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El día que España casi invadió China
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Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

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Álvaro Van den Brule

El día que España casi invadió China

Hubo un tiempo en que Portugal y España fueron una unidad. Ello dio lugar a proyectos peculiares como la hipotética conquista de Oriente a partir de China

Foto: El emperador Wanli (1572–1620).
El emperador Wanli (1572–1620).

Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible; los políticos por hacer imposible lo posible.

–Bertrand Russell

Hubo un tiempo en que Portugal y España fueron una unidad, no sólo geográfica dentro del marco de la península ibérica, sino también un vasto imperio inabarcable y bien avenido. Esto sucedía en torno a los siglos XVI y XVII, más exactamente entre los años 1580 y 1640. Bajo el principio Aeque principaliter, una forma de gestión política que respetaba las peculiaridades administrativas y fiscales de los reinos integrados bajo el mandato del mismo monarca, la Casa de Austria gobernaba de manera descentralizada territorios tan extensos que ni antes ni después han tenido parangón en la historia. La uniformización en política exterior fue el gran logro de esta alianza con nuestros hermanos portugueses.

Esa afortunada suma de pares produjo peculiares situaciones que hoy pueden parecer surrealistas pero que en aquel entonces dieron luz a proyectos cuya viabilidad se ponderó en profundidad y en más de una ocasión. Entre ellos, la muy considerada de invasión de China por parte de las tropas españolas desde los territorios portugueses de ultramar en el área asiática.

Un salto de España a Asia

A partir de los primeros años de la conquista de Filipinas, el nombre de China evoca la idea de un paso gigantesco para el control de la economía mundial por las transferencias implícitas en ello. No sólo los estamentos civiles y eclesiásticos ansían tan apetecible apuesta, sino que el prestigio de esta conquista elevaría a su realizador al olimpo de los inmortales. Es por ello que se empieza a considerar seriamente el salto al continente oriental.

Juan de la Isla recibe instrucciones precisas del rey para iniciar la conquista de China

Gran cantidad de juncos chinos vendían sus mercancías en Manila y las operaciones comerciales se intensifican exponencialmente tanto desde Macao como desde otros puertos del imperio Ming. Ámbar, sedas adamascadas, brocados, alfombras, porcelanas de Jingdezhen, fluyen hacia las islas sin cesar. La población china de Manila llega a configurar casi el cincuenta por ciento de la totalidad de los asentados. El famoso mercado del Parián crece a un ritmo vertiginoso. A esto hay que añadir el hecho de que la transcendental victoria de Felipe II en Lepanto le hace reflexionar sobre la posibilidad de emprender acciones de más envergadura.

Es en este contexto cuando Juan de la Isla recibe instrucciones precisas del rey para iniciar la conquista de China. Pero un hecho luctuoso viene a detener tan magno proyecto. El que posiblemente sería uno de los mayores marinos de la historia de nuestro país, el almirante vasco López de Legazpi rendiría cuentas ante la eternidad.

El papel decisivo de los jesuitas

Para 1587, el padre jesuita Alonso Sánchez se había acercado desde Manila a la Corte en una navegación plena de incidentes para entregar un informe altamente confidencial al rey español. En la compañía existían serias reservas en cuanto al apoyo de los jesuitas en una intervención violenta de la conquista de China pues se prefiguraba la necesidad de un mínimo de diez mil soldados para tal menester y obviamente, este contingente no se iba a desplazar a jugar a las canicas.

Los Ming ofrecieron la posibilidad de conceder una explotación en la costa sureste

Entonces, como ahora, este siempre crítico colectivo dentro de la Iglesia no aceptaba derramamiento alguno de sangre para evangelizar. El desastre de la Armada Invencible en 1588 vino a dar al traste con los proyectos de invasión de China y estos fueron postergados sine die por el rey. Aún en el ocaso de Felipe II, algunas incursiones españolas llegaron a penetrar profundamente en Vietnam, Siam, Laos y Camboya; pero nunca se pisó territorio chino. Por otro lado, Felipe II respetó escrupulosamente los acuerdos tomados en las Cortes de Tomar evitando cualquier fricción que generara desconfianzas con sus súbditos portugueses. Por ello y por otras muchas cosas, siempre fue calificado como el rey prudente.

Ante la presión continuada de los españoles en el área de las Molucas y periferias del gran imperio chino, los Ming, en su afán de resolver por la vía diplomática los contenciosos que se estaban abriendo, ofrecieron la posibilidad de conceder una explotación en la costa sureste a la altura de Fujian, similar a la que los portugueses tenían en Macao. Esta fue rechazada, ya que el virrey de Filipinas tenía expectativas mayores y las políticas de ultramar españolas no se asemejaban a las portuguesas, más pausadas y estrictamente mercantiles.

Una empresa condenada al fracaso

Hacia 1586 los jesuitas, principales impulsores de “la cuestión china", habían hecho recomendaciones al rey sobre el enfoque militar no-violento (sic) que pasaría por la ocupación de Canton, en principio intentando minimizar las pérdidas humanas propias y adversarias al máximo. En las conclusiones previas al plan de invasión se contemplaron algunas directrices tales como que los pilotos debían ser vascos por ser a juicio de los intervinientes los mejores; Japón apoyaría la causa con seis mil combatientes duchos en las escaramuzas constantes que les enfrentaban a los chinos desde hacía tiempo, quinientos esclavos negros se harían cargo de la impedimenta y la financiación correría a cargo del virrey de Filipinas.

España habría podido arrollar a la China decadente de los últimos Ming

Pero la gran visión política de Felipe II, que se encontró entrampado hasta las cejas por las deudas heredadas de su padre, los frentes abiertos con protestantes de todo pelaje, los contenciosos con franceses, turcos, ingleses y holandeses le hicieron desistir sabiamente de una invasión de China, que por otro lado exigía un mínimo de 50.000 hombres para darle visos de seriedad y consistencia. Mientras los portugueses creaban emporios comerciales muy bien defendidos y circunscritos a áreas muy reducidas y fáciles de defender con fortificaciones punteras, España tenía una visión más expansionista y las servidumbres de una logística muy elongada requerían gran inversión económica y humana. Era otra forma de pensar.

Además, no hay que olvidar que China en aquel tiempo albergaba doscientos millones de almas y su ejército rondaba el millón de efectivos. Es probable que Felipe II hubiera tomado una sabia decisión y no invirtiera en temeridad y vanas especulaciones. Lo cierto es que si la combinatoria del destino hubiera repartido las cartas adecuadas, España en su vertiginoso ascenso en la historia, habría podido arrollar a la China decadente de los últimos Ming. La devastación ocasionada por la pequeña Edad de Hielo, el terrible terremoto de Shaanxi en 1556 –posiblemente el más salvaje de la historia de la humanidad–, las hambrunas posteriores y los desórdenes sociales de las postrimerías de esta época pondrían en bandeja a Occidente a la más antigua nación conocida. En cualquier caso y por diferentes razones, la llave no llegaría a coincidir nunca con la cerradura.

Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible; los políticos por hacer imposible lo posible.

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