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Alejandro Laso

V Doble

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Hace apenas tres años no sabíamos qué era una red social. Hoy por hoy se han convertido en un ciclón imparable de comunicación entre personas conocidas

Hace apenas tres años no sabíamos qué era una red social. Hoy por hoy se han convertido en un ciclón imparable de comunicación entre personas conocidas o desconocidas. Su fuerza es tal, que es capaz de poner en jaque hasta la mismísima clase política. Algo que no es de extrañar, ya que los 600 millones de usuarios de Facebook en el mundo y los 200 millones de Twitter suponen un dato de ‘afiliación’ mayor del que cualquier sindicato o partido pueda llegar a tener nunca.

Twitter nació en 2006 y aunque todavía no sabe cómo rentabilizar su negocio, sus usuarios sí han sabido usar la red de microblogging para sacar adelante sus objetivos. La primera en ser víctima del azote de los ciudadanos indignados llegó con la Ley Sinde. Gracias al hashtag #leysinde y #sindegate, los internautas mostraron  su descontento sobre la aprobación de esta norma. 

Desde las redes sociales y varias páginas webs apoyaron un ciberataque a las webs de la SGAE, el Ministerio de Cultura y Promusicae. La protesta consistía en que todos los que apoyaban esa iniciativa entraban el mismo día y a la misma hora a esas páginas. El resultado, las tumbaron durante más de 30 horas y obtuvieron un reconocimiento mediático a nivel nacional.

Cuando la Ley Sinde dejó de ser ‘leit motiv’ de las redes sociales, llegaron más movimientos. El #nolesvotes creció como la espuma por Internet con el único fin de castigar al bipartidismo en las elecciones. Sólo once caracteres que introducidas estratégicamente en Twitter, han terminado derivando en una manifestación el pasado 15 de mayo y un movimiento social con decenas de acampadas a escala internacional. El ‘trend topic’ #spanishrevolution y #acampadasol, han llegado a ser los temas más debatidos del mundo en la red de microblogging, mientras que el #nonosvamos o #yeswecamp ha sido lo más comentado en la Red en España en estos últimos días. Por eso no es de extrañar que los internautas no hayan tenido que recurrir a un líder o un partido político para salir a la calle y reivindicar sus inquietudes.

Este movimiento ha estado respaldado por varios agentes más. Menéame fue el caldo de cultivo para que las noticias previas a la manifestación fuesen las más 'meneadas' y las que más comentarios y entradas tenían. El resto fue cosa de Facebook y Twitter, y el llamado 'efecto bandwagon' -efecto de moda o de subirse al carro ganador- los que hicieron el resto.

Las redes sociales también han logrado que explote el periodismo ciudadano. En estos últimos días hemos visto cómo Twitter ha sido una agencia de noticias en tiempo real donde se podía obtener información al segundo, fotografías, grabaciones e incluso vídeo streaming en directo de lo que ocurría en Sol.

Pero la #spanishrevolution es mucho más que una protesta. Es la confirmación de que el quinto poder ya está aquí. Internet y las redes sociales son la plataforma donde miles de desconocidos pueden intercambiar sus experiencias y organizarse. Youtube ha hecho posible que un país como Irán ocupase portadas de los periódicos de todo el mundo por las protestas tras el fraude electoral y el vídeo de la muerte de Neda. Twitter ha propiciado que en Libia se desatase una revuelta popular que ha terminado con una guerra en la que participa la propia OTAN. ¿Qué deparará el mañana?

Si Internet era un nuevo mundo en el que todo estaba permitido y poco a poco se han ido moldeando las leyes para ‘limitar’ su fuerza, en muy poco tiempo estaremos hablando de que se puedan aprobar normas que afecten directamente a las redes sociales para que los que estén en el poder se protejan de estas amenazas incipientes.

Si la Ley Sinde, por poner un ejemplo, está protegiendo a una industria musical y cinematográfica que quieren seguir ganando lo mismo que en la gloriosa década de los 90 cuando no había Internet, ¿serán capaces los políticos de disfrazar un cambio en las redes sociales para salvaguardar sus intereses?

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Hace apenas tres años no sabíamos qué era una red social. Hoy por hoy se han convertido en un ciclón imparable de comunicación entre personas conocidas o desconocidas. Su fuerza es tal, que es capaz de poner en jaque hasta la mismísima clase política. Algo que no es de extrañar, ya que los 600 millones de usuarios de Facebook en el mundo y los 200 millones de Twitter suponen un dato de ‘afiliación’ mayor del que cualquier sindicato o partido pueda llegar a tener nunca.