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De cómo trabajé desde el extranjero sin que el 'roaming' me arruinase
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José Mendiola

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De cómo trabajé desde el extranjero sin que el 'roaming' me arruinase

La libertad de trabajar por cuenta propia tiene sus esclavitudes, y sin duda, una de ellas reside en llevarse la oficina a cuestas allá donde uno vaya

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Eran unos pocos días, cuatro nada más. Esto de trabajar por cuenta propia es lo que tiene: mientras uno observa las largas vacaciones de algunos amigos en el pueblo o la playa, otros tienen que conformarse con una escapada de unos pocos días y con el móvil a cuestas para no dejar desatendidos los compromisos. La libertad de trabajar por cuenta propia tiene sus esclavitudes, y sin duda, una de ellas reside en llevarse la oficina a cuestas allá donde uno vaya.

En este caso el asunto era más complejo puesto que la escapada en cuestión era al extranjero y en una zona bastante despoblada. Para poner un poco más de picante al asunto, un servidor se llevaba varios asuntos pendientes que requerían obligatoriamente la conexión a internet en diversas ocasiones para atender algunos correos y trabajar con ciertos documentos que posteriormente había que enviar por email. Lo cierto es que a la vista de las circunstancias, la idea de cancelar la escapada y atender todo desde el despacho y en condiciones resultaba tentadora, pero por otro lado, qué demonios, unos días no iban a hacer daño a nadie y son suficientes para cargar las pilas. Así las cosas, ligero de equipaje, tocaba solucionar el peliagudo asunto de la conexión a internet en el extranjero.

Hacer la maleta para unas mini vacaciones en pleno verano suele resultar fácil, pero había que dedicar parte de ese tiempo al trabajo y llevarse el portátil parecía exagerado, así que finalmente la opción más acertada fue la de llevar el iPad mini con un teclado Logitech. Este conjunto apenas ocupaba espacio en la maleta y convertía el mini tablet en una suerte de portátil en el cual resultaba fácil trabajar. Por otro lado, desde hace ya tiempo que trabajo exclusivamente en la nube con servicios como Dropbox o Evernote, de forma que no importa a qué rincón del globo viaje, este pequeño pero matón combinado me resuelve la papeleta. Solventado el asunto del hardware, el siguiente problema, y no menor precisamente, es el de la conexión a internet.

Ya sabemos que ir con el roaming de datos activado al extranjero es suicida y en menos de dos días nos podemos pulir 50 euros sin haber sacado prácticamente el móvil del bolsillo. Es cierto que la Unión Europea lleva ya tiempo tomando cartas en el asunto con el horizonte de acabar con esta anacronía de una Europa sin fronteras pero con peajes de oro en las conexiones telefónicas, y de hecho, si nada se tuerce, en 2016 nos podremos conectar a la red desde el móvil en el extranjero con las mismas tarifas que nos aplicarían en nuestro país. Pero a día de hoy la prudencia para los viajeros en este terreno es el mejor aliado, y por descontado, seguir unos consejos elementales que les dimos el mes pasado con los que se evitará sustos innecesarios.

La conexión selectiva

Las vacaciones son para desconectar, y si no se afronta así esta realidad, mejor quedarse en casa. Lo apunto porque mi principal motivo de estrés las primeras horas en el país vecino y con la itinerancia de datos desactivada por los motivos que antes les he expuesto fue el producido por una extraña sensación de aislamiento. Seguro que los psicólogos tendrán alguna explicación científica para este fenómeno, pero uno tiene la sensación de que cuando no está conectado al WhatsApp o correo el mundo se desmorona a sus espaldas: los hijos sufren accidentes y se nos quema la casa.

Por este motivo, la primera lección que hay que aprender es que desconectar, de forma literal además, es tan necesario como productivo, y que si atendemos el correo una vez al día en vez de cada cinco minutos no sólo no pasa absolutamente nada, sino que por el contrario, la respuesta que daremos al interlocutor será de mayor calidad. En este caso, la desconexiónera obligada pero no total, ya que debía resolver asuntos pendientes y para ello me organicé de la siguiente manera: me conectaría a internet un par de veces al día a lo sumo y con el objetivo de no gastar más de 10 euros por este concepto. Y me puse manos a la obra con el plan.

Desde hace tiempo ya dispongo de una SIM del operador virtual Simyo en el iPad con la que pago poco menos de 6 euros al mes y disfruto de una conexión de datos permanente siempre que no estoy en una zona wifi. Un precio más que razonable para disfrutar de las ventajas de trabajar donde uno desee. Pero... ¿y en el extranjero?

Un paseo por el panel de control del operador en la web me llevó a la interesante pestaña de las alertas: desde este apartado, uno puede limitar el dinero que desea gastar en la línea en una serie de conceptos y uno de ellos era el roaming de datos, que lo limité de forma inmediata a 10 euros.

El plan sería el siguiente: ir cada mañana en bicicleta a un café cercano que contaba con un buen wifi, llevando en la mochila el iPad con su teclado acoplado y desde ahí descargar todos los correos y atender a los WhatsApps. Es curioso comprobar como ante la carencia (de datos, en este caso) funcionamos de una forma mucho más eficiente: pronto me descubrí aplicando unas pautas de respuesta que nunca hubiera llevado a cabo en la oficina: lo urgente, se respondía, marcaba con un banderín los correos que requerían una respuesta más elaborada, y vuelta a casa y a un aislamiento cada vez más valorado.

La desconexión duraba hasta bien entrada la noche cuando me ponía a responder a los correos que había marcado y los dejaba en la bandeja de salida, al tiempo que trabajaba sobre otros documentos en Evernote que también compartía. Finalizados estos trabajos, activaba momentáneamente los datos para dejar salir todo lo que estaba en cola y recibir los nuevos correos. Nada de redes sociales ni pérdidas de tiempo innecesarias. En este punto, a repetir el proceso: contestar lo urgente y marcar el resto hasta la siguiente conexión en el bar al día siguiente.

¿El resultado de la experiencia? Me ha sorprendido descubrir que finalmente he podido combinar el descanso y la desconexión, atendiendo el trabajo con una mayor calidad que en condiciones normales, y descartando de forma natural las actividades y tareas de menor rendimiento: fuera WhatsApps triviales, fuera redes sociales y fuera correos que no aportan nada. En cuatro días me he confrontado a una evidencia que todos sabemos pero de la que es difícil zafarse en esta sociedad hiperconectada: ocupamos el grueso del tiempo con ladrones de tiempo innecesarios que además nos estresan. ¿En cuanto a los gastos de roaming? Ni 10 euros.

Eran unos pocos días, cuatro nada más. Esto de trabajar por cuenta propia es lo que tiene: mientras uno observa las largas vacaciones de algunos amigos en el pueblo o la playa, otros tienen que conformarse con una escapada de unos pocos días y con el móvil a cuestas para no dejar desatendidos los compromisos. La libertad de trabajar por cuenta propia tiene sus esclavitudes, y sin duda, una de ellas reside en llevarse la oficina a cuestas allá donde uno vaya.

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