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“Si es artista, es de izquierdas”, ¿ciencia o mitología redentora?
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“Si es artista, es de izquierdas”, ¿ciencia o mitología redentora?

Desde que los pintores y escultores comenzaron a emanciparse profesionalmente de los grandes mecenas de arte, un camino hacia la “modernidad creativa” que iniciaron los impresionistas

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“Si es artista, es de izquierdas”, ¿ciencia o mitología redentora?

Desde que los pintores y escultores comenzaron a emanciparse profesionalmente de los grandes mecenas de arte, un camino hacia la “modernidad creativa” que iniciaron los impresionistas franceses, como recoge la historiadora del arte de la Universidad de Barcelona Nuria Peist en su ensayo El éxito en el arte moderno (Abada Editores), los artistas se han asociado constantemente con las corrientes ideológicas de izquierda. Un vínculo que responde a ciertos estereotipos relacionados con las formas de vida alternativa, las personalidades excéntricas opuestas a los valores tradicionales o el romanticismo de una vida inestable económicamente, pero plena desde el punto de vista vocacional. En definitiva, una identidad propia las ocupaciones profesionales poco ortodoxas, incluso en estos tiempos, basada en un “pensamiento crítico e independiente”, como define el director de la Fundación Juan March, Javier Gomá, en la introducción del ensayo Ganarse la vida en el arte, la literatura y la música (Galaxia Gutenberg).

Nada más lejos de la realidad cotidiana que los artistas no se posicionen ideológicamente con la izquierda o que no presten su imagen para encabezar sus campañas. El día a día de la política contemporánea ha otorgado carácter de dogma a esta asociación, que tiene una explicación científica. Según un estudio elaborado por un grupo de investigadores de la Universidad de Illinois, el interés y la práctica de las diferentes facetas artísticas está directamente relacionado “con la responsabilidad social, la participación cívica, la tolerancia y el altruismo”, según explica el director de la investigación, Kelly LeRoux. El estudio se basó en una muestra de 2.765 adultos seleccionados al azar, a los que se entrevistó para medir su grado de participación en asociaciones de vecinos, organizaciones religiosas, cívicas o deportivas, ONGs, partidos políticos y sindicatos.

La conclusión fue que las personas más activas en este tipo de organizaciones altruistas eran aquéllas con un desarrollado gusto por las artes. Además, fueron las más tolerantes en asuntos relacionados con la homosexualidad o el racismo.

De la sumisión a los mecenas a la sumisión al Estado

Este carácter autónomo e independiente de los artistas, supuestamente siempre fieles a sus principios, cuenta con grandes dosis de mitificación, que desde el propio colectivo de creadores se utiliza para legitimar sus acciones. De hecho, pocos artistas en la historia pueden defender su emancipación creativa, pues la popularización del arte les permitió trabajar al margen de los mecenas, pero simplemente los cambiaron por el Estado providente, sometiéndose así nuevamente al modelo cultural imperante. En el caso de aquellos primeros outsiders, declaradamente independientes, los impresionistas franceses, el tutelaje de la Academia de Bellas Artes era imprescindible para alcanzar el reconocimiento social.

“La Academia cumplía un tipo particular de mecenazgo institucional a través del filtro que imponía para la exposición en los Salones. Si bien los temas no eran encargados de forma directa, existían unos valores estéticos implícitos que se exigían cuando una obra era evaluada para sus exposición”, explica Nuria Peist en su ensayo, concluyendo que “se trataba de un mecanismo de difusión que actuaba de forma unilateral”. Esta sumisión a los valores morales y estéticos promovidos por el Estado, en la actualidad, se llama subvención.

Guillem Martínez, periodista y autor del ensayo CT o la Cultura de la Transición (Ed. Random House/ De bolsillo), apuntaba a El Confidencial, tras la publicación de esta obra, que “la cultura no se mete en política, salvo para dar la razón al Estado y a cambio el Estado no se mete en la cultura, salvo para subvencionarla, premiarla, o darle honores”, sintetizando así el sutil control que las instituciones políticas ejercen en un entorno, el de la creación, que se supone crítico y hostil a su absorción por el poder. Un mito construido interesadamente tanto por los artistas como por las instituciones públicas.

La ciencia ha podido demostrar que los artistas se identifican con una serie de valores relaciones con la izquierda. Sin embargo, el interés económico y la búsqueda del éxito profesional han explicado el porqué. Ahora solo queda por ver si la disminución de las ayudas públicas y la masificación de las tecnologías de la comunicación –que ofrecen un estatus de igualdad a todos los creadores y nuevas formas de financiación colectivas de sus obras– permitirá una emancipación real de la cultura por primera vez en la historia. 

Desde que los pintores y escultores comenzaron a emanciparse profesionalmente de los grandes mecenas de arte, un camino hacia la “modernidad creativa” que iniciaron los impresionistas franceses, como recoge la historiadora del arte de la Universidad de Barcelona Nuria Peist en su ensayo El éxito en el arte moderno (Abada Editores), los artistas se han asociado constantemente con las corrientes ideológicas de izquierda. Un vínculo que responde a ciertos estereotipos relacionados con las formas de vida alternativa, las personalidades excéntricas opuestas a los valores tradicionales o el romanticismo de una vida inestable económicamente, pero plena desde el punto de vista vocacional. En definitiva, una identidad propia las ocupaciones profesionales poco ortodoxas, incluso en estos tiempos, basada en un “pensamiento crítico e independiente”, como define el director de la Fundación Juan March, Javier Gomá, en la introducción del ensayo Ganarse la vida en el arte, la literatura y la música (Galaxia Gutenberg).