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Por qué mi abuela fue a su primera 'mani' a los 84: "Ahora merece la pena ser mujer"
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Henar Álvarez

Con dos ovarios

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Por qué mi abuela fue a su primera 'mani' a los 84: "Ahora merece la pena ser mujer"

Mi abuela Lola es lo que llamaban una mujer de verdad. Una andaluza que nació en mayo de 1934 y que, cuando se casó, dejo su trabajo en un laboratorio para cuidar de su familia

Foto: Día Internacional de la Mujer en Madrid. (EFE)
Día Internacional de la Mujer en Madrid. (EFE)

Mi abuela Lola es lo que llamaban una mujer de verdad. Una andaluza que nació en mayo de 1934 y que, cuando se casó, dejo su trabajo en un laboratorio para cuidar de su familia. Crió 5 hijos. El más pequeño murió de cáncer hace algo más de un año. Es una mujer con carácter. Me regaña cada vez que intuye que he vuelto a cortarme el pelo. “A las mujeres nos queda mejor el pelo largo, hija. Ay, con la melena que tenía yo…”. Es cierto, tenía pelazo. En todas sus fotos de joven luce como una modelo: delgada, con ropa bonita y zapatos a juego. No ha faltado un domingo a misa, ni para eso ni para sus labores hay vacaciones. A sus 84 años, sigue preparando el desayuno, la comida y la cena de quienes viven con ella. “Es que tu abuelo es muy viejo” se justifica. “Tú no, abuela. Tú eres una veinteañera” le replico.

Hace ya varios años, durante una de esas comidas familiares en las que ha cocinado para las más de 20 personas que somos entre hijos, nietos y allegados, al sentarse a la mesa, me miró y me dijo: “Ahora sí que merece la pena ser mujer, cariño, y no cuando nací yo”. Otras veces, varias veces, y, a gritos en el salón, nos advertía a las nietas: “Tenéis que estudiar, tener vuestro trabajo, ganar vuestro dinerito y no dejar que ningún hombre os mangonée, ¿me estáis escuchando?”.

En este 8M mi abuela también paró. No hubo que insistir.

Foto: Mariano Rajoy se puso el lazo 'in extremis' el 8 de marzo. (EFE)

Me desperté a las 7,30 de la mañana. Estaba nerviosa, como las niñas en una noche de reyes. La labor que hicieron mis compañeras para sacar adelante #Lasperiodistasparamos ha sido fundamental en esta huelga general feminista. Si los medios de comunicación se comprometían con la reivindicación la mitad del trabajo estaba hecho. Sería mucho más sencillo que el resto de la ciudadanía tomara conciencia de la importancia que tenía decirle al mundo que si nosotras paramos no puede seguir rondando. Cuando salí de casa para escuchar en Callao el manifiesto del gremio, el autobús ya estaba lleno de chicas jóvenes con el símbolo de la mujer en la cara, pelucas moradas y pancartas. Supe que había hecho bien al no pintarme la raya del ojo. Iba a ser un día emocionante y yo soy de lágrima fácil. A las 12,30 de la mañana ya no cabía un alfiler en Callao. ¿Cómo iba a ser la manifestación entonces?

Quedé con mi abuela a las seis de la tarde. Me contó que había visto en el telediario a “unas viejas” que habían colgado los mandiles y que no habían hecho la comida. Que ella ya estaba metida en faena y que se lamentó de no haberse tomado el día completo de descanso. Que advirtió de que la cena no la iba a hacer, que se conformaran con coger algo de la nevera. Eso sí: “Para nosotras he traído la merienda, que luego lo mismo nos entra hambre”.

Que nunca antes había acudido a una manifestación y que lo había hecho porque se lo habíamos pedido su nieta y su hija

En el autobús éramos prácticamente todo mujeres. Empezó a contarme, a mi y a las que estaban alrededor, que como le cuesta agacharse hay una persona que está yendo a su casa a ayudar a limpiar. Pero que se pone negra viendo a alguien recoger mientras ella no hace nada. “Pues no mires, vete a tomar algo con tus amigas”. Y nos contó que desde que murió mi tío, su hijo pequeño, ya no era la misma. Que ya no tenía ganas de hacer nada con nadie y que sus amigas le recordaban constantemente lo que ella había sido. Que este 8 de marzo era la primera vez desde entonces que salía de casa. Que nunca antes había acudido a una manifestación y que lo había hecho porque se lo habíamos pedido su nieta y su hija. “No, abuela. Lo has hecho porque sabías que era importante”. No me contestó.

Estábamos llegando a Atocha caminando por las Rondas y hasta el último rincón ya estaba atestado de mujeres de todas las edades, ataviadas con algo morado, vitoreando consignas y demostrando que las cosas pueden cambiar. A mi abuela le brillaban los ojos, no paraba de sonreír y me contaba que esto en su época hubiera sido imposible. Que era emocionante ver a tantas mujeres juntas y que ya era hora de que “podáis ser jefas. Que nosotras no pudimos estudiar, pero vosotras sí. Y sois tan listas como ellos”.

El momento álgido de la tarde fue cuando nos juntamos con mis amigos y acabamos metidos en una rave improvisada que bailaba detrás de una furgoneta con altavoces y repetía las rimas que una chica voceaba por un megáfono. Mi abuela aplaudía, reía y aseguraba que no estaba cansada. Me agarraba la mano cuando la masa nos impedía movernos a nuestro antojo. Ella, católica de las que invitan a cenar al cura en Navidad y limpian la Iglesia del barrio, movía los pies al grito de “aquí estamos las feministas”, “sola, borracha, quiero llegar a casa” o “sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios”. Esa sensación de pertenecer a un ejército poderoso y seguro de sí mismo pasó por encima de sus creencias.

placeholder Manifestación en Madrid. (EFE)
Manifestación en Madrid. (EFE)

Seguimos hacia Cibeles y empezó a debatir con otras mujeres. Comentaba si los hombres debían acompañarnos en esta marcha o la necesidad de una huelga indefinida: aunque esa noche no fuera a hacer la cena al día siguiente todo seguiría igual. Era una más, se sintió arropada por aquellas desconocidas y, quien sabe si por primera vez, soltó sin pudor algunos pensamientos que le rondaban. Se sintió completamente libre. Cuando nos despedimos y mi amiga le preguntó si la vería en la próxima manifestación contestó: “Claro que sí”.

El feminismo es transversal. Da igual la edad que tengas o la ideología que profeses. Cuando una toma conciencia de las trabas que se nos ponen en el camino por haber nacido mujeres, derribar esos muros se convierte en el principal objetivo de tu vida.

Estoy agotada pero feliz. Ha sido una semana de mucho trabajo, diversas emociones y pocas horas de sueño. Pero cuando una siente que merece la pena la sarna apenas pica. Por primera vez siento que me moriré viendo como conseguimos en nuestro país una igualdad casi efectiva. El anterior 8M no fue recogido por ningún medio. Consideraron que los seis goles que el Barça le metió al Paris Saint Germain eran muchísimo más relevantes. Este año no les ha quedado otro remedio que escucharnos, hemos destacado en los periódicos de medio mundo. No sé a donde llegaremos en 30 o 40 años, ojalá muy lejos. Se lo debemos a todas las que ya no están, a las que acaban de llegar y a las que vendrán. Yo, además, se lo debo a mi abuela.

Mi abuela Lola es lo que llamaban una mujer de verdad. Una andaluza que nació en mayo de 1934 y que, cuando se casó, dejo su trabajo en un laboratorio para cuidar de su familia. Crió 5 hijos. El más pequeño murió de cáncer hace algo más de un año. Es una mujer con carácter. Me regaña cada vez que intuye que he vuelto a cortarme el pelo. “A las mujeres nos queda mejor el pelo largo, hija. Ay, con la melena que tenía yo…”. Es cierto, tenía pelazo. En todas sus fotos de joven luce como una modelo: delgada, con ropa bonita y zapatos a juego. No ha faltado un domingo a misa, ni para eso ni para sus labores hay vacaciones. A sus 84 años, sigue preparando el desayuno, la comida y la cena de quienes viven con ella. “Es que tu abuelo es muy viejo” se justifica. “Tú no, abuela. Tú eres una veinteañera” le replico.