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Por qué Europa y el mundo anglosajón atacan a España y nos llaman vagos
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Esteban Hernández

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Por qué Europa y el mundo anglosajón atacan a España y nos llaman vagos

Vincent R. Werner ha abierto la caja de Pandora de los prejuicios. Nuestro país vuelve a ser retratado como un pozo de pereza y vulgaridad. Pero también hay intereses detrás

Foto: Ray Dalio. (Brian Snyder/Reuters)
Ray Dalio. (Brian Snyder/Reuters)

El libro de Vincent R. Werner 'It is not what it is. The real (S)pain of Europe' (o más propiamente la entrevista en la que resume sus tesis) ha generado posturas contrapuestas. En ella describe vicios españoles como la falta de ética o de cultura financiera, la no asunción de responsabilidades o la actitud nada emprendedora, entre otras, y lo hace a la manera de un troll. El problema no es su percepción, que al fin y al cabo cada cual tiene la suya, ni tampoco el hecho de que algunos de los déficits que señala puedan ser ciertos; ni siquiera que, si nos comparásemos con Holanda, su lugar natal, quizá saldríamos ganando. Werner actúa como un troll porque amplifica los males de un país y los convierte en su esencia. Si convirtiésemos los tópicos de cada uno de los países occidentales en sus únicas cualidades, todos saldrían mal parados.

Vagos y manirrotos

Sin embargo, lo que Werner afirma no es subjetivo, sino que forma parte de una visión sobre España que está mucho más arraigada de lo que parece. Hace unas semanas, 'The Times' publicó un artículo denigratorio sobre nuestro país que reflejaba una serie de tópicos instalados en Gran Bretaña, ese territorio cuyos nacionales se empeñan en venir al nuestro a practicar el 'balconing'. Pero también, y especialmente durante la época de la crisis se nos señaló en Europa como vagos y manirrotos. Contaba en aquel momento el periodista Hans-Günter Kellner que la idea manida de que “los españoles han vivido por encima de sus posibilidades” se había convertido en muy popular en Alemania, y que nuestra imagen allí era la de “personas divertidas, con ganas eternas de fiesta, obsesionadas con el buen vino y la comida de calidad”. En Holanda se tenía clara cuál era la causa de los problemas, ya que había calado la idea de que nos estaban pagando la crisis, “algo que no se acepta debido a que se cree que los españoles se pasan el día de fiesta. Los prejuicios sobre que los españoles son unos vagos siempre estuvieron ahí, pero ahora han vuelto con más fuerza que nunca”.

Los países del sur eran rebeldes y necesitaban de líderes que aplicasen la mano dura. Éramos poco gobernables por nuestro carácter y nuestra cultura

No ha sido la primera vez en la historia. Los prejuicios de ese norte protestante que veía el sur católico con toda clase de recelos tuvieron su continuación en épocas recientes. Como aseguraba Charles Powell, director del Instituto Elcano, figuras como Kissinger estaban ancladas en estas visiones reduccionistas. Cuando toda Europa Occidental estaba gobernada por democracias, salvo el sur, donde teníamos a los militares, la idea central de las personas que dirigían la política exterior estadounidense, como Kissinger, es que países tan rebeldes necesitaban de líderes que aplicasen la mano dura. Éramos poco gobernables por nuestro carácter y nuestra cultura. Según Powell, “Nixon era peor que Kissinger, ya que a lo largo de su vida desarrolló sentimientos bastante primarios y muy xenófobos. Kissinger también los tenía, pero predominaba en él el realismo. Lo importante era la seguridad y la estabilidad, y lo demás lo dejaba en segundo plano”.

La superioridad anglosajona

Cuando estalló la crisis, esos recelos se exacerbaron. En parte porque, como señalaba Powell, “en el mundo anglosajón se mantienen todavía muchos prejuicios hacia nosotros. Hay que entender que ellos miran el mundo desde un acusado complejo de superioridad, que a veces, como en las páginas de 'The Financial Times' o 'The Economist', se disfraza de ironía, pero que sigue estando presente. Y la crisis ha alimentado esos prejuicios latentes acerca de que a los europeos meridionales se nos da mejor la fiesta y la siesta que el trabajo duro y constante. Eso está haciendo bastante daño a nuestra economía”.

Dado que somos perezosos y amantes de la buena vida, es imposible que España sea capaz de ponerse a la altura de los tiempos

Esa fue la tesis dominante, y es la que reproduce sin rubor Werner, quizá siguiendo los pasos de su compatriota Jeroen Dijsselbloem, quien afirmó que los problemas de los países del sur estaban causados porque nos habíamos ido de fiesta y ahora pedíamos dinero para pagar las copas y las mujeres.

El norte y el sur

Pero dejemos estas banalidades y vayamos a lo serio. En estos prejuicios aparecen dos elementos que debemos tomar muy en cuenta. Uno es genérico, y señala el desprecio clasista que los favorecidos tienen con quienes no lo son. El discurso dominante sobre la zona euro es que los países del norte son más productivos y están mejor preparados para un escenario global, mientras los del sur no somos más que un montón de patanes aquejados por problemas endémicos que nos obligan a convertirnos en un país de sol y copas.

Señalar a quienes pierden como causantes de sus problemas es típico de esta época, y España entra dentro del paquete de perdedores

Dado que somos perezosos y amantes de la buena vida, es imposible que sepamos ponernos a la altura de los tiempos. No tiene nada que ver con que la mayoría de nuestros recursos vayan a parar al pago de una deuda que se contrajo para devolver a los acreedores (bancos alemanes entre ellos) las cantidades que irresponsablemente habían prestado a las cajas, y que eso nos deje sin recursos para muchas cosas, como la inversión en i+d+i. Tampoco con que las políticas del Banco Central Europeo hayan favorecido a las economías del norte en lugar de a las del sur, esas que provocan que actores políticos afirmen que los países del norte viven bien precisamente porque aquí vivimos mal. Pero no, todo está provocado por nuestra escasa capacidad de adaptación y nuestra nula disposición. En fin, dibujar a quienes pierden como causantes de sus propios problemas es típico de esta época, y España entra dentro del paquete de perdedores.

Inversores contra Europa

En segundo lugar es preocupante que esta mentalidad haya arraigado también en los entornos financieros, aquellos que cuentan con el poder de incidir de manera radical en la vida económica de un país. Hay muchos grandes inversores que piensan aún que el euro es bastante débil, que su punto flaco es el sur, y por eso ponen el dedo en la llaga. El último ha sido Ray Dalio, el fundador de Bridgewater, uno de los mayores 'hedge funds' del mundo. Ha apostado más de 6.300 millones de euros en posiciones cortas en la bolsa alemana, lo que se añade a los 3.000 millones que había invertido contra las principales empresas italianas y los 1.500 millones contra Santander, BBVA, Telefónica e Iberdrola, además de diferentes cortos contra empresas francesas.

Estas ideas sobre el carácter de los españoles, italianos, griegos y portugueses son interesadas. Quizá no deberíamos darles pábulo

Los dados que ha arrojado Dalio pueden perjudicarle, pero es uno más de los financieros que tienen claro que el euro va a sufrir y que el sur es el punto más débil. Si Italia cae, lo hará el conjunto, y por eso mete ahí su dinero. Podemos encontrar muchas causas que justifiquen esas posiciones, casi tantas como para no hacerlo, pero no hay que olvidar que estos prejuicios también tienen un papel en las inversiones, y que políticamente hay interesados en que la UE entre en dificultades. O por decirlo, de otra manera: en este contexto, muchas de estas ideas sobre el carácter de los españoles, italianos, griegos y portugueses son interesadas. Quizá deberíamos pensarlo dos veces antes de darles pábulo.

El libro de Vincent R. Werner 'It is not what it is. The real (S)pain of Europe' (o más propiamente la entrevista en la que resume sus tesis) ha generado posturas contrapuestas. En ella describe vicios españoles como la falta de ética o de cultura financiera, la no asunción de responsabilidades o la actitud nada emprendedora, entre otras, y lo hace a la manera de un troll. El problema no es su percepción, que al fin y al cabo cada cual tiene la suya, ni tampoco el hecho de que algunos de los déficits que señala puedan ser ciertos; ni siquiera que, si nos comparásemos con Holanda, su lugar natal, quizá saldríamos ganando. Werner actúa como un troll porque amplifica los males de un país y los convierte en su esencia. Si convirtiésemos los tópicos de cada uno de los países occidentales en sus únicas cualidades, todos saldrían mal parados.

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