Es noticia
Lo que nos cuestan los gordos (y lo mal que quedan en las fotos)
  1. Alma, Corazón, Vida
  2. Tribuna
Esteban Hernández

Tribuna

Por

Lo que nos cuestan los gordos (y lo mal que quedan en las fotos)

La gordofobia está muy presente en nuestra sociedad. Pero la persecución pública de ese pecado estético, disfrazada de salud, tiene lecturas sociales más peligrosas

Foto: Gente obesa en la piscina. (Corbis)
Gente obesa en la piscina. (Corbis)

El verano es un momento en el que redes sociales como Instagram, Facebook o Twitter se pueblan de fotografías de gente descansando, en la playa, en destinos exóticos, yendo a su pueblo y demás. En la gran mayoría de ellas reina una ausencia: no suelen aparecer gordos ni gordas. Quizá porque las redes son lugares de lucimiento y de promoción de sí, o quizá porque este tipo de gente afea el paisaje. La cinta de inauguración de la temporada la cortó @elcocinerofiel, cuando escribió: “Gente, esto de la playa empieza a ser desconcertante. Estáis muy gordos/as. Menos azúcar y menos carbohidratos. No es tan difícil. Sobre todo, menos azúcar. Un poco de responsabilidad, que la sanidad la pagamos todos. Y no es por la estética de la cosa. Es por dentro el tema”.

El tuitero mereció algunas contestaciones acertadas, pero sería un error centrar el asunto en la afirmación de una persona. Más al contrario, ese tuit refleja una serie de ideas que están muy presentes en la sociedad. Aparecen en artículos humorísticos, en recomendaciones sobre salud, en los comentarios en las redes cuando personas con sobrepeso cuelgan sus fotos y terminan constituyendo un limitado pero efectivo sentido común de la época.

Los obesos son gente que no sabe decir 'no' a aquello que les perjudica, por lo que cualquier recriminación que se les haga queda justificada

Su punto de partida es que los gordos lo son porque quieren. Es decir, porque no paran de comer bollos, carecen de autocontrol, son unos 'losers' que se dejan llevar. Son gente que no sabe decir 'no' a algo que les perjudica y, en consecuencia, cualquier recriminación queda justificada. Una vez fijado esto, el afeamiento es razonable, porque es en beneficio de todos, y se despliega a través de un montón de motivos. Estos son los más frecuentes:

"Es por vuestro bien, estar gordo no es bueno"

Cierto, estar gordo no es saludable. Como tampoco lo es tener jornadas laborales extensas, hacer demasiado deporte, cobrar salarios bajos, vivir en grandes ciudades con tanta contaminación o drogarse cuando se sale de fiesta, entre tantas otras cosas que suscitan muchas menos críticas personales y que son muy frecuentes en la vida cotidiana. Pero tampoco merece la pena insistir en este punto, porque en el fondo no hay un asunto de salud, sino de estética. La mayoría de la gente no quiere estar delgada porque así las probabilidades de enfermar sean menores, sino para estar atractiva. Quiere aparentar menos años, atraer más miradas, sentir que gusta. Eso les lleva a hacer dietas absurdas que les ponen en riesgo, a pasar más tiempo del necesario en el gimnasio o a tomar suplementos dudosos que en nada benefician su salud, cuando no a caer en peligrosos trastornos alimenticios. Desear una imagen más atractiva es legítimo, la apariencia tiene su valor y más en una sociedad como la nuestra, pero no deja de resultar llamativo que se apele a la salud cuando los esfuerzos por mantener la delgadez tampoco suelen ser muy saludables.

"Los gordos nos causan gastos a todos"

La ecuación es sencilla: tener sobrepeso implica problemas de salud que degeneran en enfermedades, a veces graves, que costea la seguridad social, es decir nosotros, que terminamos pagando la falta de voluntad y decisión de los seres gordos. Un argumento que tiene parte de razón y mucho de irrealidad moralista. No solo porque la vida en común implica exactamente esto, que unos paguen más que otros para conservar la cohesión social (para eso se crearon los impuestos), sino porque ese mismo razonamiento puede volverse en su contra. Cuánta gente que sale a la montaña se pierde y hemos de sufragar el coste del rescate, cuánta gente nada en la playa y acaba metiéndose en problemas, cuántas lesiones que sufre la gente que practica deporte a menudo se pagan con dinero de todos, cuántos gastos por los tratamientos de los trastornos alimenticios que causa el deseo de adelgazar.

Claro que, si nos ponemos en la piel de quienes formulan estos argumentos y llevamos su razonamiento al extremo, partiendo de la convicción comúnmente aceptada de que la gente delgada vive más años, pues todavía peor, porque al menos los gordos se mueren pronto y no hemos de pagarles pensión, mientras que ellos estarán años y años amamantándose de las ubres públicas. Y además, y si son de este tipo de gente, afeando conductas ajenas, lo cual también termina siendo un coste material y psicológico para la sociedad.

"No conviene contratar a gente gorda"

Los obesos están sujetos a una mayor probabilidad de sufrir enfermedades y su nivel de absentismo es mayor. Pero este tipo de razonamiento cae también en contradicciones. Lo curioso es que quienes más defienden este tipo de posturas son personas que suelen detentar posiciones de poder en las empresas y que dedican buena parte de su tiempo al deporte, para estar fibrosos, aparentar que no envejecen, señalar que siguen activos y que están siempre dispuestos para rendir. En fin, sería más lógico pensar que si tienes cierta edad, un trabajo sedentario y no has echado tripilla, es que trabajas poco, porque de otro modo no encontrarías tiempo para entrenar. No sé, esa afición por las maratones y el triatlón que se ha instalado entre los cuadros directivos, ¿no les parece sospechosa a sus jefes? Hay que entrenar con frecuencia, descansar lo suficiente (que es imprescindible para seguir en la rueda), ir al fisio, y además compartir algún rato con familia y amigos e incluso salir por ahí en algún momento; demasiado tiempo fuera de la oficina. Desde luego, para trabajos cualificados parece más rentable contratar a personas obesas, ¿no? A los gordos, cuyo único vicio es comer, les basta con tener una máquina cerca para poder zamparse un montón de palmeras de chocolate ¿no? Y eso pueden hacerlo delante del ordenador. Parecen más rentables que los delgados, que en cuanto tienen ocasión echan a correr a ver si en la próxima maratón logran rebajar su tiempo en un par de minutillos.

"Los gordos afean el paisaje"

La obesidad es una cuestión de clase, desde luego. Cuando el señor de la playa vio personas gordas y se quejó de ellas, lo que quería decir es que le habría gustado estar en un club privado para ricos, porque allí los cuerpos se adecuarían a lo que su sentido estético le exige, en lugar de tener que visitar una playa común y corriente con gentecilla del pueblo que ya se sabe, se controlan menos y no se preocupan por sí mismos. La realidad es que hay más obesidad entre las clases trabajadoras que entre las adineradas. Y es normal: la calidad de la comida que ingieren es peor, tienen menos tiempo para ir a pilates y de seguir las indicaciones del entrenador personal, cuando llegan a casa no hay comida rica y sana ya cocinada, ni nadie que se ocupe de los niños por ellos o que les haga las tareas del hogar. Además, el nivel de agotamiento de quienes tienen menos ingresos es mayor y la falta de descanso ayuda mucho a engordar.

La obesidad, como ocurrió con la falta de cultura en el pasado, se ha convertido en una marca de clase, y por tanto en un elemento de desprestigio. Desde cierto punto de vista, revela aquellas cualidades que justifican una posición inferior, como la falta de voluntad, el descuido de sí o la ausencia de distinción: nadie quiere gordos en su fiesta. Lo mismo la próxima versión de Viridiana se rueda con gordos en lugar de con mendigos.

Hay una corriente social que cree que todo es mera voluntad; que basta con desearlo muy fuerte para que el mundo responda a nuestros deseos

En fin, no se trata de alabar la gordura, ni de afirmar que los cuerpos obesos son más bellos o que el sobrepeso es más saludable porque causa buen humor; no, no hay aquí ese tipo de retórica de la que suelen acusar quienes sufren de gordofobia a aquellos con los que discuten, y que les sirve para no tener que argumentar. De lo que se trata es de poner de relieve una tendencia que da forma a muchas interacciones sociales en nuestro tiempo; se trata de que hay una corriente demasiado extendida que cree que todo es mera voluntad, que basta con desearlo muy fuerte para que el mundo responda a nuestros deseos. Son argumentos que en otros terrenos sonarían chocantes (“Venga, levántate, te ha atropellado un camión, pero si quieres, puedes”, “No juegas en la NBA a tus 60 años porque no lo deseas lo suficiente”) pero que aquí se aplican sin problemas. Y que además justifican todo tipo de recriminaciones, ya que el culpable es siempre el perjudicado. Suena a esto: si una mujer es atacada es por su culpa, si alguien está en paro es porque no quiere trabajar, el pobre lo es por vago y demás.

Se sanciona la afrenta estética con la misma firmeza con que los viejos sacerdotes perseguían y azotaban el pecado

En realidad, este mecanismo de superioridad moral está muy presente en nuestra sociedad, por desgracia, y la relación con la obesidad es una buena muestra. No tienen intención de solucionar ningún problema, ni de ayudar a nadie, sólo de significarse como superiores. Reducir las cosas a una simple cuestión de voluntad es una estupidez. Los problemas suelen ser complejos, y las soluciones no son universales; cada persona es un mundo y a la hora de afrontar las determinaciones privadas funcionan distintos recursos y distintos remedios. Ignorar esto y construir la vida alrededor de un único factor, el de la mera intención, es absurdo. Pero tiene sus ventajas, porque permite señalar a los demás con el dedo y perseguir la afrenta estética con la misma firmeza que los viejos sacerdotes azotaban el pecado.

Sería conveniente, pues, que los aficionados a estos juegos reaccionarios dejaseis en paz a los demás. Estaría bien que conocierais algo mejor al ser humano, y que en lugar de dedicar tanto tiempo a mantener el cuerpo y a afear conductas ajenas, os preocupaseis por leer más, aumentar vuestro conocimiento y entender mejor los problemas. Porque si hay algo socialmente costoso es la estupidez.

El verano es un momento en el que redes sociales como Instagram, Facebook o Twitter se pueblan de fotografías de gente descansando, en la playa, en destinos exóticos, yendo a su pueblo y demás. En la gran mayoría de ellas reina una ausencia: no suelen aparecer gordos ni gordas. Quizá porque las redes son lugares de lucimiento y de promoción de sí, o quizá porque este tipo de gente afea el paisaje. La cinta de inauguración de la temporada la cortó @elcocinerofiel, cuando escribió: “Gente, esto de la playa empieza a ser desconcertante. Estáis muy gordos/as. Menos azúcar y menos carbohidratos. No es tan difícil. Sobre todo, menos azúcar. Un poco de responsabilidad, que la sanidad la pagamos todos. Y no es por la estética de la cosa. Es por dentro el tema”.

Social Obesidad Azúcar