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Cómo internet consigue cruzar océanos a 8.000 metros de profundidad
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Jordi Pereyra

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Cómo internet consigue cruzar océanos a 8.000 metros de profundidad

Existen más de 3.000 millones de dispositivos conectados a internet. Gracias a los cables de fibra óptica submarinos es posible comunicarse con otros continentes... siempre y cuando se protejan bien

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Ah, internet. Enciendes el ordenador o el móvil, pulsas un par de botones y, de una manera mágica, estás conectado a una red global invisible que te permite ponerte en contacto en tiempo real con gente que se encuentra en la otra punta del planeta. O, al menos, parecería un acto de magia para cualquier ser humano que haya vivido antes de mediados del siglo XIX.

En realidad, internet es mucho más aparatoso que lo que vemos a simple vista. O, más bien, que lo que no vemos a simple vista.

La red suele aparecer representada como una especie de líneas energéticas, inmateriales y etéreas, que cruzan mares y continentes para conectar a sus habitantes sin importar qué obstáculos existan entre ellos.

Nada más lejos de la realidad: para llegar a todos los rincones del planeta, internet necesita un soporte físico inmenso. Rápidamente, en nuestras cabezas esas líneas azules incorpóreas se convierten en cables que son tan reales y molestos como la vida misma. O sea, que ya podéis empezar a haceros una idea de la variedad de amenazas que pueden poner en jaque nuestra conexión.

Para proteger los cables de terremotos, corrientes, anclas y tiburones, se recubren de varias capas de materiales que los hacen impermeables y resistentes

Internet no es más que un montón de ordenadores conectados entre sí. Lo que en 1969 comenzó siendo una red que conectaba cuatro ordenadores de cuatro universidades americanas distintas para facilitar la transferencia de información entre ellas, a día de hoy se ha extendido hasta abarcar más de 3.000 millones de equipos. Y guardada en todos estos ordenadores están todas las fotos (de gatos), vídeos (de gatos) y páginas web (que recopilan las mejores fotos y vídeos de gatos) que dan forma al internet que todos amamos y en el que perdemos más tiempo del que deberíamos.

Para que todo el mundo pueda acceder a la información contenida en estos ordenadores, es necesario que todos estén conectados entre ellos. Y no olvidemos que los equipos están repartidos por la superficie de todo el planeta, que con 40.000 kilómetros de perímetro en su ecuador tampoco es pequeño.

Una solución podría consistir en conectar todos los ordenadores del mundo de manera inalámbrica, claro. Si cada uno de nosotros tuviera un inmenso repetidor de radio en casa, con todos los gastos que conlleva. Conectarlo todo con cables es la solución más sencilla, pero habréis notado que de vuestro router no salen 3.000 millones de cables que estén conectados con todos y cada uno del resto de ordenadores del planeta de manera individual. Por supuesto, esto no sería demasiado práctico porque, además de su coste desorbitado, la gran mayoría de esos cables no se utilizarían nunca.

Es por eso que los cables de todas las casas de nuestro barrio van dirigidos hasta unas centralitas locales donde la información se transmite a un cable más grueso que a su vez lleva esa información hasta otras centralitas regionales, más grandes, pasándola a otros cables más gruesos que a su vez conectan con otras centralitas más grandes que… Bueno, y así hasta que llega el punto de que la información de cientos de miles de hogares ha sido concentrada en un único cable que puede recorrer miles de kilómetros pasando entre montañas, cruzando desiertos y, agarraos los pantalones, incluso conectando distintos continentes al pasar a través de los océanos.

En 2006, el terremoto de Hengchun rompió varios cables submarinos, afectando a las comunicaciones entre Taiwan, China, Corea y el resto del mundo

De estas últimas quería hablar, porque me parecen especialmente curiosas. Sobre todo por las duras condiciones a las que están sometidas y, por tanto, las que tienen una mayor probabilidad de fallar y dejar a continentes enteros incomunicados.

En este enlace se pueden ver las diferentes líneas de internet que conectan los continentes entre sí por debajo del agua y en este otro podéis ver el recorrido que sigue por el mundo la señal que manda vuestro ordenador cuando queréis entrar en una página web concreta y os dice también la distancia que la señal recorre.

Los grandes volúmenes de información de tantos hogares combinados se transfieren entre un punto y otro del planeta a través de cables de fibra óptica: finos hilos de cristal a través de los cuales pasan los pulsos de luz que contienen, codificada, las instrucciones y los datos enviados entre ordenadores.

Pero está claro que no se pueden dejar unos finos cables de cristal desperdigados por el fondo del mar, algunos de ellos a hasta 8.000 metros de profundidad, porque estarían rotos en muy poco tiempo. Para proteger a los cables de los elementos (y por elementos quiero decir terremotos, corrientes marinas, barcos haciendo pesca de arrastre o incluso mordeduras de tiburones, los cables están recubiertos de varias capas de materiales que no sólo las impermeabilizan, sino que además los dotan de resistencia.

Ni siquiera eso garantiza nuestra conexión diaria (bah, seamos sinceros, horaria) a Facebook. En 2008, unas anclas rompieron dos líneas de fibra óptica cerca de la costa de Egipto y mermaron las comunicaciones de Egipto, Kuwait, India y Pakistán. Lo mismo ocurrió en 2012 cerca de un puerto de Kenia, lo que dejó a seis países africanos sin conexión a la red.

Terremotos, los mayores enemigos de internet

Sin embargo, el peligro que pone en jaque en mayor medida nuestra red de comunicaciones mundial, debido a su virulencia, son los terremotos. Éstos son capaces de dañar varios cables al mismo tiempo al tratarse de fenómenos que afectan a extensas superficies. Por muy fuertes que sean los cables, difícilmente soportarán los tirones y zarandeos del suelo marino de un terremoto de intensidad considerable.

Por ejemplo, en 2006, el terremoto de Hengchun, al sur de Taiwán, con una magnitud de entre 6.7 y 7.1, rompió varios cables submarinos, afectando gravemente las comunicaciones entre Taiwan, China, Corea del Sur y el resto del mundo, sobre todo con EEUU. Mirando el lado positivo, el resto del mundo recibió una menor cantidad de spam procedente de Corea del Sur y China durante los siguientes días, cuyo volumen se redujo entre un 90% y un 99%.

Siguiendo con los terremotos submarinos, el terremoto de escala 9.0 que provocó el tsunami de Japón en 2011 podría haber dañado muy seriamente las comunicaciones del país, pero al final sólo quedó en unos cuantos fallos más o menos anecdóticos.

Volviendo a tierra firme, tampoco hace falta un desastre natural a gran escala para cargarse una red de comunicaciones. En 2011, una mujer de 75 años rompió un cable de fibra óptica que conecta Georgia con Armenia mientras cavaba buscando cobre, lo que dejó a toda Armenia sin internet durante 5 horas. En general este cable suele estar bien protegido y enterrado, pero a veces puede quedar expuesto después de lluvias intensas o corrimientos de tierra… En cuyo caso basta una señora mayor con una azada para provocar el desastre.

Ah, internet. Enciendes el ordenador o el móvil, pulsas un par de botones y, de una manera mágica, estás conectado a una red global invisible que te permite ponerte en contacto en tiempo real con gente que se encuentra en la otra punta del planeta. O, al menos, parecería un acto de magia para cualquier ser humano que haya vivido antes de mediados del siglo XIX.

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