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El Universo en una taza de café: Las luces del cielo
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Jordi Pereyra

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El Universo en una taza de café: Las luces del cielo

En tu cabeza se ha encendido algún interruptor y lo único que te apetece ahora es realizar el acto inútil de observar el cielo un rato más en vez de irte a dormir. Estás a punto de cambiar la historia

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Este texto es un fragmento de El Universo en una taza de café (Jordi Pereyra, Editorial Paidós).

Estás tranquilamente sentado en el suelo polvoriento de tu cueva, junto al fuego, satisfecho. Eres un ser humano adulto, has superado con creces los pocos años de vida que se esperaba que vivieras y en tu estómago descansan los restos que quedaban de ese conejo que tanto te costó atrapar ayer. A lo mejor no has recuperado todas las calorías que gastaste para cazarlo pero ¡qué diablos!, el sabor lo compensa todo desde que descubriste el refinado toque que le dan a la carne esas ramitas con hojas puntiagudas que crecen entre los matorrales. Eres todo un protogourmet.

El fuego ilumina las paredes rocosas de la caverna con un tono anaranjado y tus pinturas marrones y rojizas parecen bailar con las sombras fugaces proyectadas por las llamas sobre el color ocre de la piedra. Si no fuera porque el fuego está perdiendo fuelle, a lo mejor ahora dibujarías al conejo que te acabas de zampar. Pero el arte puede esperar; de momento será mejor que vayas a recoger algunas ramas para alimentar tu única fuente de calor.

La temperatura en el oscuro exterior es agradable porque estás atravesando uno de esos períodos calurosos… Ahora que lo piensas, hace mucho tiempo que no tienes frío de verdad y seguramente eso va a cambiar pronto. Por desgracia, siempre vuelve el frío, aunque no tienes manera de saber cuándo ocurrirá.

El disco brillante se ha escondido hace rato en la lejanía, tras el suelo, y no sabes cuánto tardará en volver a aparecer por el otro lado. Eso si vuelve, claro

Sabes que fuera de la cueva no vas a poder ver a un palmo de tus narices. El disco brillante se ha escondido hace rato en la lejanía, tras el suelo, y no sabes cuánto tardará en volver a aparecer por el otro lado. Eso si vuelve, claro. Imaginas por un momento que decide quedarse enterrado bajo tierra para no aparecer nunca más, y te estremece la idea de pasar el resto de tu vida en esa molesta oscuridad, así que deseas con todas tus fuerzas que eso no ocurra. Echarías mucho de menos el reconfortante calor que el disco brillante aporta a todo. Pensándolo bien, ¿por qué diablos no se puede quedar quieto ahí arriba para siempre? ¿Por qué tiene que hacerte la vida imposible y ocultarse cada poco tiempo para dejarte indefenso y tiritando en la oscuridad? ¡Maldito disco
brillante!

La oscuridad en el exterior

Pero, bueno, no todo es malo. Aunque el exterior no está bañado con la luz y el calor del disco brillante, si mal no recuerdas, durante los últimos períodos oscuros has visto en el cielo ese otro objeto blanquecino que, aunque no brilla tanto como su compañero, a veces emite luz suficiente como para permitirte salir a cazar algún animalillo nocturno. Decides asomarte al exterior para ver si el disco blanquecino brilla tanto como para que puedas recoger unos cuantos pedazos de madera sin partirte la crisma. Agarras tu abrigo de piel de conejo y tu lanza y echas las últimas ramitas al fuego para asegurarte de que no te dará un disgusto cuando vuelvas.

Una vez en el exterior, inspiras el aire frío y húmedo proveniente del arroyo que transcurre cerca de la cueva. No podías haber elegido un sitio mejor para asentarte, la verdad. Cobijo, agua, comida… La situación sólo podría mejorar si tuvieras algún tipo de compañía. Lo ideal sería una compañía femenina, a ser posible, pero teniendo en cuenta los años que llevas viviendo y los pocos que seguramente te quedan por vivir, ya has asumido que es bastante
improbable que algo así vaya a ocurrir. «Vive rápido y muere joven», ése es el eslogan de tu contexto histórico.

Después de pasar tanto tiempo embobado mirando el fuego y reflexionando sobre lo positiva que es tu situación últimamente, a tus ojos les cuesta adaptarse a la oscuridad. Un resbalón que a punto está de hacer que te despeñes por la pendiente que lleva hasta el arroyo lo corrobora. Por suerte, consigues apoyarte en tu lanza y evitas caerte, algo realmente peligroso, ya que cualquier infección podría acortar tu esperanza de vida aún más.

Unos segundos después, tus ojos empiezan a acostumbrarse a la oscuridad y echas un vistazo al cielo. Observas que el disco blanco está haciendo otra vez de las suyas: ahora está ahí flotando, en medio de la nada, formando una fina línea curva. El disco brillante tiene la mala costumbre de aparecer y desaparecer del cielo, pero es que el disco blanquecino se lleva la palma. ¿Por qué tiene que cambiar de forma constantemente? De verdad que no
quieres cabrearte con las cosas que te rodean, pero es que la naturaleza no te lo pone nada fácil.

'Vive rápido y muere joven', ése es el eslogan de tu contexto histórico

La luz que emite el disco blanquecino no es, ni de lejos, suficiente como para dar tres pasos sin abrirte la cabeza. Suspiras y te sientas en el suelo. El fuego no durará mucho y no podrás encenderlo de nuevo hasta que el disco amarillo vuelva a hacer su aparición… Eso si hay suerte y no aparecen esas masas grises que braman haciendo un gran estruendo y empieza a caer agua del cielo. Te entran ganas de dar rienda suelta a tu indignación pegándole una patada a alguna piedra, pero será mejor que la humanidad no adopte esa mala costumbre hasta que alguien invente algo que cubra los pies.

Leyendo el cielo

Diriges la vista al cielo de nuevo. Está inusualmente despejado y puedes ver todas esas pequeñas lucecillas, de brillos dispares, con una nitidez que no recuerdas haber presenciado nunca antes. No te habías fijado hasta entonces, pero algunas de esas luces titilan en diferentes colores. Algunas son especialmente brillantes y unas pocas no centellean en absoluto. Una franja más luminosa y difusa cruza el cielo y termina bruscamente en el horizonte, recortada por la silueta de las montañas lejanas.

Es un espectáculo fantástico y te das cuenta de que, de alguna manera, te aporta satisfacción. Es una sensación extraña: hasta el momento lo único que había conseguido conmoverte eran las cosas que te iban a resultar beneficiosas a corto plazo como un jabalí bien grande, una buena hoguera un día de frío o una punta de lanza especialmente afilada. Pero en tu cabeza se ha encendido algún interruptor y lo único que te apetece ahora es realizar el acto inútil de observar el cielo un rato más en vez de irte a dormir.

Te tumbas para ahorrarte los dolores de cuello a los que te podría someter tu recién descubierta afición y escrutas el firmamento hasta que el disco brillante da signos de que está dispuesto a volver. El espectáculo de luces empieza a difuminarse en la claridad y por primera vez en tu vida lamentas que el disco brillante haya hecho su aparición tan pronto.

Lo que descubres al observar

A partir de ese día conviertes la observación de los puntos brillantes en una costumbre. Notas cómo, a lo largo de los períodos oscuros, las lucecillas se desplazan lentamente desde un punto del horizonte hasta otro. De entre todas ellas, hay unas pocas que se comportan de manera distinta, tanto por su velocidad como por su trayectoria… ¿Qué hará que esas luces lleven la contraria al resto del firmamento? ¿Podrían tener voluntad propia?

Cuanto más observas el firmamento, más seguro estás de que el movimiento de todas esas luces no es caótico, sino que sigue un patrón cíclico…

Y con el tiempo has descubierto que el disco blanco, que te parecía que cambiaba de forma cuando le daba la gana, sigue un ciclo muy regular. De hecho, te das cuenta de que según la forma que tenga puedes predecir cuándo va a volverse grande otra vez o cuándo desaparecerá. A medida que observas el cielo también te percatas de que incluso el resto de los pequeños puntos brillantes parecen cambiar de posición de manera regular entre las estaciones frías y calientes. Cuanto más observas el firmamento, más seguro estás de que el movimiento de todas esas luces no es caótico, sino que sigue un patrón cíclico… Aunque estos ciclos son largos y por eso no habías reparado antes en ellos.

Pasado un tiempo llegas a la conclusión de que, al contrario de lo que pensabas, todas esas cosas brillantes que pasan constantemente por encima de tu cabeza no están conspirando contra ti y que, de hecho, están ahí para guiarte a través de los períodos de frío y calor si sabes interpretar su mensaje.

Enhorabuena: acabas de cambiar irremediablemente el curso de la humanidad.

Este texto es un fragmento de El Universo en una taza de café (Jordi Pereyra, Editorial Paidós).