Es noticia
“Quería el mejor Ferrari, la mejor rubia y el mejor vino”: así es Jordan Belfort, 'el lobo de Wall Street'
  1. Alma, Corazón, Vida
  2. Empecemos por los principios
Miguel Ayuso

Empecemos por los principios

Por
Miguel Ayuso

“Quería el mejor Ferrari, la mejor rubia y el mejor vino”: así es Jordan Belfort, 'el lobo de Wall Street'

Jordan Belfort fue uno de los personajes más extremos que ha dado Wall Street. Llegó al mundo de las finanzas de Nueva York en 1987, dispuesto

Foto: “Quería el mejor Ferrari, la mejor rubia y el mejor vino”: así es Jordan Belfort,  'el lobo de Wall Street'
“Quería el mejor Ferrari, la mejor rubia y el mejor vino”: así es Jordan Belfort, 'el lobo de Wall Street'

Jordan Belfort fue uno de los personajes más extremos que ha dado Wall Street. Llegó al mundo de las finanzas de Nueva York en 1987, dispuesto a comerse el mundo. Sólo un año después de empezar a trabajar como bróker, se hizo con el control de Stratton Oakmont, una de las agencias de corredores con más éxito de la época, conocida por operar como una boiler room (“cuarto de calderas”): un call center en el que se vendían bonos basura utilizando todo tipo de técnicas injustas, deshonestas y, en su mayoría, fraudulentas.

La historia de Belfort ha vuelto a salir a la luz tras el estreno del primer tráiler de la película que narra su historia, El lobo de Wall Street. Su personaje está interpretado por Leonardo Di Crapio, la dirige Martin Scorsese y el guión es obra de Terence Winter, creador de la serie Boardwalk Empire

Belfort vivió de lleno el éxtasis financiero de los 90, cuando era el rey del corral. Se hizo famoso por montar fiestas descomunales en la misma oficina de la compañía, ser un confeso adicto a las prostitutas y la cocaína, y por comprar uno de los yates más lujosos del mundo, construido originalmente para Coco Chanel, y naufragar con él en la costa de Cerdeña, tras desoír los consejos de su capitán, que le advirtió que estaba llevando la embarcación al centro de una tormenta. En pleno cenit de su carrera estrelló su helicóptero en el jardín delantero de una extensa finca que tenía en Locust Valley (Nueva York) porque estaba demasiado drogado para ver el aeropuerto. Una anécdota muy gráfica para darse cuenta de hasta qué punto Belfort había perdido todo sentido del control y la mesura.  

Sólo pasó 22 meses en prisión, pero fue condenado a devolver 100 millones de dólares a los accionistas a los que había estafadoEn su mejor momento, Belfort, cuya principal cualidad no era la modestia, llegó a presumir de ganar más de 50 millones de dólares al año. Y era cierto. En un día de suerte llego a embolsarse 12 millones en sólo tres minutos. Su empresa ganaba tanto dinero que la mafia envió observadores para que aprendieran cómo podía hacerlo “tan bien”. 

Pero sus excesos trajeron, también, la atención del FBI –a los que despachó, la primera vez que se acercaron a él, tirándoles billetes– y su caída fue tan estrepitosa como su ascenso. Fue imputado en 1998 por estafa y blanqueo de dinero. Belfort reconoció los cargos y se mostró dispuesto a colaborar con el FBI, ofreciendo información de otros estafadores. Sólo pasó 22 meses en prisión, pero fue condenado a devolver 100 millones de dólares a los accionistas a los que había estafado. Aún a día de hoy, sigue pagando parte de la deuda.

Una historia de redención

Tras su paso por la cárcel, Belfort dejó las drogas, pidió perdón públicamente y se volcó en la redacción de dos libros donde cuenta su auge (El lobo de Wall Street, 2008), en el que está basada la película de Scorsese, y su caída (Atrapando al lobo de Wall Street, 2011). Los beneficios de los libros le han permitido librarse de buena parte de su deuda: la mitad de lo que gana lo destina inmediatamente a pagar lo que debe.

Hoy en día Belfort, además de escribir, da charlas motivacionales en las que explica cómo perdió los papeles y acabó siendo devorado por una ambición desmedida. En una entrevista con The Telegraph, concedida con motivo de la publicación de su autobiografía, Belfort reconoció que, en los 90, era emocionalmente inmaduro, inseguro y tenía una predisposición a buscar la gratificación instantánea: “Mis figuras a seguir eran Gordon Gekko [el personaje de Michael Douglas en Wall Street] y el Richard Gere de Pretty Woman. Quería siempre lo mejor, la suite presidencial, el Ferrari, una casa en la playa, la rubia más despanpanate, el vino más caro, un yate… Quería ser el rico de Wall Street definitivo”.

Belfort asegura que se ha reformado por completo. Vive en un hogar modesto, un piso de tres habitaciones en un área relativamente barata de Los Ángeles, y de los viejos tiempos sólo conserva un reloj Bulgari de 9.000 libras y el cuadro que tenía en el dormitorio de su antiguo yate. “Sé que algunas personas dirán ‘es un tipo malo, podrido hasta las entrañas. Espero que arda en el infierno”, confesó Belfort en una entrevista con el New York Times. “Pero las personas tienen derecho a redimirse. He cometido algunos errores terribles. Pero un leopardo puede cambiar sus manchas”. 

Jordan Belfort fue uno de los personajes más extremos que ha dado Wall Street. Llegó al mundo de las finanzas de Nueva York en 1987, dispuesto a comerse el mundo. Sólo un año después de empezar a trabajar como bróker, se hizo con el control de Stratton Oakmont, una de las agencias de corredores con más éxito de la época, conocida por operar como una boiler room (“cuarto de calderas”): un call center en el que se vendían bonos basura utilizando todo tipo de técnicas injustas, deshonestas y, en su mayoría, fraudulentas.