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'Happyshifter' ¿Haces lo que quieres o quieres lo que haces?
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Sonia Franco

Pase sin Llamar

Por
Sonia Franco

'Happyshifter' ¿Haces lo que quieres o quieres lo que haces?

No os extrañará que después de tres semanas de vacaciones en el verano austral me salga sin esfuerzo escribir sobre la felicidad. Pero no sobre la

No os extrañará que después de tres semanas de vacaciones en el verano austral me salga sin esfuerzo escribir sobre la felicidad. Pero no sobre la felicidad que da viajar, o tumbarse en la playa y no hacer nada, o leer un libro detrás de otro. No, porque en este blog no vendría a cuento. Me refiero a la felicidad en el trabajo.

Recién llegada a Sidney, intentando familiarizarme con el mando de la tele y aún esforzándome por entender el acento aussie, di con un magacín en la ABC australiana en el que un joven treintañero repeinado y con sonrisa profidén se definía a sí mismo como un happyshifter. Su actitud relajada y optimista y la adoración con que le miraban las dos presentadoras me hizo pararme a escucharle:

­–(…) Y decidí que no estaba dispuesto a seguir trabajando en empresas que no me aportaban nada, que no cuadraban con mi sentido ético y que no me enriquecían como persona. No me importa trabajar duro, pero el dinero no es mi meta. Por eso monté mi propia empresa.

Interesante, pensé. Pero no le di más vueltas al asunto hasta que me subí al primero de los cuatro aviones que cogí a la vuelta de mis vacaciones. Con el e-book cargadito a sabiendas de que me esperaba un viaje de 33 horas de Auckland a Madrid, me enfrasqué en El Elemento: cómo encontrar tu pasión lo cambia todo, de Sir Ken Robinson, en busca de inspiración para volver al trabajo con ganas. La tesis del autor es que todos tenemos talento para algo y que si conseguimos dedicarnos a ello encontraremos la plena felicidad laboral.

Las historias de un grupo variopinto de personas, a través de las que el autor argumenta la importancia de conectar con el propio talento, a menudo oculto por los miedos personales, los convencionalismos sociales o la propia pereza, para vivir una vida plena, me hicieron compañía en el vuelo hasta Sidney. Ya de camino a Singapur, sus reflexiones sobre la creatividad inherente a todos nosotros, el daño que en muchos casos hace la educación y el convencimiento de que todos tenemos una pasión que puede dar sentido a nuestra vida me habían convertido en fan de Robinson. Sin embargo, cuando llegué a Fráncfort ya le había encontrado alguna pega al libro. Aunque cada una de las afirmaciones de Robinson está respaldada por la historia de una persona real, todos son personajes famosos que no sólo se han hecho millonarios gracias a su pasión, sino que se dedican a ella en cuerpo y alma. Hablamos de gente como Paul Mc Cartney, Vidal Sasoon, Matt Groening, Arianna Huffington, Meg Ryan y un largo (e interesante) etcétera. Es decir, que el común de los mortales no se ve necesariamente reflejado en ellos y/o no tiene un talento tan destacado.

Mi segunda crítica a El Elemento procede de que el autor genera muchas expectativas en el lector, que lee con avidez esperando encontrar más consejos sobre cómo acallar los estímulos externos e internos que le impiden conectar con ese talento oculto que se supone que tiene y que tan feliz le va a hacer. Pero, al final, se queda con las ganas. Robinson recomienda abrir la mente y no esperar a que nos llegue la suerte, así como algunos pasos prácticos para incentivar nuestra creatividad, pero ahí se queda.

Así que de Fráncfort a Madrid aparté el libro y me puse a pensar en la gente que me rodea, sus talentos, pasiones y trabajos. Mi chico, que roncaba a mi lado, es de los que se encuentran en su elemento: desde pequeño le apasionan los aviones, estudió ingeniería aeronáutica, trabaja en una de las grandes empresas del sector, es muy bueno en su trabajo y le divierte lo que hace. Y supongo que yo también: me hice periodista porque me encanta escribir y, aunque ahora me dedico a la Comunicación Corporativa, he descubierto que la ficción me da muchas más satisfacciones que escribir sobre la vida real. Es decir, que los dos somos afortunados o, según diría Robinson, hemos conectado con nuestras respectivas pasiones.

Ya en Barajas, me lancé ávida sobre los periódicos españoles, tras tres semanas de casi absoluta desconexión de la vida real. Y, caso Bárcenas aparte, que nos devolvió a la realidad mucho más bruscamente de lo que nos hubiese gustado, veo que el suplemento Emprendedores y Empleo de Expansión menciona en un artículo ¡nada menos que a los happyshifters!

¡Vaya!, pensé. Está claro que me toca profundizar en el asunto. Así me enteré de que la mayoría de estos felices trabajadores pertenece a la Generación Y (nacida en los 80 y 90), y no se conforma con un trabajo estable, con un sueldo razonable y con un ambiente laboral relativamente agradable. Por el contrario, buscan la felicidad en el trabajo y que éste dé sentido a su vida. Es decir, que siguen el consejo de Robinson e intentan que su pasión, su talento y su empleo coincidan en el espacio y en el tiempo.

Por lo visto, a un happyshifter se le reconoce por su inconformismo, su personalidad emprendedora, su optimismo, su capacidad para pensar a largo plazo, la relativa poca importancia que le da al salario, su capacidad para reinventarse y la total responsabilidad que toma sobre su vida, sin culpar a otros de sus desgracias personales o laborales.

–Yo no podría ser como mi padre, que siempre trabajó en lo mismo, aunque nunca le gustase–, contaba el repeinado australiano de la ABC. –Necesito que lo que hago tenga sentido y que me deje tiempo para hacer surf.

La realidad es que yo no conozco muchas personas así, ¿y tú? La mayor parte de la gente no trabaja en el empleo soñado ni lo hará nunca, así que El Elemento y los happyshifters le sonarán a chino. Por eso, aunque admiro profundamente a aquellas personas que no se rinden y acaban por encontrar el camino a la plena felicidad laboral, me quedo con una sentencia de Sartre: ser feliz no está en hacer lo que quieres, sino en querer lo que haces. Aunque menos ambicioso, me parece un consejo más realista. Y lo suficientemente inspirador como para volver con ganas al trabajo.

No os extrañará que después de tres semanas de vacaciones en el verano austral me salga sin esfuerzo escribir sobre la felicidad. Pero no sobre la felicidad que da viajar, o tumbarse en la playa y no hacer nada, o leer un libro detrás de otro. No, porque en este blog no vendría a cuento. Me refiero a la felicidad en el trabajo.