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Química mortal: los minerales más letales del planeta
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Jordi Pereyra

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Química mortal: los minerales más letales del planeta

La naturaleza ha puesto a nuestra disposición algunas cosas que hemos mantenido cerca porque son bonitas o útiles. El problema es que, a veces, también son muy tóxicas

Foto: Cinabrio
Cinabrio

Si analizamos con detenimiento nuestro entorno, veremos que la naturaleza ha puesto a nuestra disposición algunas cosas que los seres humanos hemos mantenido cerca de nosotros a lo largo de nuestra historia, ya sea porque son muy bonitas o muy útiles. El problema es que, a veces, estas cosas también son muy tóxicas. Y ese es el caso de algunas de las 3.800 especies de minerales conocidas.

Normalmente los compuestos químicos que dan forma a nuestro planeta están mezclados en masas amorfas que, en general, no son especialmente llamativas (también llamadas rocas). Pero, si se dan las condiciones correctas, entonces alguna de estas sustancias puede llegar a concentrarse en un lugar donde se dan las condiciones de presión y calor necesarias para que esa sustancia empiece a formar estructuras que tienen una geometría y un colorido que desentona mucho con lo que la naturaleza nos tiene acostumbrados. Y eso son los minerales, vaya.

Hoy en día sabemos que las sustancias que componen los cristales de muchos minerales son perjudiciales para la salud y, por tanto, evitamos tenerlos cerca. Pero nuestros antepasados tuvieron que descubrir sus propiedades negativas por las malas, después de utilizarlos como parte de su día a día durante generaciones.

Cinabrio, un rojo de muerte

Un buen ejemplo es el cinabrio: un mineral con un color rojo intenso que se pulverizaba para convertirlo en un pigmento llamado bermellón.

Pese a su nombre aparentemente inofensivo, el cinabrio es un mineral compuesto por sulfuro de mercurio. Y la exposición al sulfuro de mercurio tiene unas consecuencias para la salud bastante desagradables, entre las que se encuentran fuertes dolores del pecho, daños en el sistema intestinal y los riñones, dermatitis, corrosión de las mucosas, anorexia, fatiga, temblores y, por supuesto, la muerte.

Los devastadores efectos que una exposición intensa al cinabrio puede tener sobre la salud se pueden observar en las minas de Almadén, una de las principales fuentes de este mineral del mundo. Trabajar en esa mina era una perspectiva tan funesta que desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII la mina fue operada en gran medida por esclavos y convictos, de los cuales el 24% morían envenenados por el mineral antes de que terminaran sus condenas.

Aun así, este mineral ya se trituraba durante el paleolítico para pintar murales en las cuevas y no dejó de usarse en el ámbito artístico hasta el siglo XIX, cuando empezó a ser sustituido por otros compuestos. Los chinos lo utilizaban para teñir ropa y fabricar objetos lacados, los mayas usaban el cinabrio durante sus rituales funerarios y también se utilizó como maquillaje tanto en la época del Imperio Romano como en la Francia del siglo XVIII.

Aunque no he podido encontrar cifras de mortalidad específicas derivadas de su uso, el cinabrio debió dar más de un disgusto, ya que en el siglo XIX se empezó a aconsejar que se sustituyeran los pigmentos basados en este mineral por otras sustancias derivadas de productos vegetales.

Amianto y su polvo letal

Pero hay otro mineral que hemos a gran escala del que sí que existen cifras.

Todos hemos oído hablar alguna vez del amianto y de lo peligroso que es, pero mucha gente no sabe que, en realidad, se trata de un grupo de seis minerales compuestos por cristales fibrosos que ocurren de manera natural. A su vez, estos cristales están hechos de diminutas fibras microscópicas que se liberan al aire cuando se trabaja con el material. Al ser respiradas, estas fibras llegan fácilmente a los pulmones donde, si se van acumulando durante mucho tiempo, pueden provocar cáncer.

Estos minerales nos han llamado siempre la atención por su flexibilidad, su suavidad y sus propiedades ignífugas. Los puedes embadurnar en aceite y prenderles fuego, que el amianto saldrá intacto del encuentro. Es por eso que en la antigüedad existían muchas leyendas sobre el origen de este extraño material, entre ellas que las fibras del amianto eran el pelo de unas salamandras resistentes a las llamas. De hecho, en el siglo XIII Marco Polo desmintió estas historias después de visitar una mina de amianto en China.

Se han encontrado fibras de amianto en restos de cerámica paleolítica y en los tejidos en los que están envueltas las momias egipcias. En realidad, casi todas las civilizaciones las han usado para tejer paños, ropa, manteles, cortinas, filtros y, cómo no, en la construcción como material aislante, una aplicación que alcanzó su pico máximo en la década de 1970.

Pero no fue hasta principios del siglo XX que empezamos a darnos cuenta de los efectos que el polvo de amianto tenía sobre la salud, después de que se descubrieran los maltrechos pulmones repletos de fibras de amianto en las autopsias de los mineros que se dedicaban a su extracción. Además del desarrollo de asbestosis, la inflamación y aparición de cicatrices en los pulmones, la exposición prolongada al amianto también aumenta el riesgo de padecer cáncer.

De hecho, como sus efectos cancerígenos tardan décadas en manifestarse, en los últimos años están aumentando los casos de cáncer provocados por la exposición al amianto en los pulmones de aquellos que trabajaron con este material durante los años 70. Para ponerle una cifra, sólo en 2004, 107.000 personas murieron a causa del amianto y otro millón y medio quedaron discapacitadas.

Minerales con uranio: más tóxicos que radiactivos

Y, aunque no representen directamente una amenaza porque no los usamos en nuestra vida cotidiana, hay otro grupo de minerales especialmente letales que quería mencionar.

En tiempos más recientes se ha descubierto que los minerales que contienen uranio, como la torbernita o la uraninita, también presentan un riesgo para la salud. Este caso es curioso porque, al contrario de lo que pueda parecer a primera vista, no es la propia radiación emitida por el uranio lo que representa un peligro. En realidad, el uranio-238 es más peligroso por su toxicidad que por su radiactividad, así que este no era el problema.

Los átomos radiactivos contienen un número de neutrones excesivo y, por tanto, son inestables. En general esta situación termina cuando del núcleo sale disparada una partícula alfa, compuesta por dos protones y dos neutrones. Estos diminutos proyectiles son lo que llamamos radiación nuclear y son capaces de dañar nuestras células al chocar contra ellas, lo que en última instancia puede llegar a provocar cáncer.

Al mismo tiempo, al haber perdido dos protones en su núcleo, el elemento radiactivo se convierte un elemento distinto. Un átomo uranio-238, en su camino hasta convertirse en plomo-208, pasará algo más de 3 días convertido en radón, un gas inodoro, incoloro… Y radiactivo.

Normalmente las partículas alfa tienen poco efecto sobre nuestro cuerpo porque nuestra piel es un órgano muy resistente y con una gran capacidad para regenerarse. Pero si respiramos gas radón, entonces los átomos pueden liberar sus minúsculos proyectiles directamente en nuestro interior, donde nuestros tejidos son mucho más vulnerables. Para que os hagáis una idea de lo que pasa en nuestros pulmones al inhalar radón, esto es el gas metido en una cámara de vapor, donde las partículas alfa interaccionan con el vapor de agua y dejan una estela a su paso:

Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que entre los mineros que trabajaban en el interior de las minas a principios del siglo XX se produjeran 6 veces más casos de cáncer de pulmón de lo que cabría esperar, sobre todo teniendo en cuenta que el radón que pudiera estar atrapado en la estructura cristalina de los minerales quedaba liberado al romper los cristales durante su extracción.

Pero, aunque no estamos expuestos al radón en las cantidades comparables a las que hay en una mina, todos lo respiramos en mayor o menor medida porque el uranio se encuentra repartido por toda la corteza terrestre en pequeñas cantidades. Algunas rocas, como el granito o la roca volcánica, tienen mayores concentraciones de minerales de uranio y, por tanto, la cantidad de radón producido es mayor. Pero, sea como sea, sólo en Estados Unidos se estima que la exposición al gas radón producido por la descomposición de los minerales de uranio es responsable de entre 15.000 y 20.000 casos de cáncer anuales.

Por supuesto, hay muchos minerales que pueden ser peligrosos si se dan las condiciones adecuadas pero, la gran mayoría de veces, son seguros a menos que sean procesados de alguna manera que libere las sustancias tóxicas que contienen. De hecho, la gran mayoría de los minerales son muy inocuos y, como mucho, la única precaución que hay que tomar al manipular alguno de ellos es lavarse las manos. O sea, que no os preocupéis por esa colección de minerales que comprasteis por fascículos que tenéis abandonada en el cajón.

Si analizamos con detenimiento nuestro entorno, veremos que la naturaleza ha puesto a nuestra disposición algunas cosas que los seres humanos hemos mantenido cerca de nosotros a lo largo de nuestra historia, ya sea porque son muy bonitas o muy útiles. El problema es que, a veces, estas cosas también son muy tóxicas. Y ese es el caso de algunas de las 3.800 especies de minerales conocidas.

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