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La mejor manera de romper con el pasado y de superar los viejos traumas
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Miguel Ayuso

Empecemos por los principios

Por
Miguel Ayuso

La mejor manera de romper con el pasado y de superar los viejos traumas

El pasado no se puede modificar. Lo hecho, hecho está, pero podemos aprender a que nuestros recuerdos no sean una carga, sino una ventaja

Foto: El pasado no se puede borrar, pero se puede reinterpretar en nuestro beneficio. (Corbis)
El pasado no se puede borrar, pero se puede reinterpretar en nuestro beneficio. (Corbis)

Aunque casi todo el mundo guarda un buen recuerdo general de la infancia y la adolescencia, es habitual que rememoremos determinados momentos en los que nos sentimos avergonzados, vejados, engañados o asustados. Dependiendo de la intensidad y la gravedad del hecho en cuestión, aún siendo adultos su recuerdo produce tristeza o resentimiento. Y en algunos casos, como ocurre con las víctimas de acoso escolar, su influencia puede ser determinante.

Cuando Alex Lickerman, hoy un reputado médico de Chicago, cursaba el séptimo grado (el equivalente a 1º de la ESO en España), fue víctima del acoso de sus compañeros de colegio, que se reían de su origen judío. Tras cambiar de escuela, asustado y socialmente marginado, trató de olvidar lo ocurrido. Durante mucho tiempo, cuando recordaba porque salió tan mal parado de la escuela, rememoraba el miedo sentido y, aunque pensaba que la experiencia sólo podía haberle servido para hacerle más fuerte, era incapaz de deshacerse por completo de la desconfianza que se instaló en su interior desde entonces.

Si bien no podemos cambiar nuestros recuerdos, podemos hacer que dejen de hacernos daño y acaben por beneficiarnos

Pasado un tiempo, tal como ha explicado en una entrada de su blog, empezó a practicar el budismo. Le enseñaron que, con la práctica, podía cambiar el futuro, el presente y el pasado, pero no acabó de entender cómo podía cambiar algo que ya había ocurrido. Un día, rememorando de nuevo su experiencia de adolescente, descubrió la verdad: “La verdadera razón por la que me convertí en una víctima es porque dejé que ocurriera. Cada vez que percibía que estaba en peligro de ser atacado mi estrategia consistía en congraciarme con mi posible atacante todo lo que podía. Me permitía a mí mismo ser objeto de burlas, desdenes y humillaciones, pensando que no me harían daño. Ni una sola vez se me ocurrió defenderme”.

Entonces, Lickerman comprendió que esa actitud ante el conflicto le había acompañado durante toda su existencia: había aprendido a hacerse la víctima para llamar la atención, para encontrar protección cuando se sentía amenazada o para parecer invisible a los compañeros malévolos. En ocasiones la estrategia funcionaba, pero iba acompañada de peligrosas contrapartidas. Entre otras cosas, hacía muy complicado que sus relaciones amorosas funcionaran.

El pasado no se puede cambiar, pero sí reinterpretar

Cuando Lickerman logró reinterpretar su episodio de acoso se dio cuenta de que lo sucedido era más un ejemplo de la tendencia que tenía a hacerse la víctima que un trauma del que era imposible recuperarse. Es cierto que no se puede cambiar el pasado, pero sí se puede cambiar el significado que damos a lo que ha ocurrido, y esto hace que cambie también la manera en que el pasado nos afecta en nuestro día a día. Al fin y al cabo, el pasado sólo existe en nuestra memoria y son nuestros juicios los que le dan significado. Si bien no podemos cambiar nuestros recuerdos, podemos hacer que dejen de hacernos daño y acaben por beneficiarnos.

Sólo tenemos que encontrar una manera de convertir ese dolor o arrepentimiento en un catalizador para aprender de la experiencia

En opinión de Lickerman, que ha expuesto sus ideas en el libro The Undefeated Mind: On the Science of Constructing an Indestructible Self (HCI, 2012), la única manera de romper con el pasado pasa por utilizar nuestros recuerdos en beneficio del presente. “Si nos sigue haciendo daño el recuerdo de un evento del pasado, debemos entender ese dolor como la señal de que hay un asunto pendiente, no con las personas o los elementos que participaron en el hecho en sí, sino con nosotros mismos”, asegura el doctor. “No tenemos que perder el tiempo en recriminaciones o deseando poder viajar al pasado para cambiar lo que pasó. Sólo tenemos que encontrar una manera de convertir ese dolor o arrepentimiento en un catalizador para aprender de la experiencia”.

Aunque casi todo el mundo guarda un buen recuerdo general de la infancia y la adolescencia, es habitual que rememoremos determinados momentos en los que nos sentimos avergonzados, vejados, engañados o asustados. Dependiendo de la intensidad y la gravedad del hecho en cuestión, aún siendo adultos su recuerdo produce tristeza o resentimiento. Y en algunos casos, como ocurre con las víctimas de acoso escolar, su influencia puede ser determinante.