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Los emprendedores son "marionetas" y carne para la máquina
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Esteban Hernández

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Los emprendedores son "marionetas" y carne para la máquina

El emprendimiento pasa por ser la solución para los nuevos tiempos. Un estudio refuta esa visión, subrayando que la gran mayoría de startups sirven para muy poco

Foto: Los duques de Cambridge durante una visita a una incubadora de startup en Polonia. (Leszek Szymanski / Efe)
Los duques de Cambridge durante una visita a una incubadora de startup en Polonia. (Leszek Szymanski / Efe)

El emprendimiento es uno de los temas estrella de los últimos años. El entorno de los negocios, desde las business schools hasta las consultoras pasando por diversos estratos de los poderes públicos, considera que esas iniciativas individuales que arriesgan su dinero y dedican todo su esfuerzo a poner en marcha una empresa propia resultan indispensables para la salud económica de un país, para su crecimiento y para la innovación. Desde esta perspectiva, el valor de una nación se mide en gran parte por la capacidad emprendedora de sus ciudadanos: si un buen porcentaje de ellos se atreve a trabajar sin red, sin la seguridad de un empleo estable, y quieren salir adelante únicamente con el poder de su talento, es que se están moviendo en el espacio que garantiza el futuro.

Esta idea ha encontrado algunos críticos en los últimos tiempos. En un sentido se señala que apenas hay apoyos en países como el nuestro a esta clase de iniciativas, por lo que es absurdo tener el emprendimiento como referencia; en otro se insiste en el alto índice de fracaso de estas empresas y se advierte de que a veces se convierten en una trampa. En todo caso, la posición comúnmente compartida es que se trata de firmas muy necesarias para una economía, ya que son mucho más productivas e innovadoras, ayudan a que un país crezca y resultan especialmente útiles cuando se trata de vender en el exterior.

Las empresas nacidas del emprendimiento tienen un impacto marginal en la economía, pagan mal y no generan innovación

El estudio 'Muppets and gazelles: political and methodological biases in entrepreneurship research' de Alex Coad y Paul Nightingale, profesores de la Universidad de Sussex, concluye que si bien un pequeño porcentaje de estas empresas impulsa la innovación, la creación de empleo y la generación de riqueza, la mayoría de ellas tienen un impacto marginal en la economía, producen puestos de trabajo mal pagados, volátiles y que tienen una tasa mayor de accidentes laborales. Además, la mayoría de las nuevas empresas son poco innovadoras y suelen desaparecer pronto.

“Marionetas y gacelas”

La división conceptual que hacen los investigadores entre “marionetas y gacelas” representa de un modo gráfico la gran diferencia que existe en el interior de un sector que suele analizarse en bloque. La gran mayoría de las pequeñas empresas carecen del capital y de los recursos que están disponibles para las grandes; no pueden diversificar ni los riesgos ni su producción, les resulta muy complicado acceder a financiación y no tienen poder de mercado. En ese contexto, es comprensible que generen peores salarios, una remuneración incierta y menos beneficios para los inversores. Además, registran pocas patentes, inventan poco tecnología y tampoco ponen en el mercado nuevos productos. Durante el primer año, quienes trabajan en ellas muestran un nivel más elevado de satisfacción personal, e incluso pueden mostrar unas tasas elevadas de productividad y de crecimiento, pero es porque parten de unos niveles bajísimos, con lo cual es sencillo que las cifras cuadren.

Y todavía peor, están creando un ecosistema de empobrecimiento generalizado que perjudica a la sociedad en su conjunto

En otras palabras, el emprendimiento no está siendo una solución, sino un problema. Para la mayoría de quienes forman parte de él significa dedicar muchas horas y muchos recursos personales a la puesta en marcha de una empresa que tendrá muy difícil su subsistencia. Y todavía peor, crea un ecosistema de empobrecimiento generalizado que no ayuda socialmente. Como son empresas nacientes, tienen pocos ingresos y están deseosas de tener más, son dadas a aceptar condiciones de funcionamiento negativas que les llevarán a pagar poco a quienes trabajan para ellos o simplemente a pretender que la gente realice su trabajo casi gratis, como es tan frecuente en el sector cultural.

Los parientes pobres

El emprendimiento se convierte en una manera de reducir las cifras de paro mediante el recurso al autoempleo, que viene bien a poderes públicos. En algunos sectores, ligados a la economía del contenedor, estas pequeñas firmas que están en el nivel de la subsistencia son muy útiles a quienes dominan el sector porque siguen introduciendo productos y servicios en los mercados en los que intermedian, lo que consigue que su oferta sea más amplia, a sabiendas de que la mayoría de ellas desaparecerán. En otros sectores, estos pequeños emprendedores son necesarios porque se les puede dar soporte y por tanto cobrarles por los servicios, lo cual se parece demasiado a menudo a ese sector pobre de la economía digital, el que quien tenía un blog de éxito ganaba dinero enseñando a otros bloggers a tener éxito; los ingresos de sus publicaciones eran casi inexistentes, pero los de los cursos sí funcionaban. Además, estas pequeñas empresas interesan a los poderes públicos porque de ellas cobran los impuestos pertinentes, pueden generar algunos puestos de trabajo y se evitan pagar las ayudas a quienes estaban desempleados, al mismo tiempo que pueden ofrecer mejores números en las estadísticas.

Hoy es todo lo contrario: las condiciones generales están dadas para que las nuevas pymes fracasen

Pero eso se hace con un coste muy elevado para los emprendedores. Hay una gran diferencia entre las pequeñas empresas del presente y las del pasado. La estructura económica y las condiciones de mercado hacían mucho más sencillo que las pymes, generalmente ligadas al territorio en el que vendían sus productos u ofrecían sus servicios, lograsen cierto nivel de estabilidad. Muchos españoles encontraron en tiendas, establecimientos, talleres, gestorías, etc., una opción vital que les duró toda la vida y que pudieron dejar en herencia a sus descendientes, precisamente porque la organización del mercado hacía posible que quienes no gozaban de gran capital o de acceso preferencial al crédito pudieran sacar adelante sus proyectos.

Han hecho lo que les decían

Hoy es todo lo contrario: las condiciones generales están dadas para que las nuevas pymes fracasen, de modo que muchas de ellas tratan de adecuarse al nuevo contexto e innovar. Les dijeron que tenían que hacerse digitales, que habían de contar con un producto o servicio escalable, que debían generar innovación en sectores como el tecnológico, o que habían de inventarse un modelo de negocio, y a ello se aplicaron. Con similar suerte: algunas triunfan y la gran mayoría fracasan.

Los mercados están concentrándose y pocos jugadores dictan las reglas en cada sector. En ese contexto, las pymes son carne para la máquina

Por desgracia, aseguran los autores, muchas políticas sociales de muchos países siguen sin tener en cuenta los efectos reales de este emprendimiento contemporáneo, a veces porque no quieren abrir los ojos, en otras ocasiones porque creen demasiado lo que les cuentan los lobbies que tienen a su alrededor. Que los emprendedores tengan mejor fortuna tiene que ver con muchos factores, que van desde el apoyo institucional en diferentes áreas hasta el hecho de acceder a la financiación en unas condiciones que no sean lesivas, pasando por insertarse en una estructura que no penalice a las pymes. Pero no es el caso. Los mercados están concentrándose cada vez más, y pocos jugadores suelen dictar las reglas en cada sector. En ese contexto, las pymes son carne para la máquina, no el elemento que puede lograr un cambio.

El emprendimiento es uno de los temas estrella de los últimos años. El entorno de los negocios, desde las business schools hasta las consultoras pasando por diversos estratos de los poderes públicos, considera que esas iniciativas individuales que arriesgan su dinero y dedican todo su esfuerzo a poner en marcha una empresa propia resultan indispensables para la salud económica de un país, para su crecimiento y para la innovación. Desde esta perspectiva, el valor de una nación se mide en gran parte por la capacidad emprendedora de sus ciudadanos: si un buen porcentaje de ellos se atreve a trabajar sin red, sin la seguridad de un empleo estable, y quieren salir adelante únicamente con el poder de su talento, es que se están moviendo en el espacio que garantiza el futuro.

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