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Miguel Ayuso

Empecemos por los principios

Por
Miguel Ayuso

El hombre que convirtió la ingenuidad en una oportunidad

En los años 50 la física de partículas vivía un momento de esplendor. La bomba atómica conmocionó a la comunidad científica, pero aceleró sobremanera el conocimiento

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El hombre que convirtió la ingenuidad en una oportunidad

En los años 50 la física de partículas vivía un momento de esplendor. La bomba atómica conmocionó a la comunidad científica, pero aceleró sobremanera el conocimiento sobre las partículas subatómicas y se generó un enorme interés por llegar más lejos en su entendimiento. En la época se desarrollaron los primeros aceleradores de partículas –antecedentes directos del famoso Gran colisionador de hadrones (LHC), con el que se identificó el bosón de Higgs– para ayudar a descifrar que se escondía tras protones, neutrones y electrones.

Los aceleradores de partículas empezaron a funcionar correctamente, pero se encontraban siempre con la misma dificultad: los átomos se rompían, sí, pero nadie era capaz de identificar las partículas que salían disparadas en las colisiones. Uno de los ingenios que se barruntaron para solucionar el problema era una cámara de burbujas, que permitiría observar la masa y la carga de las partículas al atravesar un líquido vaporizado.

Enrico Fermi (Roma, 1901 - Chicago, 1954), el físico italiano que desarrolló el primer reactor nuclear y, por aquel entonces, una absoluta celebridad, estudió la cámara de burbujas y llegó a la conclusión de que nunca funcionaría. Estaba equivocado, pero nadie había pensado que alguien como Fermi pudiera hacer mal una ecuación. Nadie excepto el físico estadounidense Donald A. Glaser, ganador del Nobel de Física en 1960 por diseñar la cámara de burbujas. Glaser que, tal como informó ayer el New York Times, ha muerto en Berkeley (California) con 86 años, tenía un secreto con el que nadie contaba: desconocía el trabajo de Fermi sobre el asunto.

Era un pequeño error, pero era un error

En los años 50 Glaser, que había trazado una encomiable carrera partiendo de una escuela pública, era profesor en la Universidad de Michigan y, sin saber que Fermi había estudiado el asunto, se dedicó a hacer sus propios cálculos sobre la cámara de burbujas. Cuando logró diseñar el ingenio, con sólo 26 años, el propio Fermi le invitó a dar una charla sobre el descubrimiento en la Universidad de Chicago. El físico italiano le contó que él había escrito sobre el asunto y Glaser, sorprendido, buscó en los libros de texto las conclusiones a las que había llegado Fermi. Tras repasar los cálculos del italiano descubrió que había hecho mal una ecuación, y por eso nadie, excepto él, se había preocupado por diseñar la cámara de burbujas.

Si hubiera visto el trabajo de Fermi me habría echado atrás, pero como lo desconocía hice mis propios cálculos“Era sólo un pequeño error”, explicó Glaser tras el descubrimiento, “pero hizo posible que Fermi probara que la cámara de burbujas nunca funcionaría. Por suerte yo desconocía su libro, si lo hubiera visto me habría echado atrás. Pero en vez de esto hice mis propios cálculos, y eran complejos, pero marcaron la diferencia”.

Nunca es tarde para reciclarse y emprender

Tras ganar el premio Nobel, Glaser, que era un científico de los píes a la cabeza, dejó de investigar la física de partículas, pues le abrumaba el ingente papeleo que tenía que hacer en su trabajo, y le aburrían las labores directivas, necesarias en su nivel para dirigir los grandes equipos de científicos que se necesitaban para trabajar con los aceleradores de partículas. El físico, que tenía entonces 34 años, empezó a estudiar biología, y reorientó su carrera hacia el campo de la biología molecular y el estudio de bacterias y virus.

En 1971 fundó una de las primeras compañías biotécnológicas del mundo, Cetus Corporation –hoy parte de la mayor compañía del sector, Novartis–, cuyo principal objetivo era aplicar los conocimientos sobre el ADN a la solución de problemas reales de las personas. La compañía llegó a desarrollar dos terapias contra el cáncer, pero, a medida que la biología molecular se fue haciendo más dependiente de la bioquímica, Glaser volvió a aburrirse y reorientó de nuevo su carrera. En esta ocasión decidió dedicarse a la neurobiología, campo en el que trabajó hasta el final de su carrera tratando de entender cómo funcionaba la visión humana y los mecanismos cerebrales que la hacen posible.

La historia demuestra, una vez más, que el tesón y el inconformismo forman parte de las grandes gestas, pero Glaser añadió, además, dos habilidades que pocos tienen en cuenta: la ingenuidad y el entusiasmo. “Era un poco ingenuo en el buen sentido de la palabra”, ha reconocido al New York Times el profesor Tomaso Poggio, que fue compañero de Glaser. “Lo suficientemente ingenuo para ser realmente original”. 

En los años 50 la física de partículas vivía un momento de esplendor. La bomba atómica conmocionó a la comunidad científica, pero aceleró sobremanera el conocimiento sobre las partículas subatómicas y se generó un enorme interés por llegar más lejos en su entendimiento. En la época se desarrollaron los primeros aceleradores de partículas –antecedentes directos del famoso Gran colisionador de hadrones (LHC), con el que se identificó el bosón de Higgs– para ayudar a descifrar que se escondía tras protones, neutrones y electrones.