Pase sin Llamar
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Mujeres musulmanas emprendedoras, la verdadera revolución
Nihad es una mujer marroquí que ha cumplido los cuarenta, pero aparenta al menos diez más. Trabaja cuidando a los niños de una buena amiga mía.
Nihad es una mujer marroquí que ha cumplido los cuarenta, pero aparenta al menos diez más. Trabaja cuidando a los niños de una buena amiga mía. Fue al colegio en su Fes natal, habla un estupendo castellano y siempre tiene una sonrisa a mano. Pero sus ojos están tristes. Hace unos días, le pregunté cómo estaba viviendo la revolución de los países islámicos. Sacudió la cabeza y me contestó resignada: “Para las mujeres, todo va a seguir igual”.
Nihad y yo tenemos aproximadamente la misma edad, la misma estatura y el mismo color de pelo. Pero yo nací en Madrid y ella en Fes. Yo soy católica y ella musulmana. Esas dos simples circunstancias han marcado nuestras vidas y han hecho que la mía sea más fácil. Sintiéndome muy afortunada tras nuestra conversación, salí de allí preguntándome si el cambio político en los países islamistas traerá consigo una revolución cultural con más derechos para las mujeres. La respuesta más probable es que no, al menos a corto plazo. Porque, independientemente de lo que ocurra a nivel político, los problemas de las mujeres musulmanas empiezan en casa. Es en las familias dónde se concentran las trabas, se exigen los burkas y se conciertan los matrimonios.
¿Qué puede hacer alguien como yo para contribuir a que esta situación, la de las mujeres musulmanas, mejore? “Ayúdenla a leer y a escribir para que no firme papeles sin saberlo, abdicando la custodia de sus hijos. Ayúdenla a conocer sus derechos para que pueda plantarle cara al jefe de la tribu o a su marido. Ayúdenla a liderar su propia lucha”, dice Zainab Salbi, responsable de una firma de abogados para mujeres.
La clave está en la educación, claro. No sin cierta sorpresa leo que, según el último informe de la ONU sobre desarrollo en el mundo musulman, el 59,4% de las mujeres ha recibido educación formal. Pero, según la OIT, sólo el 28% está en el mercado laboral, fundamentalmente en servicios y agricultura. Y las mujeres sólo cuentan con un 12,5% de representación parlamentaria, según la Unión Interparlamentaria.
Es decir, que revoluciones políticas aparte, a la mujer musulmana le queda un largo camino por recorrer. En Occidente nos congratulamos de que el cambio, si realmente todo lo que está pasando cuaja, esté llegando desde dentro de cada país, sin que nuestra intervención haya sido necesaria más allá de inventar Internet y las redes sociales. Pero, ¿va a ocurrir lo mismo en el caso de los cambios necesarios para las mujeres? ¿De verdad no podemos hacer nada para ayudar a impulsarlos?
De pronto, recuerdo un libro muy inspirador que leí hace unos años. Era la historia de una mujer musulmana de origen asiático que emigró con su familia a Canadá en los años setenta, cuando se proclamó que Uganda –el país en el que vivía- era para los negros. Esta mujer era –es- lesbiana, lo que ha complicado aún más su camino en el seno de una comunidad musulmana. Y, contra la extendida creencia de que los no musulmanes no tenemos derecho a injerir en los asuntos de los islamistas, ella defiende que tenemos un rol fundamental que jugar.
Busco el libro en casa y lo encuentro. The trouble with Islam (Los problemas del Islam), de Irshad Manji. Hoy Manji es toda una celebridad dentro y fuera de Canadá, de tal modo que The New York Times ha llegado a calificarla como “la peor pesadilla de Osama Bin Laden”.
En su blog, Manji explica que su libro es una carta abierta de una de las voces del Islam, la suya, a los ciudadanos del mundo a los que les preocupan los caminos a los que lleva la fe musulmana. Una de las tesis que Manji defiende con más fuerza es que desde Occidente podemos dar medios a las mujeres musulmanas para ayudarlas a convertirse en emprendedoras. Y hay algo en lo que tiene razón: sólo si las mujeres consiguen la independencia económica tendrán la fuerza suficiente para enfrentarse a la dictadura de los hombres que, sólo supuestamente, les viene impuesta por el Corán.
Mujeres musulmanas emprendedoras hay, sobre todo en países más avanzados como Bahrein, Jordania, Líbano, Túnez y los Emiratos Árabes Unidos. Pero se encuentran con serias dificultades para acceder a financiación en buenas condiciones, un mundo en manos de los hombres. Así que, según el informe Mujeres Empresarias: características, contribuciones y desafíos, que resume los éxitos y retos a los que se enfrentan las empresarias en Oriente Medio y el Norte de África, recurren a fuentes personales, como sus ahorros, sus amigos y sus familiares.
“Si los europeos quieren una verdadera democracia igualitaria, tendrán que apoyarnos como hicieron con España. Aquí lo que hace falta es un Plan Marshall”, dice Soukeina Bouraoui, directora del centro para la investigación y formación de las mujeres musulmanas en Túnez.
¿Queremos?
Nihad es una mujer marroquí que ha cumplido los cuarenta, pero aparenta al menos diez más. Trabaja cuidando a los niños de una buena amiga mía. Fue al colegio en su Fes natal, habla un estupendo castellano y siempre tiene una sonrisa a mano. Pero sus ojos están tristes. Hace unos días, le pregunté cómo estaba viviendo la revolución de los países islámicos. Sacudió la cabeza y me contestó resignada: “Para las mujeres, todo va a seguir igual”.