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El día que María Pita envió al fondo del mar la Contraarmada inglesa
Corría el año 1589 e Inglaterra no acababa de salir del asombro causado por la fallida visita de La Grande y Felicísima Armada (comúnmente llamada La Invencible
Corría el año 1589 e Inglaterra no acababa de salir del asombro causado por la fallida visita de La Grande y Felicísima Armada (comúnmente llamada La Invencible por sus detractores) y el orgullo nacional indicaba que habría que dar una respuesta apropiada a la osadía desplegada por los españoles en aquel lance tan reciente. Para ello, Isabel I de Inglaterra había puesto en pie de guerra una flota gigantesca que con el claro imperativo de atacar primero Santander (donde estaba amarrada una buena parte de la armada española) y más tarde Lisboa, –segunda capital del imperio–, levantara la moral de sus súbditos todavía no repuestos del susto del año anterior además de proporcionarles un jugoso botín.
En aquel tiempo, el promovido a almirante Sir Francis Drake, personaje de una crueldad inaudita y de cobardía probada, como lo refleja la historia de sus diferentes enfrentamientos con los marinos españoles, y personaje de un muy censurable comportamiento militar bastante alejado de los mínimos de un soldado con honor, fue el elegido para dirigir tan magno proyecto de castigo a domicilio al imperio español.
Francis Drake decidió saquear La Coruña para no enfrentarse a la armada española en Santander
Al partir del más importante puerto del sur de Inglaterra, Plymouth; en aquella colosal fuerza naval se manifestaron algunas disensiones entre los integrantes de la expedición. A Drake “le ponía más” un buen botín, antes que las claras y precisas indicaciones de la reina, y a Norris –el general que mandaba la tropa de 26.000.hombres embarcados– le parecía mas apropiado obedecer al mando natural.
Al final, Francis Drake se salió con la suya y “se desvió” unas trescientas millas de su objetivo primigenio, yendo a dar ni más ni menos que a La Coruña, evitando así un enfrentamiento directo con la armada española y poniendo el acento en el saqueo que era, en esencia, su especialidad.
Todo esto estaba ocurriendo en el contexto de la llamada “anglo guerra” (1585-1604) que con devastadoras consecuencias asolaría la economía de ambas naciones. España saldría triunfante de ella a través del Tratado de Londres, pero los paréntesis de paz serían aprovechados regularmente por el bien engrasado corso inglés auspiciado por la monarquía local que veía con complacencia una fuente de ingresos constante y una forma de hacer caja sin despeinarse. En definitiva, unos ingenieros del engaño los ingleses.
El asalto a La Coruña
Mientras las cosas ocurrían, un número importante de soldados de la Unión Jack desembarcaban cerca de La Coruña. Durante el asalto a la ciudad ese cuatro de mayo de 1589, una serie de ciudadanos muy dispuestos consiguieron detener a una a tropa profesional. Una enorme motivación y un potente sentido de grupo ante una situación con bastante mal pronóstico para los locales operaron el milagro.
En los combates cuerpo a cuerpo que se desarrollaron en aquel triste episodio, muchísimos ciudadanos se implicaron decididamente en la defensa de la ciudad. Dos mujeres de armas tomar, como cualquier gallega con ”pedigrí”, pasarían a la historia con nombre propio: María Pita e Inés de Ben.
Los coruñeses se impusieron a la horda inglesa en circunstancias más que adversas
Se dice –algo que cabalga entre el mito y la realidad, pero que tiene mucho fundamento– que la cabreada ciudadana, al ver a su marido caído durante el asalto a la ciudad vieja, en un arrebato, le tiro una pedrada según algunos, un ladrillo según otras versiones, a un oficial inglés que pasaba por allí. Al parecer, los desconcertados ingleses, al ver a su mando hacer el último análisis de la situación con notables impedimentos y la expresión algo desangelada, decidieron replegarse ante el empuje del contraataque de los locales que estaban más que cabreados.
La resistencia de La Coruña no solo fue encarnizada, sino que además fue modélica por la colaboración e identificación entre la ciudadanía y los uniformados. Arcabuceros de los tercios y artilleros de La Invencible, que a la sazón estaban desembarcados en la ciudad, cooperaron en la defensa de manera eficaz y, con oficio y un notable sacrificio humano y material, se impusieron a aquella horda en circunstancias más que adversas.
En las filas inglesas cundía la desazón ya que no habían obtenido un botín digno de tal nombre y encima tenían que reembarcar, ya que la fuerzas españolas se acercaban desde diferentes posiciones en un hostigamiento permanente y además estaban a muy escasa distancia.
Y hete aquí, que aquella banda oceánica de filibusteros, aprovechando la coyuntura, decidieron hacer una visita de cortesía a los tranquilos portugueses que a la sazón compartían imperio con nosotros. Pero los problemas no habían acabado para aquellos perillanes, protestantes para mayor abundamiento.
'Anarchy in the UK'
Escasos de vituallas, munición y mando competente se habían dedicado al pillaje sin más ambages. La anarquía se había instalado entre ellos y el hostigamiento de las tropas hispano–lusas les creaba una erosión constante. Para cuando quisieron acercarse a Lisboa, ya eran bastante inocuos. Una dirección incierta e incapaz de controlar aquella marea humana que ora se dedicaba al incendio caprichoso ora a vaciar los bolsillos de cualquier incauto que se cruzara en su camino, ordenó embarcar deprisa y corriendo ante la más que inminente derrota.
La tremenda derrota de la Contraarmada certifica la endémica amnesia de los ingleses sobre las zonas oscuras de su propia historia
De los aproximadamente 26.000 soldados embarcados para aquella supuesta acción de castigo contra la península, solo volverían 10.000 de ellos, decrépitos, exhaustos, mal nutridos y con toda laya de enfermedades. Obviamente, aquella chance quedaría en los anales de Albion enigmáticamente olvidado. Actualmente historiadores de la nueva hornada como Lindsay y Mc Lean, han comenzado a poner las cosas en su sitio y a llamarlas por su nombre. La tremenda derrota de la Contraarmada han vertido sombras en la complaciente memoria británica y certifican una vez mas la proverbial y endémica amnesia de los insulares sobre las zonas oscuras de su propia historia.
Dios salve a la reina de sus historiadores.
Corría el año 1589 e Inglaterra no acababa de salir del asombro causado por la fallida visita de La Grande y Felicísima Armada (comúnmente llamada La Invencible por sus detractores) y el orgullo nacional indicaba que habría que dar una respuesta apropiada a la osadía desplegada por los españoles en aquel lance tan reciente. Para ello, Isabel I de Inglaterra había puesto en pie de guerra una flota gigantesca que con el claro imperativo de atacar primero Santander (donde estaba amarrada una buena parte de la armada española) y más tarde Lisboa, –segunda capital del imperio–, levantara la moral de sus súbditos todavía no repuestos del susto del año anterior además de proporcionarles un jugoso botín.