Es noticia
Juan de la Cosa: sólo los que se arriesgan a ir lejos saben lo lejos que se puede llegar
  1. Alma, Corazón, Vida
  2. Empecemos por los principios
Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

Por
Álvaro Van den Brule

Juan de la Cosa: sólo los que se arriesgan a ir lejos saben lo lejos que se puede llegar

Solo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos pueden descubrir cuan lejos se puede llegar... Jenofonte En la época en

Foto: Juan de la Cosa: sólo los que se arriesgan a ir lejos saben lo lejos que se puede llegar
Juan de la Cosa: sólo los que se arriesgan a ir lejos saben lo lejos que se puede llegar

Solo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos pueden descubrir cuan lejos se puede llegar... Jenofonte

En la época en que se inician las exploraciones castellanas hacia la “Mar Oceana”, y ya consolidada la reconquista, la creencia generalizada entre los marinos profesionales era que el Océano Atlántico tenía unos límites precisos cuyas demarcaciones estarían definidas por las Islas Canarias, las Azores y Madeira. Estos límites no se debían de transgredir so pena de ser arrastrados hacia una colosal catarata de proporciones gigantescas y caída sin fin de la que no habría retorno posible. Por lo que la “Terra Incógnita” hubo que seguir esperando el reto de algún iluminado.

Por aquel entonces, en las postrimerías del siglo XV, los métodos de construcción naval habían mejorado sensiblemente para adaptarse al viaje transoceánico. El alto bordo y el calado se habían  acentuado y la navegación teórica había mejorado los métodos de rumbo y distancia, aunque seguía fiando su suerte al “costa a la vista” y a la maestría de los pilotos y sus bien custodiados portulanos, pues en esta época las “cartas de marear” tenían un alto componente geo-estratégico y, por ende, militar.

Pero el Atlántico era otra cosa. Mar de fondo y borrascas eran situaciones más que frecuentes, aunque no en la época en que zarpó Colón. Para afrontar los tres meses de viaje que requería una carabela más ligera o una Nao de más porte en cruzar el océano, era necesario algo más que medios financieros. Determinación, temeridad, poco apego a la vida propia y una pequeña relación con la locura.

El encuentro de Oriente y Occidente

Dos mundos que habían evolucionado independientemente después de miles de años de tránsito en paralelo, iban a colisionar inevitablemente.

La aparición del astrolabio y observaciones astronómicas más precisas sentaron avances notables, pero aún no se conocía la declinación magnética. Los portugueses con sus grandes aportaciones a la navegación estaban acercando lenta pero inexorablemente la brújula desde la China de los Ming.

Desde el puerto de Palos de la Frontera (Huelva, España) el tres de agosto del año 1492, partió la primera expedición de Cristóbal Colon hacia la que posiblemente fuera la más destacada hazaña de la historia humana conocida (el Descubrimiento de América), junto con la conquista de la luna.

Juan de la Cosa iba en una de esas naves. Era piloto y cartógrafo a la vez de la Santa María. Había nacido hacia 1450 y era cántabro, de Santoña, un pueblo de larga tradición marinera.

Más de quinientos años después, con sus luces y sombras; aquella gesta vive en la memoria colectiva de la humanidad con una épica que todavía hoy nos revela su grandeza.

El caso es que había muchos rumores sobre la suerte de la expedición. Dicen que antes de que partieran aquellas tres naves hacia su incierto destino, una enigmática mujer de Almonte había echado unas cartas cruzadas y pronosticado cómo dos imperios serían derrotados por un tercero.

El lema de los cartógrafos sevillanos era no jugar con las vidas de los expedicionarios y por ello elaboraban un trabajo muy exigenteCuando asomaba el siglo XV; eran cuatro las escuelas de cartógrafos que “pensaban” el mundo. Estaba la escuela chino-portuguesa de Macao, casi anónima por su escaso impacto en los asuntos del “oeste”, la mallorquina con sus excelentes pergaminos mediterráneos, la portuguesa de Sagres (fundada por el rey Enrique “el navegante) y la de Sevilla radicada en la Casa de la Contratación. Es de rigor decir que los marineros vascos y bretones, pisanos y genoveses, tenían sus portulanos de buena calidad pero tenían una ángulo ciego hacia el oeste. Los dos primeros tenían excelentes pilotos de “mar adentro”; los dos segundos acumulaban ingentes archivos con las cartas náuticas obtenidas tras acumulación de años de mercadeo por el “Mare Nostrum”.

Un piloto “viejo” y un cosmógrafo eran los encargados de dar el visto bueno a los aspirantes a formar expediciones desde La Casa de la Contratación de Sevilla. Nada se movía sin este requisito. La escuela de cartógrafos hispalense se caracterizaba por dar poco lugar a la especulación, puesto que era esencialmente empírica y se nutría para la confección de sus cartas de un boca a boca de primera mano... Su lema era no jugar con las vidas de los expedicionarios y por ello elaboraban un trabajo muy exigente. Las únicas coordenadas geográficas que se manejaban antes de que Juan de la Cosa se pusiera “manos a la obra” eran la imaginaria línea del ecuador, el trópico de cáncer y el meridiano que pasaba por las Azores, y que venían dadas por una de las bulas alejandrinas que en su momento ratificaron los reyes de Castilla y Portugal y que se convirtieron en lo que se llamaría más tarde el Tratado de Tordesillas, una línea divisoria a cien leguas de las isla portuguesa más al oeste en el Atlántico. Cabe decir que este tratado no fue respetado por ninguna de las partes, pues mientras Brasil crecía desmesuradamente hacia los Andes, España se colaba por el estrecho de Malaca hacia Filipinas y Guam.

Tierra la vista

Hasta el primer viaje, ninguno de los marinos había estado más de una semana sin pisar tierra. Pero cuando ya llevaban casi 5.000 kilómetros y mas de dos meses de navegación los ánimos estaban algo exaltados. A duras penas Juan de la Cosa, los hermanos Pinzón y el propio Colón pudieron controlar a los levantiscos. Finalmente, y antes de vencer el plazo de tres días acordado con las tripulaciones para retornar a Castilla en el caso de que no apareciera tierra a la vista, se produjo la aparición que cambió el curso de la historia.

La 'carta de marear' de Juan de la Cosa, además de tener una belleza cartográfica infrecuente, es un extraordinario bosquejo geográficoEn llegando a Guanani (La Española) la nao de Juan encalla y sus restos son usados para la construcción del fuerte de navidad que albergaría el primer asentamiento español en el nuevo continente. El día era esplendido y los vientos tumbaban ligeramente las palmeras locales. Hay que recordar que los habitantes indígenas practicaban el canibalismo, algo que a los españoles, que tenían un buen entrenamiento con la espada, arcabuces y algunos mastines del pirineo, no les resultaba muy reconfortante saber.

En el segundo viaje de Colon allá por 1493-1496 asume el mismo rol que en el anterior. Su conocimiento cartográfico va “in crescendo”, y su fama como piloto es casi legendaria ya que en aquel incipiente mercado de futuros su nombre empieza a sonar fuerte.

Estuvo dos años más tarde en la tercera expedición que acabó con Colón encadenado por Alonso de Bobadilla, por unos derechos de explotación y capitulaciones de ida y vuelta que el rey, a la vista del alcance de la conquista, había decidido revocar por ser a su entender, inicialmente, demasiado generosos. Por aquel entonces el Almirante estaba algo cansado de tanto pleito, de la cicatería real y, además, tenía pocas ganas de discutir. 

La Carta de Juan

Es al finalizar este viaje cuando aparece la celebre Carta de Juan de la Cosa en 1500 (en la imagen), en pergamino de piel de vaca y que tiene 93 cm. de alto por 183 de ancho. Una de las joyas más veneradas de la cartografía de todos los tiempos.

Atrás quedaban los mapas de Ptolomeo, algo desfasados para el momento pero que dieron un servicio muy útil durante doce siglos.

A la par que el Renacimiento despierta, se inventaran instrumentos como el cuadrante y la brújula, que permiten medir los ángulos respecto a la estrella polar y el sol, en su momento estos instrumentos, permitieron determinar la posición de un punto en el globo, su latitud y su longitud para finalmente plasmarlas en los mapas.

En las llamadas cartas planas, las latitudes observadas, a la par que las direcciones magnéticas, se representan directamente en el mapa con escalas constantes, como si la Tierra fuese plana. Juan de la Cosa comienza a introducir unas ligeras e inusuales curvaturas que hacen que las travesías sean más seguras en lo que a la derrota y rumbo se refiere, acercándose al estilo que en el futuro usaría el gran cartógrafo flamenco Mercato, aunque sin esa perfección que caracterizó la obra del de Amberes, después de la ingeniosa proyección cilíndrica que dio mayor rigor y autenticidad a la situación de las coordenadas básicas de longitud y latitud.

La “carta de marear” de Juan de la Cosa, además de tener una belleza cartográfica infrecuente, es un extraordinario bosquejo geográfico que simboliza la página a pasar de la Edad media al renacimiento, y pone de relieve aquel aserto que dice “sólo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos pueden descubrir cuan lejos se puede llegar”.

La Cosa murió en un enfrentamiento armado con indígenas en una zona cercana a Cartagena de Indias. Él no llegaría a ver su proyecto de una segunda edición corregida y ampliada de su famosa carta de navegación. Nos dejó un legado de mejoras en la nueva cartografía de la época que precisaron casi al detalle todos los descubrimientos iniciales en la fase temprana de la colonización.

Hoy esta obra de arte de la cartografía se puede observar en el museo naval de Madrid, a la par que nos transporta a lomos de los vientos portantes que acompañaron a este marino con oficio más que suficiente para haber pasado a la historia.

Solo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos pueden descubrir cuan lejos se puede llegar... Jenofonte