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La gran historia de Pedro Páez y la llegada de los españoles a la cuna del mundo
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Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

Por
Álvaro Van den Brule

La gran historia de Pedro Páez y la llegada de los españoles a la cuna del mundo

–Audentes fortuna iuvat (La fortuna ayuda a los audaces).  Virgilio en La Eneida

Foto: La gran historia de Pedro Páez y la llegada de los españoles  a la cuna del mundo
La gran historia de Pedro Páez y la llegada de los españoles a la cuna del mundo

–Audentes fortuna iuvat (La fortuna ayuda a los audaces). 

Virgilio en La Eneida

Hace ya más de tres millones de años, una pequeña mujer se irguió para ver lo que ocurría tras la tupida maleza en un lugar de la tierra, Etiopía–, en el que todavía hoy se puede percibir con bastante nitidez lo que pudo ser la edad de piedra. En las orillas del olvido, yace en una tumba ignorada junto a las ruinas de una monumental construcción hace tiempo abandonada uno de los personajes más fascinantes que ha alumbrado España.

Sobre un suave promontorio que domina las fuentes del Nilo Azul, la tierra que acoge al que probablemente sea uno de los exploradores más preparados e ignorados de nuestra historia, se muestra amable con los restos del yacente. Estilizadas flores de un intenso aroma parecidas a la yúyuba son compartidas al alimón por unas pequeñas mariposas amarillas a la par que afanadas abejas hacen su trabajo en perfecta armonía y sin estorbarse en sus trayectorias.

Es relativamente frecuente ver cómo algunos cooperantes y turistas peninsulares depositan flores silvestres recogidas "in situ" sobre lo que se intuye el lugar donde está más intensamente representada la memoria de tan ilustre prohombre. Asimismo brilla por su ausencia una atención especial por parte de las autoridades diplomáticas españolas ya sea esta a través de una placa conmemorativa o de un embellecimiento mínimamente razonable de la zona aledaña al túmulo. Saturno devora a sus hijos.

Desde estas líneas hacemos una solicitud formal al Cónsul Javier Cuchi y a la Canciller Vicenta Villalta de la embajada española en Addis Abeba que tan buena atención han prestado siempre a todos los españoles que hemos tenido la oportunidad de conocerlos, para que contemplen una solución a este desatino.

Todavía hoy la Enciclopedia Británica no ha sido capaz de rectificar la autoría del descubrimiento de las fuentes del Nilo AzulEste artículo pretende hacer honor al recuerdo de Pedro Páez y reivindicar sus logros al tiempo que resituar su nombre entre los más grandes de la historia de las exploraciones humanas. Todavía hoy la Enciclopedia Británica no ha sido capaz de rectificar la autoría del descubrimiento de las fuentes del Nilo Azul y sigue adjudicándoselas al masón escocés Bruce de Kinnaird que en su búsqueda del Arca de la Alianza, ciento cincuenta años después hollaría los mismos pasos que a Páez le llevaron a descubrir una de las dos fuentes precursoras de este colosal y mítico río. Hay que recalcar el hecho de que algunos historiadores lusos sostienen la hipótesis de que fue el capitán portugués João Gabriel – gran amigo de Paez–, el que pudiera haber llegado a las fuentes del Nilo Azul antes que el español o con él.

Ingestas de “bun”, insolaciones y erudición

En abril del año 1588, Pedro Páez se embarcaría con otros hermanos jesuitas desde Lisboa hacia la colonia portuguesa de Goa en India. Hay que recordar que en aquel tiempo existía una Iberia bajo cetro común, esto es, dos reinos bajo la misma corona. Con el mandato de sus superiores de cristianizar Etiopía cruzaría con su enorme e inseparable amigo Antoni de Montserrat el Océano Indico y el Mar Rojo en una singladura que les dejaría una huella vital indeleble.

Capturados por los árabes y vendidos como esclavos a los turcos, ambos fueron a dar con su osamenta a galeras. Curioso destino para dos hombres de una erudición fuera de toda duda. Entre ambos sumaban cuatro carreras y doce idiomas. Años después un piadoso comerciante de Moka, propietario de aquella singular pareja de iluminados cautivos, les facilitaría una relación más laxa a cambio de que simularan cierto grado de devoción hacia Allah de cara a la galería, mientras él, su amo, fingía no enterarse de la impostura.

Actuó más como un antropólogo de campo mimetizándose con los autóctonos y aprendiendo de sus costumbresEs altamente probable que fueran los primeros europeos en probar el café y documentar la experiencia. Como bien describe el jesuita en el libro de su periplo, entre las ingestas del "bun" y las tremendas insolaciones contraídas durante la travesía del Rub´al Khali, "la gran habitación vacía" (el desierto que ocupa más de la tercera parte de lo que es hoy Arabia Saudita), estuvieron muy cerca de entrar en un proceso alucinatorio irreversible.

Después de vicisitudes sin cuento, Felipe II, que a la sazón contaba con la que fue posiblemente la mejor red de espionaje de aquellos tiempos, daría órdenes precisas a su gobernador en India, Matías de Albuquerque, para que a cambio de mil coronas se liberara a aquellos dos desdichados de la lacra de la esclavitud, cosa que finalmente sucedería.

El padre Antoni de Montserrat fallecería al poco de arribar a Goa a causa de los estragos causados por las enfermedades sobrevenidas en el cautiverio. Páez, volvería a la carga.

Lucha de doctrinas

De vuelta al proyecto inicial –viajar a Etiopía–, se encontró con que cuatro de los cinco hermanos de la congregación habían muerto en los años precedentes por lo que se puso a convertir relajadamente a la "fe verdadera" a los despistados abisinios, practicantes de un culto, el ortodoxo, con exóticos toques de judaísmo. Los Beta Israel (judíos etíopes) habían hecho algunas sugerencias para alterar el canon ortodoxo local y estos a su vez habían introducido también algunas modificaciones bien aceptadas por los anteriores. Todo quedaba en casa.

Este culto jesuita no se dedico a adoctrinar con énfasis especial a nadie que no estuviera predispuesto a ello; de hecho no se recuerda en su periplo africano que pusiera el acento en reciclar espíritus descarriados. Al contrario, actuó más como un antropólogo de campo mimetizándose con los autóctonos y aprendiendo de sus costumbres.

Por entonces, Za Dengel, que era el emperador de aquellos predios en aquel momento del tiempo, contemplaba cómo aquella subversiva doctrina que tan sabiamente exponía Páez sin forzar las mentes se estaba imponiendo sin alharacas. Venciendo las reticencias de un pueblo que dormía en la antigüedad de la noche inmemorial, fosilizado en la aceptación de facto de aquella híbrida miscelánea de animismo, panteísmo y creencias mixtas que convivían en un agradable matrimonio de conveniencia; pensó esta testa coronada que el pueblo comulgaría sin más con aquel nuevo mensaje. Entonces, en un arrebato mal medido, le dio por imponer a sus parroquianos las creencias nuevas sin mediar palabra. Craso error. El iluminado dirigente se salió en la primera curva.

Ocurrió, que se montó a tenor de la súbita y desatinada decisión un colosal follón. Una breve guerra civil acabó con los huesos del interfecto en un abrir y cerrar de ojos.

Los jesuitas siempre mantuvieron una sabia, prudente y profiláctica distancia con RomaSu sucesor, el nuevo gobernante Susinios III, era algo más cabal y menos impulsivo. Impresionado por la brillantez intelectual de Pedro Páez, le otorgaría unas tierras al norte del lago Tana en la península de Górgora. Y no solo esto, sino que además lo convirtió en consejero privado. Fueron años de prosperidad y desarrollo en una comunión tranquila de intereses complementarios.

Páez fundó allá en las nuevas tierras concedidas una misión cuya labor integradora fue modélica. Faro de un modelo de intercambio cultural y no de imposición, su pequeño monasterio albergaba a cualquier lugareño, transeúnte o menesteroso que lo necesitara. Las puertas del mismo estaban siempre abiertas. No existía la propiedad, pues nada había, todo se compartía. El desapego más absoluto era la tónica por la que se regía aquella comunidad de renunciantes. Era una interpretación ajustada del mensaje de aquel Gran Buda esenio que fue Jesucristo. Hay que destacar que los jesuitas siempre mantuvieron una sabia, prudente y profiláctica distancia con Roma, por lo que la polución y el deterioro vaticano raramente llegaría a afectarles.

Para entonces, lamentablemente el celoso clero copto, viendo la progresión de la doctrina importada y su secular influencia amenazada, desataría sus iras contra los católicos. De nuevo la guerra se antojó inevitable. Las matanzas se sucedieron en medio de una atmosfera irracional presidida por las dos caras de un mismo Dios. El mismo Dios que vehementemente era invocado por las partes, al parecer estaba absorto en otros quehaceres más prosaicos o quizás se había quedado algo traspuesto en algún remoto lugar del universo.

Páez no llegaría a ver esta nueva actuación de la estulticia humana. En el año de Dios de 1622 una devoradora malaria le robaría el aliento vital.

La enrevesada trayectoria del Nilo discurre impasible ante el reto del tiempo y su suave discurrir ante la anónima tumba de Páez nos recuerda lo efímero que es todo.

–Audentes fortuna iuvat (La fortuna ayuda a los audaces).