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La burocracia es la solución, no el problema
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Esteban Hernández

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Esteban Hernández

La burocracia es la solución, no el problema

Pocas posiciones intelectuales han suscitado más críticas que las mantenidas por Paul du Gay. Molestan a un lado y otro del espectro político, y tampoco son

Pocas posiciones intelectuales han suscitado más críticas que las mantenidas por Paul du Gay. Molestan a un lado y otro del espectro político, y tampoco son del agrado de las a menudo ideologizadas visiones sobre cómo se deben gestionar instituciones y empresas. Sus tesis, expuestas en el notable En elogio de la burocracia (Ed. Siglo XXI), resaltan cómo la gestión jerárquica y sus apéndices humanos, los burócratas, se convirtieron, al final del siglo XX, en la causa de todos los males.

En primera instancia, porque en un entorno como el nuestro, en el que reina la incertidumbre, ser flexible, innovador y emprendedor se han convertido en las cualidades más demandadas, algo que estructuras tan apegadas a las normas como las grandes organizaciones del pasado no parecen capaces de proporcionar.

Pero, en segundo lugar, como señalan los sociólogos Boltanski y Chiapello, esa sensación de ineficacia ha sido vista como producto de una gestión fría y ciega que denotaba autoritarismo y arbitrariedad. Hablábamos de instituciones que no sólo despilfarraban recursos; también eran inhumanas.

Y esa concepción de la burocracia se ha acentuado en tiempos recientes. Las habituales críticas al político contemporáneo, al que se señala como alguien ineficaz, ineficiente y que sólo busca su interés, son la continuación de las realizadas a unas estructuras jerárquicas que se perciben como promotoras del despilfarro y de la corrupción. Tanto papeleo y tantas reglas no sólo permiten que quienes se llevan dinero público salgan impunes, sino que además generan trabajadores con compromiso cero cuyo único deseo es prolongar el café mañanero y estar en su puesto el menor tiempo posible.

Sin embargo, señala Du Gay, que es profesor de la Copenhagen Business School, los atributos éticos del buen burócrata son justamente los contrarios: “adhesión a los procedimientos, aceptación de la obediencia y de la autoridad, compromiso con los bienes de la función pública, etc.”.  Son esa clase de virtudes que representan la organización jerárquica y su burocracia las que hoy nos resultan imprescindibles, no sólo para realizar una gestión adecuada y para evitar los comportamientos sectarios, “sino para garantizar la misma existencia en común”.

Según Du Gay, el énfasis que los críticos de la burocracia han puesto en la libertad olvida que es esa clase de organización, que garantiza la neutralidad y la objetividad, la que puede salvaguardar los derechos y las libertades. Partiendo de las posiciones de Hobbes, Du Gay nos recuerda que si se quiere llegar al pluralismo y la igualdad, necesitamos una instancia central que la asegure: “si se desea que la sociedad perdure sin conflictos potencialmente desastrosos, necesitamos un poder común que los mantenga a todos a raya”.

Las revueltas británicas fueron achacadas a jóvenes que estaban sufriendo una acuciante falta de autoridadLa libertad en su verdadero sentido, puntualiza Du Gay siguiendo la doctrina de Hobbes, “existe sólo en relación a las cadenas artificiales puestas en funcionamiento por las leyes civiles y los poderes soberanos. Lo que asegura la libertad es la presencia de esas cadenas artificiales, no su ausencia. En una esfera verdaderamente autónoma, más allá del gobierno, no pueden existir garantías a priori”.

Esta es la idea esencial desde la que tiene lugar la reivindicación de la burocracia propugnada por Du Gay, que se ha convertido en notablemente popular en Escandinavia. Un poder central y soberano, que se autocontenga, que fije unas normas y unos procedimientos comunes y que sirva para garantizar la inexistencia de abusos es absolutamente indispensable. Y hoy más que nunca: las frecuentes críticas a la autoridad y a sus reglas no nos han llevado a una situación de mayor libertad, sino a frecuentes arbitrariedades y a situaciones de dominación extraestatales que se compadecen mal con las normas teóricamente vigentes en las sociedades occidentales.

En este sentido, tanto conservadores como progresistas han apostado por priorizar en múltiples ámbitos vitales las estructuras fluidas que rechazan el orden  jerárquico, una tendencia particularmente común en el terreno de la gestión empresarial, pero que también se dejó notar en la organización de la vida económica, nada dada a regulaciones, y en las demandas que se efectuaban sobre la vida privada.

Lo cual no deja de ser peculiar, ya que esa insistencia conservadora en el exceso regulador en lo económico ha ido acompañada de una paradójica demanda de revitalización de la autoridad en la vida cotidiana. Así, las revueltas británicas fueron achacadas a jóvenes que estaban sufriendo esa falta de autoridad, lo que les llevaba a la calle no a manifestarse  por un mundo mejor, sino a romper escaparates para llevarse gratis la ropa de marca. Igualmente, los poco disciplinados consumidores que pidieron créditos sin fin se convirtieron en la mejor expresión de los males contemporáneos, gente que no ha sabido sujetar sus impulsos y que no interiorizó un necesario control de sí.

La burocracia no es el mal, sino la salvaciónEn cierto modo, sugieren las lecturas de Du Gay, esos argumentos hubieran sido muy útiles si se hubiera procedido a la inversa y en lugar de aplicarlos a la convivencia se hubieran aplicado a la crisis. Si hubiéramos contado con un poder burocrático que hubiera regulado con la vista puesta en el bien común, las conductas excesivas de los actores económicos que nos llevaron a la depresión no habrían tenido lugar.

Desde el lado progresista, como es evidente en movimientos como los Indignados u Occupy Wall Street, el rechazo a la representación y a las formas jerárquicas genéricamente consideradas, así como la demanda de estructuras cooperativas y horizontales señalan la desconfianza notable hacias las formas de autoridad y al exceso de reglas. Lo malo es que eso nos lleva a estructuras laxas de poder, no a su inexistencia. Las organizaciones informales también son dirigidas, mediante la creación de poderes informales en los que también terminan concentrándose en pocas manos la capacidad de decisión. En ese sentido, es mucho mejor contar con reglas precisas y explícitas que no dejarlo todo al arbitrio de normas no escritas pero implícitas.

Unos y otros olvidan una lección esencial, como es que la libertad requiere de un marco de contención que posibilite las exploraciones. En todos los ámbitos de la vida hay normas y poder, lo que cambia es su naturaleza. Insistir en la desregulación y en las estructuras informales no nos lleva a situaciones más libres, sino a contextos donde la ley la impone el más fuerte. Si no hay un poder central que haga cumplir unas normas explícitas y que sujete a control sus acciones, la libertad termina desapareciendo. En ese sentido, afirma Du Gay, la burocracia no es el mal, sino la salvación.

Pocas posiciones intelectuales han suscitado más críticas que las mantenidas por Paul du Gay. Molestan a un lado y otro del espectro político, y tampoco son del agrado de las a menudo ideologizadas visiones sobre cómo se deben gestionar instituciones y empresas. Sus tesis, expuestas en el notable En elogio de la burocracia (Ed. Siglo XXI), resaltan cómo la gestión jerárquica y sus apéndices humanos, los burócratas, se convirtieron, al final del siglo XX, en la causa de todos los males.