo que nuestros ancestros fueron estudiantes espantosos: nacer murciano es nacer arrinconado. Cualquier nativo que se haya aventurado a viajar un poco y haya conseguido hacerse entender entre personas con un castellano más completo se las habrá visto con una pregunta habitual en la vida del murciano viajero:

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