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La belleza de lo cotidiano: cómo hablar en el cine de la gente normal
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Ana Fernández Rodríguez

El arte de vivir

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La belleza de lo cotidiano: cómo hablar en el cine de la gente normal

En la vida diaria, las personas que vivimos en las grandes ciudades prestamos muy poca atención a las muchas personas anónimas que nos cruzamos por el

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La belleza de lo cotidiano: cómo hablar en el cine de la gente normal

En la vida diaria, las personas que vivimos en las grandes ciudades prestamos muy poca atención a las muchas personas anónimas que nos cruzamos por el camino. Estamos demasiado enfrascados en llevar a cabo nuestras propias rutinas y proyectos. Así que nuestra percepción va seleccionando lo que nos es útil en cada momento: “mi coche”, entre todos los que hay en el aparcamiento, o “mi amiga”, entre todos los comensales del restaurante. ¿Os acordáis de la exitosa película de Spielberg, La lista de Schindler (1993)? En ella, una niña pequeña con un abrigo rojo sobresalía entre toda la gama de grises del resto de la película, rodada en blanco y negro. Pues algo así ocurre con la atención selectiva, cuando localizo “mi coche” o a “mi amiga”. El resto de estímulos, son sólo fondo.

Pero, ¿qué ocurre cuando nos sentamos en la butaca del cine? Las luces se apagan, la puerta se cierra, y sólo tenemos delante lo que se proyecta sobre la pantalla.

El mérito de las películas de Sorín reside en que parecen trozos de realidad, dando una impresión cercana y auténticaPor eso quizá me interesan tanto las películas que, como Días de pesca en la Patagonia, de Carlos Sorín (2012), actualmente en cartelera, tienen como protagonistas a personas comunes y corrientes, como cualquiera de esos transeúntes anónimos en quienes no reparamos. En el cine podemos observarlos con detenimiento bajo la especial sensibilidad de este cineasta, que los ilumina y dignifica, llevando al espectador a redescubrir la belleza de lo cotidiano. Porque es precisamente en la cotidianeidad donde vivimos la mayor parte de nuestro tiempo y es, por tanto, en el transcurso de la misma, donde se producen los acontecimientos más significativos.

Por otra parte, una abrumadora mayoría de los habitantes del planeta pertenecemos a esa categoría denominada “personas comunes”, es decir, anónimas, desconocidas para el gran público. Y sin embargo, a su vez, somos seres únicos e irrepetibles, protagonistas de la historia de nuestra vida. Y las vidas de cada uno están repletas de sueños, deseos, frustraciones, esperanzas, pérdidas, reconciliaciones… es decir, experiencias o historias, que no por ser vividas en el anonimato son menos interesantes o motivadoras. Sobre la belleza de lo cotidiano, ya nos advirtieron algunos maestros de la pintura (recordemos las escenas domésticas de Vermeer o Las Hilanderas de Velázquez, por poner ejemplos reconocibles).

Y ese es, a mi juicio, el mérito de las películas de Sorín, que parecen trozos de realidad, dando una impresión tan cercana y “auténtica”, que nos conectan enseguida con personas conocidas o historias vividas en nuestro entorno más próximo. Es como si el cineasta, al igual que Spielberg, tiñera de rojo a un personaje gris e invitara al espectador a seguirle, contemplando su cotidianeidad durante un breve lapso de tiempo. Si el espectador acepta la invitación, dejando fuera de la sala sus propios proyectos y rutinas, es muy probable que al final de la película, su mirada sobre el personaje se haya transformado sutilmente. Y cabe esperar que, quizá, también lo haga sobre la persona real a quien le recuerda… Cuando esto ocurre, diríamos que el director nos ha “sensibilizado” con el personaje, y de algún modo, con la vida.

Sensibilización y habituación

En psicología del aprendizaje se llama “sensibilización” al hecho de generar una reacción nueva frente a estímulos que antes no nos producían efecto alguno, que pasaban desapercibidos o nos aburrían. Por ejemplo, cuando nos encariñamos o empatizamos con un personaje a priori anodino.

Cierto tipo de cine ha llegado a desplegar todos sus medios para captar su atención con estímulos sensoriales cada vez más excesivosPor el contrario, se define como “habituación” a la falta de reacción frente a un estímulo constante o repetitivo. Un ejemplo clásico sería estar escuchando el sonido constante de una máquina, que tras un rato ya no nos molesta… Se diría que nos hemos “habituado” a ella. Y algo así pasaría en la vida real con lo cotidiano.

Las consecuencias que se desprenden de este concepto son muy interesantes. Explica, por ejemplo, por qué a menudo, la psicología ha alertado sobre el riesgo de una exposición excesiva y continuada a la violencia en el cine, la televisión o los videojuegos. ¿Podría ser que la “normalicemos”, que nos deje impasibles?

A menudo también, con el fin de evitar a toda costa que el espectador se “habitúe”, o se muestre indiferente a lo que ve, cierto tipo de cine ha llegado a desplegar todos sus medios para captar su atención con estímulos sensoriales cada vez más excesivos que sólo conducen a la sobreestimulación. Frente a esta tendencia, se observan algunas producciones, como la que hoy nos ocupa, que intentan recuperar la sencillez y la sobriedad. Últimamente han sido varias las películas premiadas que han renunciado al color e incluso al sonido (The Artist, Michel Hazanavicius, 2011; Blancanieves, Pablo Berger, 2012).

Pero volvamos a nuestra película, Días de pesca, y a su protagonista, Marco, interpretado con mucha ternura por Alejandro Awada, uno de los pocos actores profesionales del reparto. Su personaje toma el relevo a Freddie Quell (Joaquin Phoenix) en The Master, del que os hablé en el artículo anterior. De hecho, podríamos decir que Marco empieza su andadura justo donde acababa la de Freddie. Como dijimos en su momento, para rehacer una vida desestructurada por algún acontecimiento devastador previo, es necesario “aceptar el pasado, encarar el presente y construir el futuro, planteándonos metas, y trabajando intensamente en ellas”. Pues bien, es en este punto en el que se encuentra Marco. Tras una terapia de desintoxicación del alcohol, parece que ha conseguido perdonarse por su pasado, ha empezado a encarar su presente, aceptando sus debilidades –entre ellas, alejarse del alcohol–, y tiene algunos objetivos claros: recuperar la relación con su hija, llevar una vida sana y aficionarse a una nueva actividad, la pesca de tiburones.   

Desear de verdad algo significa estar dispuesto a vencer los obstáculosDefinir metas concretas es, desde luego, un gran avance, pero también, como dijimos, hará falta “trabajar intensamente en ellas”. ¿Por qué? Porque el camino suele ser difícil y complicado, y más para Marco, que como cualquiera que haya tendido a buscar atajos, necesitará estar armado con una gran dosis de paciencia y constancia, para no desviarse de nuevo. Porque desear de verdad algo significa estar dispuesto a vencer los obstáculos, a luchar por ello, a insistir. 

El paisaje inhóspito de la Patagonia, acompaña estupendamente al personaje. Sus llanuras infinitas redimensionan al hombre en su pequeñez frente a una naturaleza grandiosa. Sus vientos desapacibles envuelven todo de una atmósfera hostil, que parece subrayar su estado de ánimo y su miedo a claudicar frente a la adversidad. Sorprende, sin embargo, la cercanía y afabilidad de todos los personajes secundarios con los que se encuentra, algo que se ha perdido en las grandes ciudades masificadas. Todos ellos son actores no profesionales, que aunque elegidos en casting, se encuentran desempeñando sus verdaderas profesiones. La película rezuma “verdad”, serenidad, y emociona sin necesidad de estridencias.

“La realidad es superior a la ficción” se dice a menudo para señalar lo inverosímil o extraño que resulta a veces la vida, pero también serviría para aplicarlo a la belleza que hay en lo cotidiano. La belleza en la realidad se da con muchísima frecuencia, como nos describía Lecina en su anterior artículo, pero nos hace falta entrenar la mirada para descubrirla. Y en esto, el artista es el maestro, el que mejor nos puede enseñar a mirar.

Nuevas miradas sobre lo cotidiano, redescubriendo toda su belleza, al modo de cineastas como Sorín, o Jaime Rosales –La soledad, 2007–, es lo que necesitamos con urgencia, mucho más en los tiempos que corren…  

En la vida diaria, las personas que vivimos en las grandes ciudades prestamos muy poca atención a las muchas personas anónimas que nos cruzamos por el camino. Estamos demasiado enfrascados en llevar a cabo nuestras propias rutinas y proyectos. Así que nuestra percepción va seleccionando lo que nos es útil en cada momento: “mi coche”, entre todos los que hay en el aparcamiento, o “mi amiga”, entre todos los comensales del restaurante. ¿Os acordáis de la exitosa película de Spielberg, La lista de Schindler (1993)? En ella, una niña pequeña con un abrigo rojo sobresalía entre toda la gama de grises del resto de la película, rodada en blanco y negro. Pues algo así ocurre con la atención selectiva, cuando localizo “mi coche” o a “mi amiga”. El resto de estímulos, son sólo fondo.