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Mala Fama

Las redes sociales mataron al mirón: de Gay Talese a Bárbara Lennie

Entre el voyeurismo del último libro de Gay Talese y la obra de teatro 'La clausura del amor' median casi cuarenta años en los que el mirón profesional ha pasado a mejor vida

Escena de 'La clausura del amor'

Después de leer sobre un mirón que observó a cientos de parejas practicar sexo en la supuesta intimidad de sus habitaciones en un motel me fui a mirar a Bárbara Lennie e Israel Elejalde tirarse metáforas a la cabeza en la obra de teatro 'La clausura del amor'. En la sala, llena hasta las telarañas, el público se creía mucho mejor que un delincuente sexual, cuando lo cierto es que nosotros habíamos pagado por asomarnos a una simulación de intimidad mientras que el voyeur se dio un atracón de auténtica privacidad sin pasar por taquilla.

No les voy a descubrir 'El motel del voyeur', último libro de Gay Talese, porque todos ustedes saben de qué va. Sólo aspiro a descubrirles de qué va el libro después de leértelo. Va de la muerte de un oficio, de una pasión, de una ética. Ya no hay mirones como Gerald Foos, un hombre capaz de acompañarte en tus momentos íntimos -sean estos, indistintamente, hacer el amor, matar, traficar con drogas o aburrirte con tu novio- sin molestarte en absoluto y, sobre todo, sin emitir juicios morales. Gerald Foos fue el ángel de los mirones, un registrador fantasmal de la intrahistoria.

Gay Talese disfrutó de una importante polémica cuando anticipó el contenido de su libro: hubo un hombre que durante años espió a los clientes de su motel y anotó su comportamiento. Al parecer, salieron opinadores que no aprobaban su silencio desde los años ochenta sobre la actividad delictiva de Foos, actividad que continuó con el conocimiento del escritor, pues el voyeur le enviaba extractos de su diario. El asunto más espinoso tenía que ver con un asesinato, pero Foos también contempló violaciones, infidelidad, sexo entre hermanos, violencia de género o menudeo de drogas (aunque la mayor parte del tiempo lo que observó fue la monótona infelicidad de la gente). ¡Y no hizo nada!

Dense cuenta de que cualquiera de nosotros, cuando va por la calle o viaja en metro -como prueban decenas de vídeos-, y se topa con un acto de violencia, siempre acude en ayuda de la víctima, aún a riesgo de su propia integridad.

Gerald Foos era como la pared, como el techo donde abrió esos agujeros para mirar, un ser inerte; y también: un pequeño dios compasivo. En las notas de su diario, impecablemente redactadas (de hecho, mucho mejor que el propio texto de Talese, que se dedica con todo descaro a ensalzar su propia figura y a hacer publicidad de todos y cada uno de sus libros, inéditos incluidos), Foos registra la evolución de los usos amorosos de los estadounidenses: comprueba la popularización del sexo en grupo, reflexiona sobre los nuevos métodos anticonceptivos y decreta -como un Tiresias emparedado- cuál es la relación sexual perfecta: la que se da entre dos mujeres.

Lo real y lo íntimo

El libro de Talese tiene un encanto no buscado: que suena antiguo, pues nos habla de un esfuerzo colosal por ver algo que, hoy en día, no sólo está disponible en decenas de webs (desde amateur.tv a cam4), sino que casi todos ofrecemos sin mayor pudor en las redes sociales. Nuestra intimidad está de saldo, y casi hay que admirarse porque un hombre fuera capaz de comprar un motel entero para poder ver a una pareja deshacer sus maletas o a una señora probarse un sujetador. De maletas y sujetadores (y de bebés y desayunos con fresas) está la Red hasta arriba, gracias a Instagram, Facebook o Twitter.

Casi hay que admirarse porque un hombre fuera capaz de comprar un motel entero para poder ver a a una señora probarse un sujetador

Lo real y lo íntimo se confunden y amalgaman. Habría que preguntarse qué pensaríamos de 'El motel del voyeur' si fuera una historia inventada, y Gerald Foos un personaje, y Talese un tío que no sale de su casa, donde imagina perversiones. El libro, entonces, carecería de polémica, y yo me hubiera visto obligado a ofrecerles una sinopsis más detallada. Pero, además, el libro no le interesaría a casi nadie, porque todos hemos acordado que la realidad es la ficción que más nos apetece conocer y que la fabulación pura no deja de ser el bricolaje de gente algo pueril.

Un poco de esto puede atisbarse en la propuesta teatral que comentaba más arriba, 'La clausura del amor'. La obra presenta a un hombre y una mujer en el momento de su ruptura como pareja, y cada uno de ellos le escupe al otro sus argumentos y amarguras en dos monólogos simétricos. Sin embargo, Bárbara Lennie es apelada por el otro personaje como Bárbara, mientras que ella al actor Israel Elejalde le llama “Isra”, vocativos que abundan, uno diría que sospechosamente, durante toda la representación.

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Dudo que alguien acuda a ver 'La clausura del amor' ignorando que, en la vida real, Bárbara Lennie e Israel Elejalde son pareja. Del mismo modo, dudo que el evidente agotamiento que este trabajo supone para los actores no guarde relación con el hecho de que, siendo pareja, su enfrentamiento ficticio no deja de crearles a ambos incómodas resonancias.

Así, la obra (como tal, profundamente fallida y pos-adolescente) constituye en verdad una gran ceremonia de morbo e indiscreción, donde los espectadores, como Gerald Foos en el techo de la habitación de un motel, miran a dos personas jugando a hacerse daño, y no a dos actores levantando un texto.

Las lágrimas que le quedaban a Bárbara Lennie cuando ya estaba recibiendo los aplausos me dieron más pena por mí, que las veía, que por ella, que quizá las soltaba de verdad.

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