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Steve Jobs, Ed Miliband, los sueños, la genética y… el éxito
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

Steve Jobs, Ed Miliband, los sueños, la genética y… el éxito

Con el último número de The Economist -que trae un reportaje sobre el recién nacido interés de la biología por el management- bajo el brazo, un

Con el último número de The Economist -que trae un reportaje sobre el recién nacido interés de la biología por el management- bajo el brazo, un perfil de The Guardian sobre Steve Jobs y otro de El Mundo sobre Ed Miliband, el recién elegido líder de los laboristas británicos, entro en un avión rumbo a Bruselas. El piloto nos anuncia un retraso indefinido por huelga de los controladores aéreos belgas, así que me armo de paciencia y el resultado es… esta columna. ¿Por qué? Porque las biografías de dos triunfadores –Jobs y Miliband-, unidas a las reflexiones de un grupo de científicos sobre la importancia de la genética en las habilidades de gestión, en el contexto de una negociación entre controladores y autoridades de la que depende que llegue o no a mi próxima reunión me hacen preguntarme: ¿De qué depende el éxito?

Del extenso artículo de The Economist, que se plantea la influencia del ADN en factores como el salario, la satisfacción laboral o las habilidades negociadoras, me quedo con una preocupante posibilidad: la discriminación genética. Si nuestros genes ya nos predisponen para triunfar en el entorno laboral, ¿quiere eso decir que llegará el día en que las empresas sólo contraten a aquellos llamados al éxito?

Me pregunto qué llevará escrito el ADN de Steve Jobs. Su biografía dice que fue mal estudiante, aunque visionario. Carismático, pero arrogante. Impaciente y con una enoorrme confianza en sí mismo. La de Miliband le describe como inteligente, aplicado y empollón. Con el vuelo acumulando retraso, un risotto y una botella de vino delante, busco similitudes entre ambos perfiles. Y encuentro una muy clara: sus sueños.

Sueños tenemos todos, me diréis. Sí. Pero, ¿los escuchamos o los dejamos dormir tranquilos? ¿Tenemos el valor de perseguirlos y compartirlos con el resto del mundo? ¿O preferimos echarle la culpa a la falta de tiempo para olvidarnos de ellos?

Ya tenemos dos presuntos ingredientes para el éxito: la genética y los sueños. Inspirada por el piloto, que anuncia que no tiene ni idea de cuánto tiempo nos queda de espera, me atrevo a lanzar dos componentes más al cóctel: la suerte y la ambición.

La suerte tiene mucho que ver con estar en el momento adecuado en el sitio justo. Simplemente haber nacido en Madrid en el siglo XX es una suerte. Si encima tu familia puede pagarte una educación en Oxford o Wharton, le estará dando un fuerte impulso a la genética. Pero eso no basta. Tanto Jobs como Miliband tuvieron ganas de triunfar. Jobs vio de cerca las orejas al lobo del fracaso en sus experiencias fuera de Apple, pero creyó que podría volver a levantar la empresa de la manzana y volvió. Y Miliband supo dejar que su hermano David se llevara todos los aplausos hasta que llegó su turno, hace tan sólo unos días. Si no tenemos ambición –lo que es muy lícito-, ya pueden llover oportunidades del cielo, que ni siquiera las veremos.

Me sirvo otro poco de vino e intento pensar en algún conocido que tenga verdadero éxito. Y me viene a la mente alguien que quizá no sea un triunfador al uso: no soñó con ser cirujano, aunque probablemente lo llevaba en los genes ya que procede de una saga de médicos. No tuvo la suficiente ambición como para hacerse de oro a lo Jobs y no siempre le acompañó la suerte en el terreno laboral.  Pero tiene el coraje suficiente como para seguir siempre las normas de su conciencia, es un médico valiente, capaz de diagnosticar y acertar sin ni siquiera ver al paciente y ha salvado más vidas de las que puede recordar. Ha vivido intensamente y a su manera, tiene una familia que le adora y amigos hasta debajo de las piedras. Hoy, ya jubilado y con algunos problemas de salud, su teléfono no para de sonar. La gente le quiere y él es feliz. Hablo de mi padre.

Al final, cancelan el vuelo. El éxito esta vez es para los controladores belgas y yo no llego a mi reunión. Me meto en un taxi y, como no tengo los números ni de Jobs ni de Miliband, le mando un SMS a mi padre: “Papi, de mayor quiero ser como tú”. Una verdadera triunfadora.

Con el último número de The Economist -que trae un reportaje sobre el recién nacido interés de la biología por el management- bajo el brazo, un perfil de The Guardian sobre Steve Jobs y otro de El Mundo sobre Ed Miliband, el recién elegido líder de los laboristas británicos, entro en un avión rumbo a Bruselas. El piloto nos anuncia un retraso indefinido por huelga de los controladores aéreos belgas, así que me armo de paciencia y el resultado es… esta columna. ¿Por qué? Porque las biografías de dos triunfadores –Jobs y Miliband-, unidas a las reflexiones de un grupo de científicos sobre la importancia de la genética en las habilidades de gestión, en el contexto de una negociación entre controladores y autoridades de la que depende que llegue o no a mi próxima reunión me hacen preguntarme: ¿De qué depende el éxito?

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