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La solución a nuestros problemas, según uno de los economistas más famosos del mundo
Dani Rodrik, profesor de Harvard e inventor del 'Trilema de la globalización', acaba de publicar un documento en el que muestra cómo reconducir la situación. Y es sorprendente
Dani Rodrik es profesor de Política Económica Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, y uno de los economistas con más prestigio del mundo. Es autor de 'La paradoja de la globalización: la democracia y el futuro de la economía mundial' y es conocido ante todo por su famoso Trilema, según el cual tenemos que elegir entre dos de estos tres conceptos: globalización económica, democracia política o soberanía nacional, porque los tres a la vez resulta imposible. Puedes tener soberanía y globalización, pero no democracia, o democracia y globalización, pero no soberanía.
Acaba de publicar un documento, 'Rebalancing Globalization', con el que pone lo global de nuevo en el mapa teórico. Llevamos un tiempo en el que parecía haber desaparecido de la agenda, y con toda lógica: estamos discutiendo acerca de sus consecuencias, que nos tienen muy ocupados. Es imposible entender el respaldo social al populismo de derecha y a la extrema derecha, las tensiones territoriales y el nuevo papel que está jugando China sin ser conscientes de que el telón de fondo de la globalización, que favorece la movilidad sin apenas fricciones del capital, está generando muchas tensiones a nivel local y regional. Incluso, si se quiere recurrir a la clave nacional, Cataluña tiene que ver con esto: parte del anhelo independentista surge de la convicción de que se trata un territorio que podría competir mucho mejor si se desligara de sus vecinos.
Las élites creen, según Rodrik, que lo que debe hacerse no es frenar la globalización, sino compensar a los perdedores
Es cierto que estas cosas no han venido ligadas estrictamente al debate público sobre la globalización, tal y como señala Rodrik, porque el malestar se ha manifestado sobre todo en asuntos como la pertenencia o no a la UE, los inmigrantes o las banderas. Pero, en todo caso, ese es su núcleo. Y se trata de un escenario que está moviéndose, y se dirige a lugares alejados de los que tenían en mente los arquitectos de la globalización.
Los ganadores
Rodrik es consciente de que la globalización tiene dos velocidades, y unos ganan mucho y otros pierden. Entre los primeros, señala a las clases profesionales, manageriales y capitalistas de las economías avanzadas, y a los pobres que encontraron trabajo en las fábricas chinas y demás zonas de Asia. Pero también ha producido perdedores. Por eso, afirma, las élites creen que lo que debe hacerse no es frenar la globalización, sino compensar a quienes pierden. Y para Rodrik, estos son los trabajadores, ya que las rentas del capital han salido mucho más beneficiadas que las del trabajo.
La derecha apuesta por reducir impuestos y por la movilidad del capital; la izquierda también, pero añade que hay que invertir en educación
Políticamente, la globalización ha tenido dos lecturas. La derecha ha insistido en desarrollar el mundo global a partir de la reducción de impuestos, la movilidad del capital y el descenso de los salarios. La izquierda socialdemócrata ha hecho más o menos lo mismo, sólo que ha añadido una coletilla: había que invertir en educación, en la formación en habilidades y en infraestructuras para poder competir en ese escenario.
Equilibrar las políticas
Para Rodrik, eso no basta. En su opinión, “si la globalización debe ser salvada, no será con renovadas promesas de educar a la gente en programación de computadoras y otras habilidades. Lo que se necesita es un cambio significativo. Y, afortunadamente, sería posible preservar los beneficios económicos de la globalización y hacerla más justa al mismo tiempo. Hay muchos caminos prometedores que las narrativas imperantes nos han llevado a pasar por alto. En particular, debemos reequilibrar las políticas que llevan hacia la integración económica global en tres áreas: desde el capital y las empresas hacia el trabajo y la sociedad en general, desde la gobernanza global hacia la gobernanza nacional, y desde áreas donde los beneficios económicos generales son pequeños hacia donde son grandes”.
Las élites siguen una lógica extraña. Constatan el problema y son conscientes de dónde se producen los puntos de fricción, pero no dan un paso atrás
Estas son las líneas generales que Rodrik propone, y suenan bien, porque implicarían un equilibrio necesario, en la medida en que potenciarían áreas, como el trabajo, que hoy están consideradas sólo como un factor más de producción, permitirían que los Estados pudieran tener más control sobre las fuerzas que sobrevuelan su territorio, a menudo con intenciones extractivas, y animarían a los espacios donde los ingresos no son bastantes a que dieran un paso hacia el bienestar.
El trabajo, mucho más móvil
Pero una vez más, las élites siguen una lógica extraña. Constatan el problema, incluso son conscientes de dónde se producen los puntos de fricción, pero no son capaces de dar un paso atrás. Utilizan métodos peculiares, según los cuales entienden lo que está pasando, pero lo utilizan en su propio beneficio, en vez de afrontar la resolución del problema.
Todo este razonamiento de Rodrik encuentra una solución principal: puesto que la movilidad del capital y la del trabajo no van de la mano, no hay que reducir la primera, sino incrementar la segunda. “Un equilibrio tal sería buena cosa, tanto por razones de eficiencia como de distribución”.
El arancel que se está poniendo a un trabajador pakistaní que quiere emplearse en EEUU es de un 500%
Lo que el economista de Harvard quiere decir es lo siguiente: los sectores que más están ganando con la globalización son aquellos donde las barreras resultan todavía muy altas. Y las mayores están referidas a la movilidad transfronteriza de los trabajadores. Citando un estudio de Michael Clemens, Lant Pritchett y Claudio Montenegro, calcula que, si se mide en los mismos términos que otros bienes y servicios, el arancel que se está poniendo a un trabajador pakistaní que quiera emplearse en EEUU es de un 500% sobre los ingresos del empleado, “mucho más elevado que en cualquier otro sector comercial”.
Un curioso 'dumping' social
Rodrik insiste en que expandir la movilidad de los trabajadores a través de las fronteras de una manera negociada y administrada produciría un gran aumento en el tamaño del pastel económico, tanto a nivel mundial como nacional. Por supuesto, también tendría algunos efectos redistributivos, especialmente a corto plazo. “Probablemente perjudicaría a algunos trabajadores nativos no cualificados en las naciones ricas. Pero la redistribución que obtendríamos sería comparativamente pequeña, dadas las elevadas barreras actuales a la movilidad laboral. Además, los trabajadores invitados serían empleados según las normas laborales nacionales, en lugar de los estándares del país de origen que probablemente sean mucho más débiles. Esto eliminaría una importante fuente de preocupación en las economías receptoras con respecto al comercio desleal y el dumping social".
La otra solución que Rodrik propone, además de que numerosos trabajadores extranjeros llegasen al primer mundo de forma acordada, es que China abra decididamente sus fronteras a las empresas occidentales, lo cual tiene poca pinta de suceder.
Su solución es que los perdedores de la globalización, las clases medias y trabajadoras de Occidente, pierdan aún más
El análisis y las propuestas de Rodrik tienen algo pecuiar, porque son exactamente el tipo de visiones que están generando graves problemas políticos y sociales en Occidente, y las que están reconfigurando el mapa geopolítico de un modo mucho más hostil. Pensar sólo en términos macroeconómicos e insistir en que las clases perdedoras de la globalización, las medias y trabajadoras del primer mundo según los análisis de Branko Milanovic, deben perder aún más, nos dirige a un panorama en el que los próximos gobiernos no serán los de Trump, sino el de alguien más a su derecha.
El escenario final
Las sociedades occidentales están deteriorándose porque la cohesión social desaparece. La desigualdad, que implica que las rentas de las clases perdedoras fluyan hacia las ganadoras, desestructura el orden social y aboca a tensiones crecientes. Rodrik no tiene esto en cuenta, porque los números le cuadran. Pero desarrollar este tipo de políticas implica, ante todo, fabricar un escenario en el que, dentro de poco, los números no van a importar mucho. Por favor, que los economistas vuelvan a la realidad.
Dani Rodrik es profesor de Política Económica Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, y uno de los economistas con más prestigio del mundo. Es autor de 'La paradoja de la globalización: la democracia y el futuro de la economía mundial' y es conocido ante todo por su famoso Trilema, según el cual tenemos que elegir entre dos de estos tres conceptos: globalización económica, democracia política o soberanía nacional, porque los tres a la vez resulta imposible. Puedes tener soberanía y globalización, pero no democracia, o democracia y globalización, pero no soberanía.