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Cuando los comentaristas de fútbol se convierten en poetas
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Juan Soto Ivars

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Cuando los comentaristas de fútbol se convierten en poetas

La inspiración más poética aparece en directo, sin tiempo para reaccionar. El gol pasa como un rayo por el cerebro del comentarista, es una musa, lo convierte en poeta

Foto: Andrés Iniesta descubre un cuadro con la fotografía de la jugada que dio el Mundial de Sudáfrica a la selección española. (EFE)
Andrés Iniesta descubre un cuadro con la fotografía de la jugada que dio el Mundial de Sudáfrica a la selección española. (EFE)

Hay quien cree que por darle mucho al enter está escribiendo un poema, y no. Ese mejunje de sílabas y pedantería, ese potaje de sentimientos en el que palabras como anhelo, crepúsculo o víscera proliferan como garbanzos en un cocido no es poesía. Para buscar la verdadera poesía me guío por el olfato y dejo a un lado la teoría de la literatura. Así encuentro poemas en los sitios más estrambóticos. Por ejemplo en la pescadería, o en el patio de luces en que hablan dos vecinas, o en el fútbol que dan por la radio.

Las narraciones de los partidos, a veces, tienen el ritmo y el nervio de las mejores novelas. Yo, cuando ando escaso de inspiración, sé lo que tengo que hacer: darle vueltas al dial hasta que venga a salvarme de la torpeza un comentarista inspirado. La narración vertiginosa de los movimientos del balón que hacen esos tipos de lengua malabarista me produce el mismo efecto que la anfetamina. La prosa, que andaba arrastrándose, se levanta y trisca como una cabra.

De estas cosas estuve hablando el miércoles pasado en San Mamés, donde discutimos sobre los límites de la literatura y el fútbol Agustín Fernández Mallo, Miguel Ángel Hernández, Pablo Moíño y un servidor, en las jornadas que organiza un tío brillante que se llama Galder Reguera. Nos preguntaron allí si el fútbol es cultura. Yo no creo que lo sea. Por sí solo no lo es, pero sí que produce cultura a su alrededor. Y no hace falta irse a las crónicas geniales de Manuel Jabois o Juan Tallón.

Hace tiempo que me puse a transcribir algunas narraciones de gol y me di cuenta de que eran versos

La inspiración más poética aparece en directo, sin tiempo para reaccionar. El gol pasa como un rayo por el cerebro del comentarista, es una musa, lo convierte en poeta. Hace tiempo que me puse a transcribir algunas narraciones de gol y me di cuenta de que eran versos. Por ejemplo, en este arrebato que le dio al argentino Víctor Hugo Morales cuando Maradona marcó el segundo a los ingleses en el Mundial de México 86.

Maradona es para llorar.

Perdónenme.

Maradona en recorrida inmejorable,

en jugada de todos los tiempos,

barrilete cósmico,

¿de qué planeta viniste

para dejar en el camino a tanto inglés,

para que el país sea un puño apretado

gritando por Argentina?

Argentina 2, Inglaterra 0.

Gracias, Dios, por el fútbol,

por Maradona, por esas lágrimas.

La guerra de las Malvinas había humillado a Argentina pero Maradona los estaba redimiendo. Sin embargo, no hace falta un contexto de tragedia para que la inspiración lleve al radiofonista a componer versos. A Carlos Martínez le salió por la boca este poema cuando el Barça le empató al Chelsea en la temporada 2009-2010:

El dios del fútbol acaba de bajar a Stamford Bridge.

¡No es Andrés Iniesta!

Es el Dios de la justicia del fútbol.

Porque la mezquindad no se puede pagar,

¡y el riesgo, la fe que ha tenido el Barça, sí!

Llegó un primer y único pase bueno de Dani Alves,

la pelota rechazada y Andrés,

con la categoría que tiene el de Fuente Albilla,

marca el gol que mete al Barça en la final.

También tocó techo Alfredo Martínez de Onda Cero cuando, en los últimos minutos de la final del Mundial de Sudáfrica, Iniesta se escurrió para marcar el gol que dio la primera copa del mundo a la selección.

Memorable, celestial, divino, eterno: Iniesta.

Llegó diabólico Iniesta para el remate de una vida,

el beso de la gloria, la caricia de la eternidad,

y a Dios pongo por testigo, al mundo entero,

quiero llorar. Quiero gritar.

Quiero abrazar a España entera.

Qué grande es nacer español.

¡Al fin, al fin! ¡Al fin lo conseguiremos!

¡España uno,

se hace eterno Iniesta,

se hace inmortal Iniesta,

Holanda cero!

Hay quien cree que por darle mucho al enter está escribiendo un poema, y no. Ese mejunje de sílabas y pedantería, ese potaje de sentimientos en el que palabras como anhelo, crepúsculo o víscera proliferan como garbanzos en un cocido no es poesía. Para buscar la verdadera poesía me guío por el olfato y dejo a un lado la teoría de la literatura. Así encuentro poemas en los sitios más estrambóticos. Por ejemplo en la pescadería, o en el patio de luces en que hablan dos vecinas, o en el fútbol que dan por la radio.

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